2.6.11

Argentina-Policiales

EL CRIMEN OLVIDADO DE UN PERIODISTA
Hace cuarenta años, el 4 de junio de 1971 fue asesinado el periodista peruano Felipe Collazos. Esa madrugada fue golpeado hasta la muerte en la localidad bonaerense de Merlo. Trabajaba en el semanario Juventud, que estaba enfrentado al intendente local designado por la dictadura de ese entonces. La crónica, en tramos de El fulgor de un hombre de paja, nota en la revista Panorama, nº 216 del 15 de junio de 1971.




“Cuando Felipe Alejo Collazo subió, en la madrugada del viernes 4, al colectivo 136 en el centro de Merlo, jamás imaginó que no llegaría a su modesta casilla de Los Jacintos y La Begonia, a la altura del kilómetro 37 y medio de la ruta 200. El viajero, un peruano de 39 años, casado y padre de un hijo, concluyó su vida tirado en un zanjón ante el portal de La provincianita, una quinta de las vecindades. Si en un principio se habló de muerte dudosa, la autopsia ordenada por el forense, doctor Victorio Anselmo, demostró que se trataba de un homicidio: una feroz paliza provocó la hemorragia interna que terminó con Collazo.
El crimen conmovió al viejo pueblo del oeste fundado a mediados del siglo XVII por el hidaldo Don Francisco de Merlo, y que hoy en pleno estallido demográfico (más de 200 mil habitantes) ve prosperar, sobre el recuerdo de añejas casonas y parques umbrosos, menudos loteos, fábricas ruidosas, comederos de todo pelaje, poderosas empresas de transporte, suburbanos peringundines y media docena de lujosos moteles alojamiento. Es que, más allá de las deducciones policíacas que entretienen a los pobladores, la muerte de Collazo -un periodista respetado- sirvió para ventilar sórdidos intereses, pasiones mezquinas y conventillos de pago chico. '¡A ver si destapan la olla!', saludó a Panorama Braulio Domínguez, un pollero de las afueras. Esa búsqueda de la verdad interesó también al presidente Lanusse: en su conferencia de prensa del miércoles 9 no solo elogió 'la acción valiente y franca' del victimado, sino que además criticó a 'ciertas empresas que actúan en forma no muy clara'.

El tiburón y las sardinas. 'Convivimos con nuestros criticados; ése es el riesgo de nuestra profesión'. Manuel Jorge de Arma (26, casado) soltó la frase mientras asegurada un Rubí calibre 32 en la sobaquera. Fundador y primer director de Juventud -un periódico sensacionalista de la zona que alardea de tirar 25 mil ejemplares- acaso por aquellos peligros pero seguramente por una seguidilla de procesos pendientes, delegó en sucesivos prestanombres la titularidad del semanario.
El último de éstos fue justamente el morocho Collazo, que así coronaba -aunque ad honorem, según advirtió el editor- una honda vocación sus antecesores renunciaron a este difícil apostolado por razones de prudencia: puntualmente, cada uno de ellos fue amenazado o machucado con mayor o menor saña. Es el caso del propio De Arma, que se autodefinió como 'masoquista y político nato, aunque pasivo'.
(…)

Las cloacas. Una red de oscuros, recónditos intereses vertebrados en el mismísimo palacio municipal constituye para De Arma el impulso asesino que silenció definitivamente a su escriba mayor. Pavimentos, cloacas, iluminación y transportes, son -a su entender- las fuentes de la galopante venalidad. Ni la Iglesia se salva: los subsidios a la diócesis que regentea monseñor Manuel Raspanti -amigo y sostén del lord mayor (el intendente Luis Monetti), un católico conservador de comunión diaria- son calificados de 'coima' por el iracundo editor.
Es vox populi en Merlo que al infortunado Collazo sólo deseaban darle un buen susto (un tiro por elevación para su mandante), pero que al verse reconocidos los patoteros decidieron liquidarlo. Quién los armó es aún un intríngulis, al menos para la investigación oficial. Aunque hay razones para suponer intenciones agresivas en más de un poblador afectado por la prosa amarillenta de Juventud.
(…)
Distante, ajena a esta vorágine, Julia Stefania Paniura -la viuda- llora la muerte de Collazo. Peruana como él, se encuentra súbitamente sin sostén alguno en un país extraño y con un chico de apenas dos años. Solo aspira a volver a su país. Algo que también entusiasmaba al finado. 'Quería regresar con un título bajo el brazo', reveló Enrique Castro, ex rector del Centro de Estudios Superiores Nicolás Avellaneda, donde aquél obtuvo su brevet de periodista, tal vez el punto inicial de su tragedia.”


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