14.3.11

Política Nacional

HACE 20 AÑOS DINAMITABAN EL ALBERGUE WARNES
El sábado 16 de marzo de 1991 el Albergue Warnes fue demolido mediante una implosión. Se comenzó a construir por el gobierno de Juan Perón a comienzos de los años ‘50 para ser un hospital infantil. Pero luego de su derrocamiento quedó inconcluso. Durante años la obra simbolizó las disputas y fracasos de la Argentina. Tramos de El Warnes murió por fusilamiento, nota de Eduardo Blaustein en el diario Página/12 del 17 de marzo de 1991.




“Como un monstruo que fue cobrando vida propia a lo largo de 36 años y que en los últimos meses recibió cachetazos dialécticos progresivamente abarcadores -símbolo de la miseria, del oprobio, del horror y hasta del infierno- el albergue Warnes cayó derrotado ayer en sucesivas explosiones aplaudidas entre festejos y chicanas políticas de los vecinos de los barrios de La Paternal y Agronomía, que acudieron de a miles al espectáculo gratuito y de los comentarios ácidos de funcionarios que -acaso melancólicos- no dejaron de reiterar el paralelismo entre la refundación doctrinaria del peronismo en el Cervantes y el derrumbamiento de uno de los sueños del general: el hospital de pediatría más avanzado de Latinoamérica. Como para que las paradojas se sostuvieran solas -y mientras los periodistas de radio y TV repetían la expresión 'monumento a la vergüenza' cada tres minutos- asistieron al espectáculo explosivo Roberto Vaca Narvaja y Cirilo Perdía, ex montoneros, como para despuntar el vicio. Fue al fin de cuentas el fin de la historia, 36 años después, y la nube de polvo de la última explosión, ocurrida a las 18.55, envolvió en los palcos a todos por igual en una única confusión.
Pasado el mediodía, hora de la convocatoria, los alrededores del Warnes eran el escenario ideal del cine catástrofe. Silenciosos y expectantes, los vecinos iban enfilando hacia el lugar intercambiando consignas misteriosas. Movilizados en media docena de vehículos, los de Defensa Civil se paseaban enfundados en chalecos futuristas y el perímetro de los viejos edificios estaba acordonado por 460 federales llevados en 70 patrulleros. Había guardia de infantería, la montada, palos, perros y hombres de la GEO y entre ellos merodeaban en bicicleta batallones de chiquilines, como buitres volando en círculos. (…) Tras los fotógrafos que iban y venían disfrazados de Nick Nolte en Bajo fuego, vigías apostados a cincuenta metros sobre el nivel del mar en elevadores neumáticos, unos metros más allá se veían algo así como dos plazafuertes -viejas construcciones semidestruidas- cuyas almenas aparecían artilladas por cámara de cine y TV. Filmaba por ahí Pino solanas, paseaban Alberto Fernández de Rosa y uno del cuarteto Zupay, y emergía también con su ropa de fajina la figura de un hombre corpulento. Marcial y a la vez distendido, saludó a la tropa:
-Buenas tardes.
-Buenas tardes, mi contraalmirante mayor.
-¿Cómo andan?
-Bien mi contraalmirante mayor.
Fue el propio intendente Carlos Grosso el que insistió con las metáforas bélicas. Alguien preguntó para qué sonaban las sirecas -fueron la señal de la primera cuenta regresiva- y bromeó: 'Tenés treinta segundos para ponerte la máscara antigás'.
(…)
Porque hubo explosiones, reiteradas entre señales de alborozo. Minutos antes Grosso decía las últimas frases para la radio: 'En el '55 convirtieron esto en un baldío. Esto pretende ser la demolición del símbolo de la frustración de los argentinos. No sólo se derriba un monumento a la injusticia social, sino también al sectarismo y al revanchismo'. Finalmente, con algunos minutos de demora, llegó la última señal: la bestia debe morir. La imagen de la mole de cemento sorprendida de pronto con falta de sustentación. La caída lastimosamente lenta. Y recién después un único estruendo seco, brutal, seguido por nubarrones de humo disparados a presión que en segundos cubrieron todo el edificio. Se necesitaban minutos tras la caída en desgracia de cada ala para comprobar la posición yacente de las estructuras, quebradas como fuselajes de aviones.
(…)
El cartel de la Municipalidad decía que el costo de la demolición fue de unos 8500 millones de australes. Cuando terminen de retirar las 7500 camionadas de escombros, se nivele, limpie e ilumine el lugar, el predio volverá por fin a manos de los nietos del señor Miguel Etchevarne, quien le inició juicio al Estado cuando la Libertadora.”



Fernando Pino Solanas en la demolición del Albergue Warnes



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