A 30 AÑOS DEL COMIENZO DE LA GUERRA IRÁN-IRAK
El 22 de septiembre de 1980 las tropas de Irak atacaron Irán. Luego del triunfo en 1979 de la Revolución Islámica, el ayatollah Ruhollah Khomeini gobernaba Irán. En tanto, Irak era dirigido por Saddam Hussein, que contaba con el apoyo de los Estados Unidos. La guerra duró ocho años y dejó cientos de miles de muertos. El comienzo del conflicto, en Irak-Irán: el mundo en peligro, nota de la revista Somos, nº 210 del 26 de septiembre de 1980.
"Señor presidente, un informe urgente del Departamento de Estado, susurró un colaborador de la Casa Blanca en el oído de Jimmy Carter el domingo último, por la noche, mientras el presidente dormitaba a bordo del avión Air Force One después de un agitado día de mitines electorales. Carter se incorporó suavemente para no despertar a su mujer, que dormía con la cabeza apoyada en las rodillas de su marido. Pero cuando abrió la carpeta y recorrió velozmente los cables en código cerrado transmitidos por el Departamento de Estado no pudo reprimir un silbido de sorpresa: en pocas horas el conflicto fronterizo entre Irán e Irak había degenerado en una feroz guerra abierta -con participación de blindados, aviones, fuerzas navales y artillería pesada- que amenazaba con poner en peligro el abastecimiento petrolero de Occidente.
En el mismo momento -por la diferencia horaria entre Moscú y Washington-, el líder soviético Leonid Brezhnev se preparaba a tomar su desayuno cuando recibió un informe similar redactado durante la noche por los principales colaboradores del canciller Andrei Gromyko. Brezhnev, generalmente hermético como un Buda, no pudo evitar un gesto de cólera: con el puño cerrado golpeó violentamente sobre la mesa e hizo temblar la fina vajilla de Sévres. Después, mientras tomaba a grandes tragos un café negro y un arsenal de remedios, llamó con urgencia a una reunión de los principales expertos del Kremlin en cuestiones de Medio Oriente.
La sorpresa y la cólera de los dos mayores dirigentes del mundo obedecían, sin duda, a las grandes consecuencias políticas y económicas que podía tener ese conflicto imprevisto entre Irán e Irak. Desde que estalló la guerra del petróleo (en 1973), y sobre todo después de la caída del sha de Irán, los expertos políticos y estrategas habían imaginado decenas de escenarios y de ejercicios de política-ficción para un posible conflicto en el Golfo Pérsico capaz de interrumpir el envío de petróleo desde Medio Oriente hacia los países occidentales: un conflicto en esa región -que concentra el 50 por ciento de la producción mundial de petróleo -implicaría cortar la yugular económica de Occidente.
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Pero antes de lanzarse a una aventura militar, Hussein tuvo la prudencia de realizar discretas consultas con los otros países de la zona. La decisión de provocar la guerra fue tomada, al parecer, durante la última reunión de la OPEP en Viena; Arabia Saudita, interesada en provocar la rápida caída de Khomeiny, dio su bendición a Irak y se comprometió a cubrir el frente económico del conflicto mediante un eventual aumento de la producción para compensar la reducción de la oferta que se produciría como resultado de una guerra. Irak sabía, además, que Estados Unidos no sería hostil a una guerra capaz de terminar definitivamente con el régimen revolucionario islámico de Irán, aunque esa aventura pudiera poner en peligro la vida de los rehenes detenidos desde el 4 de noviembre pasado en la embajada norteamericana en Teherán.
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A pesar de haber sufrido cinco bombardeos en Bagdad, Irak parece en condiciones de ganar la guerra, sobre todo porque las fuerzas armadas de Irán sólo son operacionales en un 30 por ciento, según cálculos de los expertos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Bruselas. Como ejemplo, explicaron que sólo el 10 por ciento de los helicópteros está en condiciones de volar. Por falta de repuestos, municiones, oficiales y entrenamiento adecuado, la revolución islámica transformó el mejor ejército de Medio Oriente en una especie de Armada Brancaleone que desertó a los primeros disparos y fue incapaz de organiza un plan de batalla para defender su país. En dos días de combates Irán perdió 67 aviones y varios barcos, y la fuerza aérea fue incapaz de hacer blanco en las instalaciones petroleras de Chueibeh y Bassorah. Contra las previsiones iniciales, la ferocidad de los combates demostró que los dos países están dispuestos a llevar la guerra hasta las últimas consecuencias. Esa impresión se confirmó entre el martes y el miércoles pasados, cuando los dos ejércitos bombardearon las destilerías e instalaciones petroleras, aunque -hasta ahora- nadie se atrevió a disparar sobre los pozos.
La gravedad del conflicto, de todos modos, alcanzó para convertir en realidad los escenarios y las especulaciones de política-ficción imaginadas por los expertos en los últimos años: la destrucción de las instalaciones de embarque y refinado obligó a los dos países a suspender totalmente sus exportaciones. Los 3,5 millones de barriles diarios que produce Irak y los 500 mil barriles de Irán -cifra insignificante en comparación con los 5,5 millones que producía en épocas del sha- representan el 17 por ciento del petróleo comercializado en el mundo. Además, la amenaza de cierre del estrecho de Ormuz creó una ola de pánico en Occidente. Por esa vía navegable que comunica el golfo Pérsico con el océano Índico pasa un petrolero cada doce minutos con sus bodegas llenas de crudo extraído de Arabia Saudita, Irán, Irak, Kuwait y los pequeños emiratos de la región. En total, por el estrecho de Ormuz pasa el 50 por ciento del petróleo que se consume hoy en el mundo: no es necesario ser un experto político para comprender la gravedad de la situación. Por lo demás, Estados Unidos dijo muchas veces que el cierre de Ormuz provocaría automáticamente la intervención militar norteamericana. Eso explica el pánico de los máximos dirigentes del mundo el miércoles pasado ante la perspectiva de que ese conflicto localizado se convierta en el detonante de la Tercera Guerra Mundial, un pánico que se tradujo claramente en el alza del oro y el precio de las divisas fuertes.
Por el momento, sin embargo, la situación no ofrece todavía perspectivas trágicas porque los países occidentales tienen suficientes reservas como para hacer frente a cien días sin recibir petróleo. Además, en el mercado hay un exceso de oferta superior en un 10 por ciento a la demanda. Ergo, la interrupción de las exportaciones de los dos países puede ser compensada fácilmente con un discreto aumento del ritmo de extracción en Arabia Saudita y en los otros países prooccidentales de la región.
Pero la situación puede complicarse mucho y muy rápido si Irak o Irán, desesperados, deciden bombardear los pozos de petróleo o cerrar el estrecho de Ormuz. Irán dinamitó todos sus yacimientos ante una posible invasión norteamericana, y basta con hundir un petrolero para cerrar el tránsito entre el golfo Pérsico y el océano Índico.
Por esa razón ésta es realmente la primera vez desde la guerra de Corea que el mundo vive sobre un polvorín."
Documental sobre el conflicto Irán-Irak
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