Como Monterey Pop, Woodstock, y los festivales de la isla de Wight, la Argentina también quiso tener su gran reunión de música progresiva al aire libre. Poco antes del primer B.A. Rock, el locutor Edgardo Suárez organizó en Lobos, ciudad cercana a Buenos Aires, un festival con los principales grupos argentinos. Pero el gobierno provincial se negó a autorizar el encuentro. Fragmentos de La primavera: flores, fuegos, hippies y Lobos, nota de Carlos Begue, Silvia Rodríguez y Jorge Lebedev publicada en la revista Panorama, nº 179 del 28 de septiembre de 1970.
"Los lobos aúllan
Claro que no todo resultó florido. A 120 kilómetros, la escena parecía la llegada de cualquier alto mando militar a un campamento de combatientes. Con una diferencia: allí -en la ribera de la laguna de Lobos- todo respiraba un bucólico aire de paz. El mionca -arracimado de barbudos y maxifalderas- se abría paso lentamente entre el cardumen de hippies que gritaba 'pariente... pariente... pariente...'. Desde el estribo -la mano en alto haciendo con dos dedos la V de la victoria- el mendocino Edgardo Negro Suárez respondía a las aclamaciones de sus afligidos catecúmenos. No era para menos: un ucase del gobierno bonaerense los privaba de celebrar en los pagos de Juan Moreira el estallido de la primavera. La convocatoria del carismático discjockey prometía -bajo el título de Primer Festival de la Música Joven- tres días (19, 20 y 21 de septiembre) de ininterrumpidas estridencias beat con Los Gatos, Manal, La Cofradía de la Flor Solar, Almendra, La Barra de Chocolate y otras ruidosas hermandades sin descuidar el tango y el folklore en dosis más modestas. Esto, amén de concursos, regalos, fogones y la elección de la Lobita Reina a precio muy de pariente: apenas 500 pesos viejos. Pero todo quedó en agua de borrajas: la interdicción oficial ahuyentó a los trovadores y a buena parte de los 200 mil acampantes previstos. Apenas 30 mil valientes arribaron a la vista de la tierra prometida: las 75 hectáreas del nonato Country Club de Lobos. Apostados en la tranquera, celosos policías lugareños vigilaban cualquier invasión. Solitarias y fantasmales afloraban del otro lado las 80 letrinas, los quioscos, el gigantesco tinglado, las carpas comunitarias. Pero si nadie podía hollar el paraíso, nada impedía acampar en los lindes. Y así se hizo, con la bendición del patriarca Suárez la tolerancia de los gendarmes. Entonces Lobos fue una fiesta, aunque a medio trapo: circuló el calumet de la paz, se tañeron las guitarras, trepó airoso el sonido de las flautas, los cuerpos se broncearon al sol. Entre los juncales crecieron las risas y los cantos y pocos se sustrajeron al llamado del amor. Tanta profusión de estrafalarias vestimentas y pelambres selváticas alimentó la curiosidad de los pueblerinos. Para ellos, este acceso al reino del asombro significó cambiar el escenario de la tradicional vuelta del perro: en vez de la plaza, el camino de la laguna.
'Aquí pueden llevar cualquier cosa: desde la plata hasta los cigarrillos. También caben estampitas de vírgenes o la pichicata' -escandalizaba a los paseantes un lungo disfrazado de santón ofertándoles un rústico bolsón de gamuza. Enfundada en un saari de pretérito color blanco una adolescente de mirada perdida deliró ante Panorama: 'Me remonto con todo lo que puedo y trato de remontarme siempre: con las flores y conmigo mismo y haciendo el amor. El pasto es Dios y el pasto crece, y todo lo es, y si te integrás a él todo el universo es tuyo. El universo entero es tu hogar si sos lo bastante grande como para vivir sin él'.
Paz y comercio
Velando los restos de una botella de tinto en el bar y parrilla La Costanera, estaban los notables de la zona lacustre de Lobos. El morrudo Oscar Verón (38), administrador del Country plañó: 'El gobierno ha interpretado mal el sentido del festival, un evento absolutamente inocente capaz de promover la laguna como lugar de miniturismo. Su auxiliar Aristóbulo Moreto (48) enigmatizó: 'La juventud quiere estar con el sol, con la luna, con la naturaleza y alejarse de las ideologías. Lo que se buscaba era lograr la paz, sin descuidar los fines comerciales. Paz y comercio es nuestro lema'. Más directo, Vicente Benito Verón (se autodefinió como un 'buscador de fondos culminantes de las cosas') exaltó la tercera posición de los jóvenes y juzgó 'inadmisible que se avasalle el derecho de un grupo de ciudadanos a organizar el festival'.
Eduardo Dreyden López (34) -barítono aficionado y propietario con su hermano Danby del predio donde iba a celebrarse el jolgorio- reveló: 'El intendente no parece muy dispuesto a jugarse en esta patriada destinada a promocionar las bellezas naturales de este pueblo (Se refería a Abel Macoco Culela, un conmilitón de Emilio Coco Hardoy que se esfumó durante el fin de semana). Veinticuatro horas antes de largarse el festival recibimos una nota suya certificando la prohibición de realizarlo. Ignoro los motivos de esta medida. La orden vino del Ministerio de Gobierno de la provincia sin aducir ningún argumento'.
(...)
Curiosamente, el encargado de dar iluminación al campus era el cura tercermundista Pedro José Bay (51) -párroco de Antonio Carboni, un pueblecito de 90 casas a 35 kilómetros de la laguna y presidente de la Cooperativa de Electricidad local. 'Me interesan los esfuerzos que se están haciendo por mejorar la zona de la laguna -dijo-. ¿El festival hippie? Pensaba aparecerme por allí para saber qué clase de cosa era. En principio no me parece ni bien ni mal: todo depende de lo que hubiera sucedido.'
Para desconsuelo de los sempiternos aguafiestas, el petit week end concluyó en paz: hubo unos minutos de silencio -la última noche- par oír el croar de las ranas y antes de separarse, los acampantes se intercambiaron vinchas, collares, amuletos, abigarradas camisas, mantones y otras prendas del empilche hippie."
Recuadro
Censura: no todos somos parientes
'Quienes llegaron a Lobos -confiesa Suárez- no tuvieron ningún problema con la policía. Es más -cuando el sábado a la noche suspendieron la guardia en la entrada del camping-: nadie osó entrar. Hasta consiguieron comida para los muchachos trasladando, en algunos casos, alimentos desde el pueblo. Las comisiones de damas del lugar venían a saludarnos y los pescadores confraternizaban en nuestro fogones. No fue necesario recurrir a los primeros auxilios y los acampantes -chicos y chicas entre 15 y 25 años de variadas ocupaciones: músicos, artesanos, estudiantes, empleados- nunca se sintieron menos perseguidos por las fuerzas del orden. Muchos me han preguntado si soy un líder para estos jóvenes: lo niego. No soy un líder para nadie. (...) Han adquirido conciencia de grupo y ya no se sienten marginados porque ellos tienen precisos marcos de referencia. Pienso que caminan hacia la madurez. No olvidemos que también tienen ideas políticas y que votarán el el futuro. Que si es necesario provocar cambios de fondo, radicales, esa muchachada de hoy será un factor de presión'.
Amable, irónico y precavido (no olvidó grabar la entrevista con Panorama), el ministro (José de) San Martín se regodeó con su verba florida: 'Tengo comprobado que quienes organizaron el festival cursaron la correspondiente solicitud de permiso el 15 de septiembre. Obviamente, si el evento se planeaba para los días 19, 20 y 21, resulta imposible arbitrar en tan poco tiempo las necesarias medidas de salubridad y policía de las costumbres. (...) Además, el encuentro no fue prohibido, sino simplemente no se autorizó. Si en el futuro se presenta la solicitud con la debida antelación es factible autorizar la reunión. Pero siempre que contemos con el tiempo necesario para montar una policía sanitaria y tomemos todos los recaudos debidos para respetar las buenas costumbres. En estos encuentros multitudinarios hay siempre algunos factores problemáticos para las autoridades: aquellos que impiden el control físico de un grupo demasiado heterogéneo. (...) Lo del pelo largo es un problema estético e higiénico -aunque en definitiva de tijeras-, pero los atavíos de algunos de estos muchachos y chicos resultan algo extraños: las túnicas se usaron por última vez en Grecia. En mi época los encuentros de la juventud eran espirituales y no físicos (la hora de John Paris y la de Bing Crosby), pero jamás fuimos convocados para reunirnos en torno de ellos...'."
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FESTIVAL DE LOBOS 1970, EL WOODSTOCK ARGENTINO QUE NO FUE
"Los lobos aúllan
Claro que no todo resultó florido. A 120 kilómetros, la escena parecía la llegada de cualquier alto mando militar a un campamento de combatientes. Con una diferencia: allí -en la ribera de la laguna de Lobos- todo respiraba un bucólico aire de paz. El mionca -arracimado de barbudos y maxifalderas- se abría paso lentamente entre el cardumen de hippies que gritaba 'pariente... pariente... pariente...'. Desde el estribo -la mano en alto haciendo con dos dedos la V de la victoria- el mendocino Edgardo Negro Suárez respondía a las aclamaciones de sus afligidos catecúmenos. No era para menos: un ucase del gobierno bonaerense los privaba de celebrar en los pagos de Juan Moreira el estallido de la primavera. La convocatoria del carismático discjockey prometía -bajo el título de Primer Festival de la Música Joven- tres días (19, 20 y 21 de septiembre) de ininterrumpidas estridencias beat con Los Gatos, Manal, La Cofradía de la Flor Solar, Almendra, La Barra de Chocolate y otras ruidosas hermandades sin descuidar el tango y el folklore en dosis más modestas. Esto, amén de concursos, regalos, fogones y la elección de la Lobita Reina a precio muy de pariente: apenas 500 pesos viejos. Pero todo quedó en agua de borrajas: la interdicción oficial ahuyentó a los trovadores y a buena parte de los 200 mil acampantes previstos. Apenas 30 mil valientes arribaron a la vista de la tierra prometida: las 75 hectáreas del nonato Country Club de Lobos. Apostados en la tranquera, celosos policías lugareños vigilaban cualquier invasión. Solitarias y fantasmales afloraban del otro lado las 80 letrinas, los quioscos, el gigantesco tinglado, las carpas comunitarias. Pero si nadie podía hollar el paraíso, nada impedía acampar en los lindes. Y así se hizo, con la bendición del patriarca Suárez la tolerancia de los gendarmes. Entonces Lobos fue una fiesta, aunque a medio trapo: circuló el calumet de la paz, se tañeron las guitarras, trepó airoso el sonido de las flautas, los cuerpos se broncearon al sol. Entre los juncales crecieron las risas y los cantos y pocos se sustrajeron al llamado del amor. Tanta profusión de estrafalarias vestimentas y pelambres selváticas alimentó la curiosidad de los pueblerinos. Para ellos, este acceso al reino del asombro significó cambiar el escenario de la tradicional vuelta del perro: en vez de la plaza, el camino de la laguna.
'Aquí pueden llevar cualquier cosa: desde la plata hasta los cigarrillos. También caben estampitas de vírgenes o la pichicata' -escandalizaba a los paseantes un lungo disfrazado de santón ofertándoles un rústico bolsón de gamuza. Enfundada en un saari de pretérito color blanco una adolescente de mirada perdida deliró ante Panorama: 'Me remonto con todo lo que puedo y trato de remontarme siempre: con las flores y conmigo mismo y haciendo el amor. El pasto es Dios y el pasto crece, y todo lo es, y si te integrás a él todo el universo es tuyo. El universo entero es tu hogar si sos lo bastante grande como para vivir sin él'.
Paz y comercio
Velando los restos de una botella de tinto en el bar y parrilla La Costanera, estaban los notables de la zona lacustre de Lobos. El morrudo Oscar Verón (38), administrador del Country plañó: 'El gobierno ha interpretado mal el sentido del festival, un evento absolutamente inocente capaz de promover la laguna como lugar de miniturismo. Su auxiliar Aristóbulo Moreto (48) enigmatizó: 'La juventud quiere estar con el sol, con la luna, con la naturaleza y alejarse de las ideologías. Lo que se buscaba era lograr la paz, sin descuidar los fines comerciales. Paz y comercio es nuestro lema'. Más directo, Vicente Benito Verón (se autodefinió como un 'buscador de fondos culminantes de las cosas') exaltó la tercera posición de los jóvenes y juzgó 'inadmisible que se avasalle el derecho de un grupo de ciudadanos a organizar el festival'.
Eduardo Dreyden López (34) -barítono aficionado y propietario con su hermano Danby del predio donde iba a celebrarse el jolgorio- reveló: 'El intendente no parece muy dispuesto a jugarse en esta patriada destinada a promocionar las bellezas naturales de este pueblo (Se refería a Abel Macoco Culela, un conmilitón de Emilio Coco Hardoy que se esfumó durante el fin de semana). Veinticuatro horas antes de largarse el festival recibimos una nota suya certificando la prohibición de realizarlo. Ignoro los motivos de esta medida. La orden vino del Ministerio de Gobierno de la provincia sin aducir ningún argumento'.
(...)
Curiosamente, el encargado de dar iluminación al campus era el cura tercermundista Pedro José Bay (51) -párroco de Antonio Carboni, un pueblecito de 90 casas a 35 kilómetros de la laguna y presidente de la Cooperativa de Electricidad local. 'Me interesan los esfuerzos que se están haciendo por mejorar la zona de la laguna -dijo-. ¿El festival hippie? Pensaba aparecerme por allí para saber qué clase de cosa era. En principio no me parece ni bien ni mal: todo depende de lo que hubiera sucedido.'
Para desconsuelo de los sempiternos aguafiestas, el petit week end concluyó en paz: hubo unos minutos de silencio -la última noche- par oír el croar de las ranas y antes de separarse, los acampantes se intercambiaron vinchas, collares, amuletos, abigarradas camisas, mantones y otras prendas del empilche hippie."
Recuadro
Censura: no todos somos parientes
'Quienes llegaron a Lobos -confiesa Suárez- no tuvieron ningún problema con la policía. Es más -cuando el sábado a la noche suspendieron la guardia en la entrada del camping-: nadie osó entrar. Hasta consiguieron comida para los muchachos trasladando, en algunos casos, alimentos desde el pueblo. Las comisiones de damas del lugar venían a saludarnos y los pescadores confraternizaban en nuestro fogones. No fue necesario recurrir a los primeros auxilios y los acampantes -chicos y chicas entre 15 y 25 años de variadas ocupaciones: músicos, artesanos, estudiantes, empleados- nunca se sintieron menos perseguidos por las fuerzas del orden. Muchos me han preguntado si soy un líder para estos jóvenes: lo niego. No soy un líder para nadie. (...) Han adquirido conciencia de grupo y ya no se sienten marginados porque ellos tienen precisos marcos de referencia. Pienso que caminan hacia la madurez. No olvidemos que también tienen ideas políticas y que votarán el el futuro. Que si es necesario provocar cambios de fondo, radicales, esa muchachada de hoy será un factor de presión'.
Amable, irónico y precavido (no olvidó grabar la entrevista con Panorama), el ministro (José de) San Martín se regodeó con su verba florida: 'Tengo comprobado que quienes organizaron el festival cursaron la correspondiente solicitud de permiso el 15 de septiembre. Obviamente, si el evento se planeaba para los días 19, 20 y 21, resulta imposible arbitrar en tan poco tiempo las necesarias medidas de salubridad y policía de las costumbres. (...) Además, el encuentro no fue prohibido, sino simplemente no se autorizó. Si en el futuro se presenta la solicitud con la debida antelación es factible autorizar la reunión. Pero siempre que contemos con el tiempo necesario para montar una policía sanitaria y tomemos todos los recaudos debidos para respetar las buenas costumbres. En estos encuentros multitudinarios hay siempre algunos factores problemáticos para las autoridades: aquellos que impiden el control físico de un grupo demasiado heterogéneo. (...) Lo del pelo largo es un problema estético e higiénico -aunque en definitiva de tijeras-, pero los atavíos de algunos de estos muchachos y chicos resultan algo extraños: las túnicas se usaron por última vez en Grecia. En mi época los encuentros de la juventud eran espirituales y no físicos (la hora de John Paris y la de Bing Crosby), pero jamás fuimos convocados para reunirnos en torno de ellos...'."
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