El 15 de julio de 2000 falleció el escritor Juan Filloy. Autor de una obra de alrededor de 50 libros, no todos publicados, vivió 105 años. Participó en la Reforma Universitaria de 1918 cuando estudiaba abogacía. Su obra fue tan prolífica como poco difundida. Tramos de El escritor más secreto de la Argentina, entrevista de Raúl Víctor Soumerou en la edición nº 220 de la revista El Periodista del 9 de diciembre de 1988.
“Novelas, cuentos, poemas, nouvelles, traducciones, palíndromos, crónicas de viaje, críticas de arte y de libros. Juan Filloy escribió una obra tan numerosa que no parece hecha por un escritor de esta época sino por otro, fantasmal, perteneciente al siglo XIX, cuando la creación literaria parecía animada por el aliento que ahora se extraña. Este hombre que vivió la mayor parte de sus 94 años en la ciudad cordobesa de Río Cuarto, fue publicando parte de ese rosario de volúmenes en ediciones privadas de 300, 400 o 500 ejemplares, los que terminaron en manos de amigos, de escasísimos lectores y de algunas bibliotecas públicas. Ahora están agotados.
‘En total aparecieron 23 opus -dice-, más uno que debe salir en cuestión de días’. Un caudal suficiente para ser reconocido y gozar de justa fama. Sin embargo, aunque recibió algunos premios (...); aunque presidió un congreso de escritores y fue designado miembro de la Academia Argentina de Letras, es un desconocido para el gran público lector.
(...)
-¿A Juan Filloy le gusta la marginalidad en que se encontró durante tanto tiempo?
-¡Claro que me gusta! Pero además no podría ser de otra manera. Yo he sido magistrado judicial siempre. No podía estar ejerciendo un cargo y escribiendo libros heterodoxos. La heterodoxia, la coprolalia, la crudeza verbal de mis libros me vedaban las ediciones públicas. Cuando publiqué Op Oloop, que es un poco disonante con la moral en curso, quise hacer una edición pública. Pero había una dependencia municipal que recababa con prioridad los manuscritos y allí nos dijeron al editor y a mí que si lo publicábamos sería inmediatamente incautado.
-Al enumerar los aspectos de su heterodoxia, usted pone énfasis en la coprolalia, en la crudeza verbal. ¿No cree que además hay en su obra abundantes elementos de crítica social?
-Completamente. Toda la vida he tenido una posición de izquierda neta y me llamó la atención que me designaran espontáneamente en un cargo judicial. Allí, dentro de lo compatible, seguí manteniendo una actitud izquierdista en cuanto a mis ideas y felizmente nunca he tenido ningún impedimento de orden político.
-¿El único problema que tuvo fue con el régimen militar en 1977?
-Sí. Durante el Proceso me tuvieron con el culo al norte. Claro, porque Vil & Vil es un libro de neta posición antimilitarista. Yo disimulé el problema local haciéndolo sudamericano o latinoamericano, pero el ejército lo percibió. Percibió y me tuvo a mí por uno o dos años sometido a verdaderas inquisiciones a cargo de tres coroneles que obraban de Torquemadas con plena conciencia y con una fobia única, con un espíritu de hostilidad y de rabia, de impotencia por no poderme agarrar en falta.
-¿Sus libros son más violentos cuando son escritos en períodos históricos de fuerte represión, o no?
-Yo creo que no hay conexión en ese sentido. Mis libros son de tiraje muy pequeño, de modo que no van a la masa actuante en un movimiento de subversión izquierdista. Eran libros que tenían su ámbito en elementos muy reducidos, que posiblemente no eran activistas.
-Esa tendencia a escribir para un grupo reducido parece alterar el clásico esquema escritor-texto-público; este último tiende a restringirse. ¿Hay en ello alguna intención especulativa desde la perspectiva teórica del relato?
-No. Yo siempre he buscado un principio de originalidad. He tratado en lo expositivo o en la organización de mis novelas o cuentos un motivo distante de la generalidad. Por eso quizás usted haya advertido una diferencia con la obra común.
-¿Y con los personajes? Usted ha creado personajes individualistas como el Op Oloop; un personaje que dialoga con nadie (Yo Yo y Yo); otros corales como en Ignitus; en Caterva por momentos los siete personajes centrales parecen constituir una unidad, en otros momentos siete individualidades.
-En Ignitus he querido hacer una traedia moderna supliendo el coro de la tragedia griega con una serie de actos que envuelven el punto trágico, pero con mirada distinta a la del pueblo helénico. El coro es la voz pública y yo busco un público que lo reemplace: una asociación de damas, un grupo de periodistas, de vecinos, de hippies. Siempre busqué un personaje desconectado del criterio general, completamente parido por mí. Pero sin prestarle ni mi erudición ni mi educación. En realidad el espíritu del escritor es una matriz que le está pariendo personajes a cada rato. En Caterva, una periodista estudió 106 caracteres. Dicho sea de paso, Caterva es una novela que lo impresionó mucho a Cortázar. Cortázar tiene una especie de proceso de culpabilidad; incluso se ha apoderado de algunas cosas -sonríe-. Muchos me lo han dicho.
-A usted parece apasionarlo el humor.
-¡Ah, sí! Desde chico. Proviene posiblemente de mi madre, que era una mujer muy graciosa. Y luego de mi afición a la literatura francesa, a los humoristas franceses, a los caricaturistas. Tengo una colección de humoristas franceses completa. Y después los humoristas teatrales, los del teatro de boulevard, chispeantes a más no poder.
-También le interesa la historia. Pienso en algún capítulo de Aquende.
-Sí, me gusta mucho ese capítulo. Allí doy mi punto de vista real de nuestra historia. Una historia magnificada. Como nosotros somos un pueblo sin historia, los hechos ínfimos se magnifican porque necesitamos idolizar personajes.
-Entre los personajes que toma en ese texto figura el dictador Francia.
-Se trata de un personaje muy importante de la historia de América del Sur. Criado en Córdoba bajo el manto de la hipocresía cordobesa, resultó uno de los dictadores más taimados e inteligentes del continente. Con él Roa Bastos hizo una obra maravillosa. Ese es un capítulo un poco fantasmagórico. Es un tema que me gusta mucho. En todos mis libros agrego siempre algo de ese tono. En Op Oloop, por ejemplo, hay un diálogo telestésico entre el protagonistas y Francisca; un diálogo con algo de parapsicológía, de fenómenos que a mí me inspiró Charles Richet, un premio Nobel de Medicina que escribió el tratado Metapsíquica, que es fantástico. Siempre he sido muy versado en lecturas francesas.
-¿Usted relee de vez en cuando su obra?
-Mire: es increíble; yo no he releído una novela mía. Me divierto cuando las escribo o cuando corrijo las pruebas, después no vuelvo a verlas.
-Léalas, son buenas.
Con una risa placentera, larga, convencida, agrega Filloy: -Son buenas. Claro que son buenas.”
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