25.8.11

Periodismo

HACE 20 AÑOS GREGORIO SELSER SE QUITABA LA VIDA
El 27 de agosto de 1991 falleció el periodista e historiador argentino Gregorio Selser. Autor de más de cuarenta libros sobre la historia contemporánea de América, su obra se basó en el análisis minucioso de los medios masivos de comunicación. Exiliado primero en Panamá y luego México, la distancia no le impidió crear junto a su esposa un enorme archivo periodístico que luego fue adquirido por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Fragmentos de El periodista olvidado, nota de su hija Claudia Selser en la revista La Caja, nº 5 de septiembre de 1993.




“Había nacido en Buenos Aires el 2 de julio de 1922 como tercer hijo de Manuel Selser, un inmigrante ucraniano judío y obrero, y de Rebeca Joffé, también de Ucrania, sordomuda, quien murió de cáncer al cumplir Gregorio seis meses de edad. Atravesó su infancia en un orfanato para niños judíos en Buenos Aires -un tema que prefería rehuir-, de la mano de un talismán contra la soledad; el diccionario regalado por uno de sus hermanos, que en la mitad de su vida aún podía recitar de memoria.
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Ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, con primavera de la literatura revolucionaria en su esplendor, Selser se afilió a la juventud del partido Socialista. Cuesta imaginar que ese hombre de manos torpes para todo aquello que no fuera la música de las teclas, hubiera logrado sueldos como ayudante de joyero, como aprendiz de relojero, como oficinista en una fábrica de cajas de cartón y como barrendero de las zonas suburbanas en Montevideo, durante su año de exilio en tiempos de Farrell (1944-1945).
Es justamente ese exilio en Uruguay, luego de haber sido detenido un par de veces en Buenos Aires por repartir volantes contra el fascismo, el que marca su camino para siempre, regalándole dos encuentros: Carlos Quijano y un grupo de anarquistas uruguayo, y fundamentalmente, Alfredo Palacios, también exiliado. Abogado gratuito para cuanto desamparado o torturado aparecía, Palacios había sido el primer diputado socialista del continente americano, a comienzos del siglo.
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A los 23 años, el 1º de septiembre de 1945, Selser volvió con Palacios a Buenos Aires (…) y se fue a vivir a la vieja casona de la calle Charcas -hoy museo de la Fundación Palacios- como protegido y discípulo, y en calidad de secretario de ese gran latinoamericanista de su tiempo.
Selser reclasificó toda la biblioteca de Palacios, una de las más completas de América Latina, desde mediados del 46 hasta 1951, en que partió hacia una pensión un año antes de casarse con Marta Ventura, madre de sus tres hijas, y colaboradora periodística, archivera y memoria de sus 15 años de exilio en México.
Fue justamente en enero de 1956, medio año después de la caída de Perón, que Selser comenzó a trabajar en el diario La Prensa, gracias a una recomendación de Palacios. Ya había escrito Sandino, general de Hombres Libres, hoy considerada su máxima obra. Durante 20 años y hasta el último día en que trabajó en el diario de los Gainza Paz, en 1975, debió cubrir cada día la llegada y salida de los trenes, -matizadas por algún accidente- en la sección obras y servicios públicos, un puesto que le permitió vivir y que siempre agradeció aunque nunca dejó de reconocer en eso una buena estrategia para evitar que publicara sus opiniones políticas.
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Su producción en los últimos tiempos en Argentina se completó con sus tareas de profesor en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata. Allí viajaba en tren a comienzos de los 70, dos o tres veces por semana, para contarle a sus alumnos 'la receta' de un oficio logrado con 95% de esfuerzo y 5% de talento: un diario por día, una revista por semana, un libro por mes. Por menos de eso, no se es periodista.
Como la mayoría de los intelectuales de su generación, vivió el peronismo como un flagelo a las ideas de libertad, mezclando razones y prejuicios. Tuvo que dejar el país en tiempos de la Triple A, tiempos duros de violencia y consignas de liberación que Selser capeó sujetándose a su humanismo elemental hasta que las amenazas lo convencieron de la necesidad de una partida demasiado postergada. Los matorrales de diarios apilados, los archiveros más o menos improvisados y los polvorientos restos de los diarios descuartizados, que su esposa Marta había recortado y clasificado con paciencia benedictina y memoria infatigable en su casa de Buenos Aires, volaron miles de kilómetros, a mediados de 1976, para volver a ser escenario de sus vidas en la casa de México. En cambio, los libros atesorados desde su infancia, ese bloque compacto de veinticinco mil volúmenes donde podían codearse sin problemas Dale Carnegie, Margaret Mead, Freud, Rilke y Sarmiento, Perón y Marx, entre muchos otros, debieron donarse a la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en México, para poder preservarla de una inminente hoguera militar.
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Pero antes de que la muerte lo alejara de su máquina de escribir, Selser disfrutó en México del prestigio y el reconocimiento intelectual que siempre le negó su país, Argentina. A ese autodidacta solían visitarlo investigadores de diferentes partes del mundo, académicos, estudiantes universitarios; pero también militantes políticos que estaban en el ojo de la tormenta y valoraban mucho su juicio. Fiel a su ética y a una generosidad de cuartillas ya fuera de moda, desplegaba notas para el diario El Día, de México, y luego en La Jornada, mientras daba clases en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Política y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM
Cabalgando sobre su fiel máquina de escribir, entre fuertes dolores de un cáncer que no respetó lo convenido de ser lento en cuerpos viejos, Selser fue viendo caer una a una todas las utopías. Muchos coincidieron en que ya no volvió a ser el mismo tras las imágenes de un Lenin de cemento venido abajo entre aplausos y alaridos. 'Tengo metástasis ósea y no deseo abrumarle con detalles, pero siento que los dolores varios que me produce me están quitando los deseos de escribir, es decir, de vivir', apuntó en una de las cartas en que destacó su amor a la vida, redactadas sin su máquina de escribir una madrugada de lluvia finita en que saltó por la ventana hacia la muerte.”

CAMeNA, Centro Académico de la Memoria de nuestra América, Gregorio y Marta Selser


Página del CAMeNA: http://selser.uacm.edu.mx






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