El 1º de julio de 1970 un comando de la organización Montoneros ocupó la localidad de La Calera, ubicada en cercanías de la ciudad de Córdoba. Si bien la operación fue un éxito, a las pocas horas la policía comenzó a detener a los miembros del grupo. Fue una de las primeras acciones de los montoneros, que pocos días antes habían secuestrado al ex dictador Aramburu. Fragmentos de Agitación: las 48 horas que conmovieron al país, nota de la revista Panorama, edición nº 167 del 7 de julio de 1970.
"Esa mañana había helado en toda la sierra y la relativa templanza de la cabina invitaba a quedarse dentro del jeep. Mientras el agente Manuel Moyano estacionaba casi en la esquina de 25 de Mayo y San Martín, su copiloto, el subcomisario de La Calera Eustaquio Larrahona, le extendió el atado de Particulares. Pero su acólito rechazó el tabaco: eran recién las siete y media, estaba sin desayunar.
El miércoles último los dos policía interpretaban por enésima vez el mismo ritual: vigilar la apertura de la sucursal del Banco de Córdoba, una precaución necesaria si se recuerda que seis meses atrás la cuadrilla del pistolero Oscar Giamboni atracó la entidad.
El chanfle Moyano parloteaba sin cesar: describía las exquisitas morcillas caseras que había devorado el domingo 28 en Carlos Paz, en lo del célebre Don Gino, el gastrónomo del lugar; su jefe aspiró la primera bocanada y tras colocar sobre las rodillas su metralleta, echó mano de una franela, en la guantera, y se comidió a limpiar el cristal, perlado de humedad. Lo que vio enseguida fue como un relámpago.
En sentido contrario, en primera velocidad, una camioneta Chevrolet embistió al jeep hasta desplazarlo unos quince metros: el arma de Larrahona cayó al suelo, y él mismo se golpeó luego contra el parabrisas; en cambio el topetazo dio con la cabeza de Moyano en el parante y le abrió una ancha herida en el cuero cabelludo. Del otro vehículo ya saltaban media docena de muchachones armados y una chica: '¡Viva Perón! ¡Somos los Montoneros! ¡Bajen rápido o los quemamos!', apuntaron a los guardias.
El inspector municipal Guillermo Flores -uno de los escasos peatones a esa hora- casi al llegar al edificio de la Comuna, vecino del Banco, presenció el choque y creyó en un accidente: a la carrera se acercó para ofrecer ayuda. Pero fue puesto cara a la pared, con una ametralladora embutida en sus costillas. Cuando Larrahona logró sacar a Moyano de su desmayo, ambos caminaron a hacerle compañía las manos en alto.
La Calera, un pueblo situado a 23 kilómetros de Córdoba no advertía, semidormido, que estaba en manos de un grupo guerrillero. A 10.000 metros de allí, sin embargo, los soldados de la Escuela de Infantería evolucionaban de maniobras. Con rapidez, los intrusos se distribuyeron de centinelas por las esquinas, munidos de 'walkie talkies', a través de los cuales se informaban entre sí.
Siete cuadras más allá, en el destacamento policial de la calle Jerónimo Luis de Cabrera, los hechos se repetían. A las 7,30, el oficial Antonio Djanikián mateaba en el fondo, mientras el agente Ramón Salvatierra cuidaba la puerta. Fue cuando entró una pareja, en ropas sport: 'Unos tipos nos insultaron, camino a Dumesnil. Queremos que intervengan', dijo ella, tal vez con el ánimo de obligar a Salvatiera a salir a la calle. Disciplinado, éste les indicó que aguardaran a Djanikián. Instantes luego, un patrullero se detenía frente a la oficina. Tres oficiales, impecables, rogaron al vigilante que les diera colaboración para un allanamiento. Idéntica respuesta de Salvatierra a sus presuntos superiores.
Por fin, cuando Djanikián apareció, éstos dejaron de aparentar y asestaron contra los genuinos policías sus pistolas: 'Somos el brazo armado del pueblo. Los Montoneros. ¡Cara a la pared!, ordenaron. Desde allí, Djanikián quiso hacer oír una débil protesta: 'No me ocupo de política', objetó: 'Entonces vas a cantar la marcha Los Muchachos Peronistas, y si no sabés la letra es mejor que la aprendas en diez segundos'.
Los guardias no se hicieron rogar. En medio del griterío, los asaltantes destripaban cajones y armarios en busca de inexistentes fusiles; en esos momentos, la subcomisaría se había convertido en una ratonera: desde el Banco llegó sin aliento un muchacho de 16 años para pedir refuerzos y quedó detenido; igual que el médico Horacio Martínez, otro de los madrugadores que adivinaron la irregularidad. Todos fueron a parar al calabozo, mientras los aventureros se aplicaban a pintar leyendas y motes en las paredes del local.
(...)
El muro de los lamentos, que Flores, Larrahona y Moyano inauguraban, ya era una romería: los clientes del Banco y los empleados municipales que arribaron, eran ubicados de cara a la pared. Cinco bandidos intimidaron al gerente, Miguel Broca, y a los 14 empleados de la casa de crédito: se llevaron más de cuatro millones de pesos viejos. En la Intendencia, apenas si dejaron -nueva humorada- otro grabador con el himno peronista.
El único funcionario de La Calera que les devolvió la broma fue Federico Poletti, un flemático empleado de Correos, quien negó la llave de la caja a cuatro de los guerrilleros; adujo -mentía- que estaba en poder de su jefe, quien aún no había llegado. Todo duró unos 55 minutos. A las 2.20 los insurgentes advirtieron que un Fiat 1500, de los cuatro vehículos que traían, no funcionaba. A pocos metros del centro, el suboficial Cristóforo Castillo, del Ejército, ponía su Rambler en marcha para viajar al empleo, cuando oyó una voz femenina que le susurraba desde fuera: 'Salí, che, y tirate en la vereda'. Se dio vuelta y encaró a una mujer rubia que esgrimía un revólver 38. El militar obedeció, no sin quedar intrigado por el acento porteño de la amazona. Por fin, a las 8.26 los Montoneros se despedían con bocinazos y ruidos de motores: enfilaban hacia Villa Allende, sembrando la retaguardia de clavos miguelito para causar pinchazos a cualquier perseguidor.
(...)
Fin de fiesta. Confidencias suyas o de (José Antonio) Fierro -a quien se trasladó a Villa Allende- permitieron apresar al resto de la célula. Esa tarde la policía sorprendió en un chalet del barrio Los Naranjos -sector residencial de Córdoba- a Ignacio Vélez y su mujer, Cristina Liprandi, que pasan por ser los cabecillas. Fue preciso un largo tiroteo para apresar a Vélez, quien cayó malherido. También lo fue Emilio Massa, un ex dirigente 'integralista'. De los seis detenidos, casi todos pertenecen a la Universidad Católica; una pesquisa lateral atrapó a María Luisa Piotti, quien alquilaba a Vélez (hijo de un distinguido jurista local) una finca en Villa Rivera Indarte donde -según parece- el grupo camufló el Torino robado como patrullero. La casa paterna de la Piotti linda con el banco asaltado, en La Calera.
La policía secuestró nueve pistolas, seis metralletas, ocho revólveres y dieciséis granadas de mano; el miércoles último, por la noche, 25 especialistas de la Policía Federal aterrizaron en Córdoba para sumarse a la investigación. Al gobernador Bernardo Bas lo sorprendieron los hechos, porque sus protagonistas son miembros 'de familias tradicionales, respetuosas de las normas'.
Esa es la cuestión: (Luis Arturo) Lozada Caeiro, Vélez y los suyos, ¿formaban un grupo aislado o pertenecían a una logia más vasta, la misma que secuestró a Pedro Eugenio Aramburu? El jueves llegaba a radio Universidad de Córdoba un sobre con la exposición de motivos que los llevó a tomar La Calera. El matasellos indica que el sobre pasó por correo el lunes 29, dos días antes de la operación. Se adjuntaban también las proclamas que jalonaron el 'caso Aramburu'. Pero de las siete carillas, sólo una tiene el membrete típico de los Montoneros, con las siglas escritas en letra de imprenta cursiva española; lo cual dejaría suponer que la gavilla de Córdoba apenas intentó emular a la de Buenos Aires, al tomar su nombre.
Los policías no piensan así; sugieren que han capturado un fichero completo con nombres y datos. Lo cierto es que al atribuirse conexión con el rapto de Aramburu, los prisioneros de hace una semana caen, prima facie, dentro de los términos de la ley 18.701 que establece la pena capital.
¿Qué buscan los terroristas? Ninguno es tan torpe como para pensar que este tipo de acciones le dará el poder. Si algo intentan es probar, ante las masas organizadas, lo fácil que resulta golpear contra el régimen en sus instituciones claves: bancos servicios, trasporte, seguridad. Esperan, eso sí, que la resistencia civil los imite y tome las armas. Pero no existen guerrillas sin apoyo militante de la población, y por ahora, en la Argentina, hay una notoria diferencia ente la protesta de masas y las minorías terroristas. De allí que lo adecuado para diluir el peligro sea evitar el contacto entre ambos sectores; que el gobierno negocia -sobre bases de cambio, es lógico- con los más, para aislar a los menos."
La V de La Calera, por el grupo Huerque Mapu
Programa El cuarto patio sobre el copamiento de La Calera
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