El 4 de octubre de 1980 la junta militar informó que el general Roberto Eduardo Viola era el elegido para reemplazar a Jorge Rafael Videla. En el quinto año de la dictadura del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, los comandantes del Ejército, Armada y Fuerza Aérea escogieron a quien gobernaría la Argentina. Fragmentos de Qué cambia con Viola, nota de Tabaré Areas en la revista Somos, nº 212 del 10 de octubre de 1980.
"A una semana de la fumata bianca producida por la Junta Militar, los interrogantes de la calle empezaron a cambiar. La gente ya no se pregunta -o pregunta a los amigos bien informados- el porqué de la prórroga que se tomaron los tres comandantes, o si Viola aceptó condicionado. Ahora el interrogante central es qué hará y qué cambiará el teniente general retirado Roberto Eduardo Viola cuando, el 29 de marzo próximo, se instale en la Casa Rosada como presidente de la Nación. Esa expectativa, que se palpa también en influyentes sectores e poder y en medios políticos, no hace más que reflejar algo de lo que muy pocos argentinos tienen dudas: de la habilidad de tenga este militar de 55 años para timonear el gobierno entre 1981 y 1984 depende en mucho el éxito o el fracaso del Proceso iniciado 54 meses atrás.
Quienes conocen a viola insisten en que es, siempre, partidario de las soluciones acordadas, y que en su nombramiento gravitó una íntima amistad que lo une al presidente Videla. Para muchos círculos militares esa amistad se traduce además en una sólida unidad de concepción, elemento que se convierte en un reaseguro de que los fines esenciales del Proceso no serán desvirtuados. La transición presupone una convivencia (es decir, presidente en funciones y presidente designado) que dadas la scaraceristicas de los dos protagonistas, sería posible llevar adelante sin sobresaltos. Por lo pronto, Videla y Viola ya habrían llegado a un tácito acuerdo sobre cómo se desenvolverse en los próximos seis meses. Videla actuará -se insiste- sin ninguna limitación ni condicionamiento, pero advertirá a Viola sobre las decisiones importantes que se adopten. Cuando esas decisiones tengan repercusión después de marzo, los dos hablarán al respecto para medir efectos y consecuencias. La idea -se dice en círculos responsables- es establecer un contacto directo, dejando para los equipos de colaboradores todo lo referido a la instrumentación de los acuerdos a los que se llegue. En fuentes militares -sobre todo en Ejército- se dice que debido a la unidad de concepción y a la amistad que los une (ingresaron juntos al Colegio Militar en 1942 y estudiaron en bancos próximos) no habrá contratiempos durante la transición. Esas mismas fuentes recuerdan que siendo Videla presidente y Viola comandante en Jefe, cuando hablaban por teléfono los dos insistían en ser los primeros en tomar la línea y esperar a su interlocutor: un signo protocolar de subordinación.
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¿Qué cambiará con Viola en el gobierno? Videla-Viola significan una unidad de concepción, pero además estás las pautas que, sobre la acción del futuro gobierno, fueron dadas por la Junta Militar. Es decir, que se producirán los cambios ya previstos en esas pautas, y que son el resultado de las correcciones a introducir después de cuatro años de experiencia en el gobierno. Es indudable que todo tendrá un estilo Viola y que esos ajustes -o profundización de políticas como se dice en medios militares- se centrarán en las áreas política y económica.
En sus declaraciones de los dos últimos años, Viola tocó un tema con llamativa insistencia: la unidad nacional. Al despedirse como comandante en Jefe, el 26 de diciembre pasado, dijo: 'La unidad nacional cuyo producto debe ser el acuerdo de los argentinos sobre el sistema de ideas y el marco institucional que lo materialice, significa establecer un sistema político aceptado'. Quienes trabajan a su lado aseguran que Viola orientará su gobierno hacia una convergencia que determine una política de unión nacional, criterio que tendría el pleno apoyo de la Junta Militar. El estilo Viola -se dice- presupone una revitalización del diálogo político. Si ese diálogo hasta el momento se centró en el aspecto doctrinario (fijar el modelo de país deseado y los objetivos en que todos los sectores están de acuerdo), a partir de marzo estaría referido especialmente a la parte instrumental (es decir, cómo se hace el país que se quiere). Esa faceta instrumental del diálogo tendría tres elementos claves: Estatuto de los Partidos Políticos, Ley Electoral y la posibilidad de una reforma constitucional.
En distintos círculos (y mucho antes de su nombramiento) se escuchó decir con frecuencia que Viola será el hombre de la apertura política. Un hecho que no lo desmiente: el ex comandante del Ejército habría dialogado en forma continua con la mayoría del espectro político argentino en reuniones que no siempre llegaron a trascender, pero muy especialmente con dirigentes enrolados en la FUFEPO (Fuerza Federalista Popular) y otras corrientes de centro. 'Considero a los partidos políticos -dijo Viola- como una parte de la democracia. No concibo a ésta sin la existencia de aquéllos. Allí deben formarse los dirigentes con capacidad y vocación para conducir la Nación, y deben ser escuelas de activismo y compromiso nacional. Quien así no lo vea, no lo desee, no está pensando en términos de democracia'.
En ese terreno los observadores especulan con el giro que pueden tomar las relaciones del gobierno con el peronismo, un tema por demás urticante. Apenas conocida la designación de Viola, Deolindo Felipe Bittel dijo: 'Si bien los sectores populares no han participado de la designación, ponemos las esperanzas en que el nuevo presidente habrá de buscar la forma y el modo de gobernar para el pueblo', a la vez que pidió plazos electorales. ¿Qué piensa Viola del peronismo? En enero último le dijo a un cronista del diario La Capital de Mar del Plata: 'No podrá mantenerse unido. Sólo una acción persecutoria, que no se dará bajo ningún concepto, podría ofrecer la posibilidad de una unidad monolítica de ese grupo político'.
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En círculos próximos a Viola se dice también que éste tendría interés en intensificar las relaciones con los Estados Unidos. La imagen de Viola en ese país se consolidó en los dos últimos años, y su nombre no es desconocido en los centros de poder de Washington, un hecho que muchos atribuyen a la fluida relación que mantuvo con el ex embajador norteamericano en Buenos Aires, Raúl Castro. En la administración Carter, se reconocería en Viola a un hombre con aspiraciones democráticas y defensor de los derechos humanos (bastardilla en el original)
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En otro flanco de la realidad nacional, los partidos políticos aguardan cautos el período de transición. Una rápida revista por el tablero político habla a las claras de los matices que puede generar la futura gestión presidencial. Existe un grupo de partidos que aspiran a convertirse en el oxígeno político del nuevo tramo del Proceso y contribuir a la formación de un encuadramiento capaz de prepara la descendencia. En esa corriente estarían -con diferencias formales, no de fondo- la Fuerza Federalista Popular, el bloquismo de San Juan, el eje formado por demócratas progresistas, socialistas democráticos (Gianonni-Ghioldi) y Unión Cristiana Democrática (Gerardo Ancarola), y SEA (Jaime Perriaux, con un apoyo más crítico de Catalán).
En otro grupo están enrolados partidos y sectores que, desde una posición que podrían definirse como de apoyo crítico, buscan insertase en el Proceso pero sin mimetizarse, en un amplio espectro que va desde los sectores más dialoguistas del peronismo (Raúl Matera, Julio Romero, Generación Intermedia) hasta el desarrollismo, pasando por la Democracia Cristiana y el Partido Nacional de Centro de Pablo González Bergez. Cualquier avispado lector de declaraciones políticas deduce fácilmente que esta corriente tiene un punto aglutinante: el rechazo a la política económica comandada por José Alfredo Martínez de Hoz. Por lo general buscan el camino electoral, pero luego de un período de transición y acuerdo de coincidencias durante el próximo tramo del Proceso: por eso, en lo político, extienden un voto de confianza a Viola.
En medios políticos se sigue con atención la postura del radicalismo. La conducción encabezada por Ricardo Balbín (se dice) juega su estrategia descartando la posibilidad de un acuerdo entre Viola y los federalistas-centristas por un lado, y con el peronismo por el otro. Según ese razonamiento, el radicalismo asomaría como el único partido orgánico, cohesionado, capaz de ofrecer a las Fuerzas Armadas las garantías por el retorno a la normalidad institucional. En función de esta posibilidad, se insiste en medios partidarios, es que Balbín estableció un cauto compás de espera hasta la asunción del futuro presidente, confiando en que su gestión marcará el fin del actual esquema de poder.
Por otra parte, la conducción oficial del peronismo mantiene su postura excluyente, con dos incógnitas que condicionan su posibilidad de maniobra: las imprevisibles actitudes que pueda tomar Isabel Perón (en el caso en que salga en libertad), Lorenzo Miguel, y el movimiento obrero en general, actualmente poco proclive a comprometerse con el aparato político partidario. El cuadro se completa con el grupo que aglutina a la izquierda (Partido Comunista, Intransigentes, FIP, Confederación Socialista, Popular Cristiana, Socialista Unificado) y que -según las reglas de juego del Proceso- quedan en una franja marginada y piden, con urgencia, elecciones.
Viola, en tanto ya había tirado una punta sobre lo que es, en definitiva, el gran dilema de los argentinos: cómo vivir en democracia. 'Llevar a la práctica la democracia -dijo- no será fácil. Los sistemas políticos no se crean o perfeccionan de un día para el otro. Por el contrario, exigen una elaboración perseverante, porque dependen más del consenso que logren en el corazón de los ciudadanos que de las leyes y normas dispuestas para regirlos'.”
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