EL DÍA QUE CAVALLO LLORÓ
El 5 de junio de 1991 un grupo de jubilados irrumpió en el Congreso de la Nación para hablar con el ministro de economía Domingo Cavallo. En ese momento los ancianos acampaban en la Plaza Lavalle pidiendo el aumento de sus haberes. Y ya eran liderados por Norma Pla, una desconocida cuyo apellido ni siquiera aparece en la crónica. El emotivo encuentro, en “No llore, señor ministro, no llore”, nota de Página/12 del 6 de junio de 1991.
“Después de pegarle al liberal Federico Clerici, quebrar un vidrio de la entrada del edificio anexo de la Cámara de Diputados e insistir en que querían ver a Domingo Cavallo, los custodios dejaron ingresar a una delegación de siete jubilados con bandera, redoblante y tapa de olla. Aguantaron un poco más en la puerta de la Comisión de Presupuesto y Hacienda donde el ministro explicaba las delicias de la reforma fiscal a los legisladores. Un poco de ruido sirvió para apurar la decisión de recibir a los manifestantes que habían llegado desde la Plaza Lavalle.
-¿Usted tiene madre, señor ministro? -Le descerrajó la mujer que tenía una bandera argentina con mástil en sus manos, como para abrir el diálogo.
-Si, -replicó Cavallo.
-Pero seguro que no está en Plaza Lavalle con nosotros. Debe estar mejor. Bueno, señor ministro. Mi esposo pagó su jubilación año tras año. Y yo quiero esa plata ahora. No cuando me coman los gusanos...
Cavallo asistía a la escena flanqueado por los diputados Jorge Matzkin y Oscar Lamberto. El silencio hacía ruido. Las cámaras apuntaban al rostro enrojecido del ministro.
-Si no tiene que pagar la deuda externa no lo haga -continuó la mujer aferrada al mástil de madera-. Pero páguele a los jubilados. Hágame caso y nos tendrá con usted. Yo tengo a mis hijos que me ayudan. Pero hay viejitos que no pueden pagar su comida o una pieza ni comprar remedios, porque cobran 800 pesos. Entonces comen y duermen en la Plaza Lavalle. Señor ministro: en sus venas corre mi misma sangre. Usted es cristiano, ¿no? Piense en su Patria. Si lo presionan de afuera salga al balcón y dígalo. El pueblo lo va a ayudar. ¿Eh? Señor ministro... Yo soy Norma.
-Mi padre también es jubilado -intentó responder Cavallo con los ojos enrojecidos. Yo me acuerdo cuando era niño. Él aportaba como aportó su esposo... (La voz de Cavallo se quebró).
-No llore, señor ministro, no llore. Tenga fuerza para defender lo suyo. No llore -insistió Norma.
-Yo estoy emocionado...
-Ya nos dimos cuenta -replicó ella.
-Estoy emocionado. Primero, porque lo que ustedes piden es la verdad. Estoy convencido como ustedes... Pero también sé cuál es la realidad... A pesar de que mi familia no es de muchos recursos yo pude estudiar... Y creo conocer cómo funciona la economía...
Hasta aquí Cavallo hizo prolongados silencios en su exposición con su voz pausada y a veces quebrada. Pero de pronto fue como si hubiese vuelto a ponerse el traje de ministro para continuar con mayor frialdad.
-La economía de un país es como la de una familia: uno no puede gastar lo que no se tiene. Nuestro país es como esas familias ricas que se gastaron lo de sus padres y abuelos. Y llegaron a una situación en la que se está mal y lo único que se tienen son deudas, de las que ni siquiera se sabe su magnitud. Esa es la realidad.
El ministro ya no paró de explicar razones por las que no puede pagar lo que los jubilados reclaman. Norma, Gionannini, Pablo y sus compañeros se fueron rumiando bronca nuevamente. Por un momento, hicieron llorar a un duro.”
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