3.4.12

Política nacional

MATAN AL MAESTRO CARLOS FUENTEALBA
El 5 de abril de 2007, luego de agonizar durante casi dos días, falleció el maestro Carlos Fuentealba. Había sido herido por un disparo policial en la represión a una protesta docente en la provincia de Neuquén. Su recuerdo, en Historia de un maestro, nota de Lucas Cremades publicada en la revista Veintitrés, nº 458 del 12 de abril de 2007.






“Era callado, casi tímido. En las asambleas apenas opinaba. Pero no faltaba a ninguna. A primera vista, era un militante más entre el nutrido grupo de docentes de Neuquén. Su motivación coincidía con la de sus compañeros: le gustaba enseñar, pero exigía hacerlo en condiciones dignas. El miércoles 4 de abril, esa consigna lo llevó hasta el paraje Arroyito de la ruta 22, donde una granada lacrimógena disparada por un policía a menos de siete metros de su espalda le reventó el cráneo. Ironía del destino: Carlos Fuentealba, el maestro cariñoso, el marido compinche, el padre atento, el compañero tenaz y silencioso que renegaba del alto perfil, se transformó en el icono público de un reclamo tan urgente como postergado. Y en la última víctima fatal de un Estado que decidió responder las demandas sociales con violencia.
Tras el crimen, el pueblo neuquino salió a las calles, y junto a él, el rostro de Fuentealba comenzó a recorrer el territorio argentino. A una semana de su asesinato, entre sus compañeros todo es dolor. 'Han matado a un hombre bueno', resume una colega de escuela. 'Lo fusilaron por pelear', recuerda su hermana Hilda. Otro hermano, Luis, se excusa de dar una entrevista y posar para las fotos por su condición de militar 'No me han dado permiso para hablar -explica-. De todos modos, sólo puedo decir que para nosotros es una tragedia familiar. Carlos era un buen hermano y un buen hijo, y así lo vamos a recordar'. Luis cumple funciones en el comando de montaña del Ejército en Junín de los Andes. Cerca de la guarnición está el rancho donde nacieron los cinco hermanos Fuentealba, y que aún habitan Gilberto y Mercedes, los padres del maestro de química que encontró la muerte de manera absurda y brutal.
Carlos se hizo docente por amor. Antes de conocer a Sandra Rodríguez, Fuentealba se la rebuscaba en los yacimientos petroleros y como obrero de la construcción. Pero la insistencia, el ejemplo y la pasión de su pareja, docente de grado, lo convencieron de torcer su destino.
Poco después de casarse, Carlos se convirtió en maestro de química y consiguió empleo en una escuela de la capital neuquina.
Carlos y Sandra compartieron la crianza de sus dos hijos, y varias marchas de protesta organizadas por la CTERA provincial. La pareja, como muchos de sus colegas, sobrevivía a duras penas con magros salarios en una de las regiones más onerosas del país. La falta de respuesta los convirtió en militantes. Cuando las jornadas de lucha se prolongaban, el matrimonio se turnaba para cuidar a sus chicos: un día Carlos iba al corte, al otro Sandra marchaba. Pocas veces iban juntos a las manifestaciones. Y el día de la represiónsión no fue una excepción: los compañeros tuvieron que avisarle a Sandra que su marido había ingresado moribundo al hospital provincial Castro Rendón. A la medianoche del viernes 6, Sandra tuvo que tomar una de las decisiones más difíciles de su vida: autorizar la desconexión de su marido al respirador artificial.
Desde esa noche, la ciudad de Neuquén permanece sitiada por los maestros. Los guardapolvos blancos caminan frente a los edificios oficiales, matean en las plazas y descansan en carpas apostadas frente a la Gobernación. En todos esos sitios alguien menciona una anécdota sobre la vida de Fuentealba. Una docente recuerda que en medio del paro dispuesto para los primeros días de clases, Fuentealba combinaba su adhesión a la medida de fuerza con las actividades extraprogramáticas que desde su escuela, la CETEN N° 69, se habían programado para contener a los miles de niños carenciados de la Cuenca 15, uno de los barrios más humildes de la ciudad neuquina. Cada mañana y cada tarde, Fuentealba entraba en la vida de sus alumnos con el tono amable que trajo del campo, de su Junín de los Andes natal, donde viajaba cada vez que podía. Allí lo esperaba doña Mercedes con el mate y alguna comida lista para llevar.
Tras el crimen, la ciudad de Neuquén se debate entre manifestaciones espontáneas y funcionarios que renuncian. Las marchas se sienten con fuerza en la zona céntrica, pero en las callecitas descampadas del humilde barrio donde Carlos caminaba hasta llegar al aula, no logran desentrañar el susurro de un viento patagónico húmedo de lágrimas.
'Carlos me enseñó a no bajar los brazos. Mi amor, no los estoy bajando, hasta siempre...', dijo Sandra el lunes 9, ante las 25 mil personas que se movilizaron pacíficamente por la ciudad en reclamo de castigo a los culpables. A esa altura, la Justicia ya había imputado por el crimen a Darío Poblete, un policía local sobre el que ya pesaba una condena anterior por torturas.
A una semana de su asesinato, el setenta por ciento de la administración pública y privada de la ciudad permanece con cese total de sus actividades. Los alumnos y ex alumnos de Carlos, sin embargo, siguen yendo a la escuela. Y lo recuerdan: 'Siempre nos hacía el aguante en todo, para lo que sea. No importaba si de lo que se hablara fuera de amor, de trabajo o de estudio. Lo más importante para él era que nosotros estuviéramos contentos de poder tener una oportunidad para aprender. Esa era su principal virtud. El amor que nos profesaba', dice Paula Ortega, ex alumna. Y agrega: 'Uno nunca se imagina que algo así le puede llegar a suceder a algún conocido, mucho menos a alguien como el profe. Por eso recién el viernes por la tarde me convencí de que era él a quien habían asesinado. No lo quería creer y cuando me confirmaron su muerte recordé que una vez me había dicho que yo tenía que ser delegada del curso. Desde el día que me enteré de su muerte, lo he soñado todas las noches'”.

Carlos Fuentealba







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