28.5.10

Política nacional


A 40 AÑOS DEL SECUESTRO DE ARAMBURU

El 29 de mayo de 1970 fue raptado el ex dictador Pedro Eugenio Aramburu. Fue uno de los generales que participó del derrocamiento del presidente Juan Perón en 1955, y luego ocupó la presidencia entre 1955 y 1958. Tras entregar el gobierno al presidente Arturo Frondizi, mantuvo un fuerte predicamento en el Ejército y en el conservadurismo argentino. Fragmentos de Caso Aramburu: ¿La eclosión de un tercer frente?, nota de la revista Panorama, nº 162 del 2 de junio de 1970.




'La mañana del viernes último, el secuestro del ex presidente de facto general en retiro Pedro E. Aramburu sumaba un dato de extrema confusión a la ya problemática situación nacional. El domingo 31 de mayo por la tarde el jefe opositor seguía sin aparecer; la identidad de sus captores apenas puede conjeturarse mediante un análisis de los objetivos que pudieron moverlos. Algo era cierto: desde el 21 de mayo los disturbios volvieron a estremecer al país; en ocho días estallaron 23 bombas, hubo unos 50 heridos en choque y refriegas, se registraron cuatro incendios, tres robos depredatorios, las vidrieras de siete negocios fueron arrasadas y tres automóviles se consumieron en las llamas. El viernes 29, un acto pacífico y evidentemente negociado con el gobierno permitía a los estudiantes y trabajadores de Córdoba rendir homenaje a Máximo Mena, el obrero caído hace un año. Pero luego, una centuria agresiva se descontroló: la represión volvería a combatirla en el barrio Güemes, de aquella ciudad.

1) Aramburu

Electra ante el cadáver de Egisto. —¡Cómo lo odiaba, cómo me alegraba odiarlo! No parece dormido, y sus ojos están abiertos y me miran. Está muerto y mi odio ha muerto con él. SARTRE — Las Moscas.

Si el mutis de Aramburu estuviese conectado con la agitación, la república afronta un paisaje de guerra civil; dos minorías —la terrorista y la militar— se medirán para imponer sus concepciones de la sociedad; sólo un esfuerzo titánico de la ancha faja moderada es capaz de llamar a la cordura. Si, por el contrario, el secuestro del general fuera obra de grupos de derecha, el régimen correrá el peligro de dividirse; en cuyo caso, también es posible que se favorezca la izquierda. Pensar que de la situación actual pueda retornarse al sistema de los partidos y las elecciones parece mas que improbable. Sólo los incautos son capaces de cultivarla.
El viernes 29, a las nueve de la mañana, cuatro personas a bordo de un Peugeot blanco estacionaron en el garaje de Montevideo 1037, en posición inadecuada. 'Dejamos el coche así por unos minutos', rogaron al encargado, Ángel Viamonte. Dos civiles quedaron en el vehículo y otros dos, uniformados, con las insignias de capitán y mayor respectivamente, subieron al octavo piso del edificio marcado con el número 1053, el domicilio de Aramburu. La esposa del militar, Sara Herrera, les abrió la puerta y los invitó a pasar: ellos dijeron que venían a ofrecer protección al ex mandatario. Aramburu había desechado la custodia policial dos años atrás. La dama los invitó entonces con café, que ellos rechazaron luego de sentarse: ocurría que Aramburu se estaba higienizando. Doña Sara comunicó a su marido de la visita y se ausentó para hacer unas compras. En la casa se encontraban también Sara —la hija del oficial, casada con el diplomático Burghardt— y sus dos hijos, recién venidos de Francia; pero no se hallaban ni la mucama, ni el suboficial Joaquín Sampietro, un viejo amigo de Aramburu, quien había partido a una diligencia con Burghardt, el yerno del general. Nadie sabe lo que pasó entonces.
Aunque las empleadas de la boutique Matisse, lindera con el bloque, vieron salir luego al dirigente acompañado por los dos militares, quienes lo llevaban asido por los brazos en actitud que unos juzgan todavía amistosa y otros preventiva. A las 9.30 la calle estaba pletórica de viandantes, amén de los obreros de Gas del Estado, que arreglan la tubería de la cuadra. Viamonte se sorprende hoy de que el general no le haya gastado —como acostumbraba— una broma antes de subir al automóvil. Estaba serio, pero el hieratismo es actitud normal en Aramburu. Cerca de las 10, cuando la señora retornó al departamento, al no hallar a su marido comenzó a llamar a la residencia de sus amigos. Como la búsqueda no daba frutos se comunicó con Aldo Molinari (ex jefe de la Policía tres lustros atrás), quien a su vez inició averiguaciones en el Departamento Central y en el Comando del Ejército. Se preveía que Aramburu hubiese sido encarcelado, en prevención, como ocurriera el viernes 22 con Adolfo Cándido López. Pero en aquellas oficinas nada sabían de Aramburu, ni pesaba contra él orden alguna de captura.
Eran las 12.30 cuando se tuvo la certeza de un secuestro. A las 15, el Servicio de Informaciones del Ejército llegó al domicilio, con los primeros caudillos liberales que venían a interiorizarse del suceso: el SIE no logró extraer palabra de Sara Herrera; también rechazó ella una visita del ministro Francisco Imaz. A las 15, el Peugeot aparecía en el pasaje Couture, en los entornos de la Facultad de Derecho: lo habían robado el 27 de mayo cuatro hombres y una mujer rubia, quienes también se llevaron de un garaje del barrio de Floresta una camioneta Chevrolet, roja. Quizá trasbordaran al general a este último rodado, antes de llevarlo con rumbo desconocido.
A las 18 Eugenio Aramburu hijo entrevistó a Alejandro Lanusse, comandante del Ejército, para urgirlo a la búsqueda de su padre. Mientras, el departamento de Montevideo 1053 se convertía en punto de asamblea del liberalismo. Américo Ghioldi descartó atribuir el secuestro a los peronistas: lo endilgaba al gobierno, 'ese clavel del aire', ironizó. Por la noche, a las 22, Juan C. Onganía congregaba junto a si a los comandantes de las tres armas, al general Gustavo Martínez Zuviría (SIDE) y al ministro de Defensa, José R. Cáceres Monié. No participó del encuentro el ministro Imaz.

CONJETURAS. EI sábado y el domingo los organismos de seguridad admitían paulatinamente que la pesquisa de Aramburu —a la cual se dedicaban unos 20.000 hombres y varios helicópteros—, no daba resultado. Eso sí: una esquela de los presuntos secuestradores (Comando Juan J. Valle de la agrupación Montoneros apareció en el retrete del bar Albor II, en el barrio de Belgrano. Decía que Aramburu era sometido a un juicio sumario: daba a entender que los fieles del malogrado general Valle lo fusilarían. ¿Aguardaron 14 años para eso? El billete resultaba poco serio: parecía un intento ajeno de capitalizar la publicidad de la captura.
La indignación liberal crecía en la calle Montevideo. 'Los democráticos —excitaba el general Federico Toranzo Montero— debemos tomar las armas para evitar estos sucesos.' ¿Habrá otra Revolución Libertadora?, preguntaron a Ernesto Sanmartino. 'Ojalá que sea así', replicó el antiguo embajador en el Perú. El sábado, Eugenio Aramburu instaba otra vez a Lanusse: exigía que la Casa Rosada permitiese liberar a terroristas a cambio del general. 'Tu padre no hubiera actuado así', objetó el comandante. El jurista mostró entonces un recorte del diario Esquiú, católico, donde Aramburu opinaba en favor de ceder prisioneros al chantaje subversivo. 'De cualquier manera —clausuró Lanusse el diálogo—, no me pidas que lleve esta proposición al general Onganía.' A esa hora en la sacristía de San Ignacio el párroco recibió otra carta misteriosa: el Comando Militar de la Generación Tacuara ofrecía canjear a Aramburu por los detenidos con motivo del brote guerrillero de Taco Ralo. También resultaba increíble: Tacuara es una organización considerada inexistente en la actualidad.
Pero es cierto, en cambio, que en la pasada quincena sonaron quiméricas versiones de un golpe de Estado: lo daría el liberalismo con el pretexto de evitar un nuevo cordobazo. En los primeros momentos luego de la desaparición de Aramburu se supuso que el militar partió con dos oficiales a ponerse a la cabeza del motín, reeditando los sucesos de 1955. Las horas que corrieron luego probaban que no era así. En los pasillos del Ministerio del Interior se oyó aventurar que el oficial se había hecho raptar con fines de publicidad. Es no conocer a Aramburu, quien además nunca aceptaría un operativo confuso, hecho con autos robados. Quedaban, desde luego, los epígonos del difunto Valle —una víctima del régimen provisorio, en 1956—, sobre los cuales se radicó la investigación. El viernes por la noche, Susana Valle —hija del muerto— era detenida: es cierto que sus amigos hostigaban a Aramburu (el 9 de junio anterior le colocaron una ofrenda mortuoria frente a la casa), pero este dato hacía pensar en su inocencia: ¿por ventura quienes preparan un secuestro se hacen notorios antes? Ninguno de los líderes liberales creía en la culpa de los discípulos del oficial fusilado: Susana volvió a la libertad el sábado.
Por supuesto que se pensaba en la responsabilidad de la izquierda. Pero si así fuese, esta vez operó con modelos distintos. Es verdad que a Aramburu -repudiado por el justicialismo- es posible matarlo y hasta lograr que alguien haga la apología del delito, una cosa imposible en el caso de Waldemar Sánchez, el infeliz cónsul paraguayo secuestrado el 23 de marzo último y devuelto cinco días más tarde sin daño. Pero el de Aramburu no sería un acto típico del maoismo. ¿Qué busca en esos incidentes? Ante todo, mostrar su fuerza obligando al Estado a liberar a sus correligionarios, y en segundo lugar, obtener popularidad. Para ello, son requisitos: 1) El ofrecimiento automático del trueque, y 2) La identidad proclamada del grupo captor. Ninguna de estas condiciones se daba hasta el domingo. Pero además, si se tratase de izquierdistas, hubieran operado con velocidad; saben que luego de las cinco o seis horas de la noticia el tiempo corre en contra de ellos: la policía estrecha el cerco, los hostiga.
Ciertos puntos oscuros logran intrigar. Aramburu sabía que, de acuerdo con el código, sólo un general podía encarcelarlo. De manera que no pudo salir confiado con dos oficiales de inferior graduación hacia un arresto fingido. Sara Herrera dejó entrar a los raptores, y Aramburu únicamente recibía a quienes previamente concertaban cita telefónica. Ella les ofreció café, los vio. Si es cierto que ofrecían custodia al militar, en momentos de confusión como los actuales, ése no es un dato tranquilizador. ¿Por qué abandonaría su casa la señora, sin prevenir?
Tal vez los visitantes ofrecían credenciales de amistad, superiores al uniforme que llevaban. Si es cierto que el general mantenía reuniones con muchos de sus camaradas, ¿no habrá caído en una trampa de sus enemigos? Además, ¿cómo no se resistió al llegar a la calle? Sólo uno de sus acompañantes estaba armado de pistola, pero la llevaba en la cartuchera. Un sacudón, un grito de figura tan conocida habría recogido la atención del público. Armar una pistola también suponía, para el raptor, sacarla de la funda y quitarle la 'corredera'. Es preciso concluir que, en el diálogo previo, Aramburu fue chantajeado; acaso escuchó frases como ésta: 'Si no desciende tranquilo matamos a sus nietos'. 'Tenemos en nuestro poder a su hijo'. Así se explica que fuese en coche al silencio, tal vez al muere.
Pero asimismo es preciso concluir que el episodio reviste similares características al que terminó con la vida de Augusto Vandor. El del metalúrgico fue un crimen político: lo asesinaron en el momento en que el gobierno tramaba una alianza con el justicialismo. Se quiso impedir la apertura de Onganía a los peronistas. Aramburu, por su parte, es el recambio que los liberales sueñan —tanto como algunos militares— para Onganía. ¿Quién puede desear, a la vez, que se obstruya una alianza del régimen con el peronismo primero, y luego con los liberales? Sólo un grupo de fanáticos nacionalistas 'puros' de los que empezaron luchando contra Juan Perón y ahora suponen que la llamada Revolución Argentina no avanza debido al quiste liberal que lleva en su entraña. Acaso creyeron inminente una acción de Aramburu; o tal vez piensen que es preciso enfrentar al Ejército, para que el ala nacional devore a los cuadros del liberalismo. Mas allá de los políticos tradicionales y de la Nueva Oposición, un tercer frente parece abierto."

Primera parte del programa El espejo retrovisor sobre el secuestro de Aramburu



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