2.7.10

Dictadura 1976-1983

EL CRIMEN DE LOS SACERDOTES PALOTINOS
El 4 de julio de 1976 cinco religiosos católicos fueron asesinados en la ciudad de Buenos Aires. Aunque se sospechó de un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), los asesinos e instigadores jamás fueron juzgados. El único condenado fue el periodista Eduardo Kimel, a quien la Corte Suprema de Justicia penó con un año de prisión y el pago de una indemnización al camarista Guillermo Rivarola. En su libro La masacre de San Patricio, Kimel criticó a Rivarola, el primer juez de la causa, y éste lo demandó por el presunto delito de calumnias e injurias. Fragmentos de El crimen de los sacerdotes, nota de la edición nº 572 de la revista Gente del 8 de julio de 1976.



"Lunes 5 de julio. Seis de la tarde. Ocho grados. Cielo cargado de nubes. Silencio. El cronista entra lentamente en la casa parroquial de la iglesia de San Patricio (Orden de los Palotinos irlandeses), en la calle Estomba 1942, barrio de Belgrano R. Los ojos del cronista descubren dos ventanas en el living, un pasillo, un televisor, una mesa de vidrio, un teléfono descolgado (73-6780). El cronista se acerca a una de las ventanas, abierta hacia un jardín interno. El jardín está bien cuidado. El pasto es verde brillante. Las piedras, relucientes. El cronista camina hasta la segunda ventana. La segunda ventana da a una terraza. En la terraza, colgada de una soga, se seca una alfombra de color rojizo. Alguien ha lavado la alfombra hace muy poco, y ha tratado de borrar unas grandes manchas. Pero ha sido inútil. Las manchas permanecen. El cronista se acerca. Las manchas son de sangre. En uno de los ángulos de la terraza hay una pecera llena de agua sucia y sin peces. Alguien ha hundido una escoba en la pecera. La escoba está sucia de sangre. La escoba ha servido para lavar la alfombra y el agua de la pecera diluye poco a poco la sangre que ha teñido la paja de la escoba.
El cronista vuelve al living. Sus ojos buscan el suelo. El parquet, oscuro, está saltado en varios lugares, y la madera rota deja ver el alquitrán seco y opaco. El cronista sabe ya que el parquet ha sido castigado por balas. Cuenta los impactos. Son ocho.
La mirada del cronista se detiene en la mesa de vidrio. La mesa está rajada por las balas, lo mismo que la pantalla del televisor. El cable del teléfono ha sido arrancado de un tirón. El tubo, descolgado, cuelga del cable y se mueve lentamente.
El cronista abandona el living, atraviesa el pasillo y entra en uno de los dos dormitorios de la casa parroquial. El dormitorio tiene dos camas superpuestas, a la manera de las camas marineras. La dos camas están deshechas. Sobre un escritorio hay papeles, apuntes manuscritos, una novela de Harold Robbins (El pirata) señalada por un boleto de colectivo en la página 64 y una vieja máquina de escribir. En el mismo escritorio, en un ángulo, debajo de un grueso vidrio, hay una fotografía del papa Paulo VI. El único adorno que tienen las paredes del dormitorio es un poster con un poema de Rabindranath Tagore. El poema dice: 'Yo dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y vi que el servicio era alegría'.

Protagonistas
ALFREDO LEADEN, sacerdote, 55 años.
PEDRO DUFFAU, sacerdote, 60 años.
ALFREDO KELLY, sacerdote, 50 años.
JOSÉ EMILIO BARLETTI, seminarista, 25 años.
SALVADOR BARBEITO DOVAL, seminarista, 29 años.

Una coincidencia
Según amigos, vecinos, feligreses y compañeros de congregación, los tres sacerdotes y los dos seminaristas 'hablaban siempre de paz. Eran pacifistas militantes. Condenaban la violencia. Estaban atormentados por los crímenes, las bombas, los secuestros. Estaban atormentados por las mismas cosas que angustian a todos los argentinos'.

El domingo 4 de julio a las 8 de la mañana
Los tres sacerdotes y los dos seminaristas eran muy puntuales. Por eso, el domingo 4 a las 8 de la mañana ya había cerca de treinta personas frente a la puerta de la iglesia de San Patricio, esperando que el padre Kelly la abriera y empezara la primera misa del día.
A las 8.40, extrañado por la demora del padre Kelly, uno de los feligreses trató de abrir la puerta. No pudo. A las 8.20 llegó Rolando Savino, de 17 años, un estudiante de la escuela secundaria que suele tocar el órgano en la iglesia. Alguien le dijo que algo raro pasaba, que el padre Kelly -siempre tan puntual- no había aparecido. 'Se habrán quedado dormidos', dijo Savino. Pero a las 8.30, sorprendido y preocupado, Savino caminó unos veinticinco metros por la calle Estomba, hacia Sucre, y se detuvo ante la puerta de la casa parroquial. Intentó abrirla, pero la puerta estaba cerrada con llave. Golpeó varias veces sin conseguir respuesta. Entonces trepó por la pared hasta la banderola y miró hacia adentro.
'Había muy poca luz -dijo más tarde-. Pero alcancé a ver el cuerpo de uno de ellos tirado en el living, y algunas manchas de sangre'.
Savino saltó a la calle, gritó, corrió hasta la comisaria 37 (Mendoza y Plaza), y casi sin aliento hizo la denuncia. A las 9, cuando ya había más de cincuenta personas agolpadas frente a la puerta de la iglesia, llegó un patrullero de la 37. Los policías forzaron la puerta de la casa parroquial y encontraron los cinco cadáveres. Los tres sacerdotes estaban vestidos con pijamas. Los dos seminaristas con clergyman. Todas las balas habían entraron en los cuerpos. Las caras estaban intactas. Un rápido interrogatorio en la cuadra permitió una primera conjetura: 'Nadie oyó los disparos, de modo que los asesinos deben haber usado armas con silenciador'.
(...)
Los cuatro hombres del Peugeot negro
Nadie escuchó los balazos. El crimen no tuvo testigos. Nadie, en la cuadra, notó nada anormal. La calle Estomba (como todo Belgrano R) es, de madrugada, un desierto. Sin embargo, hay un testimonio importante. El matrimonio Mendizábal, que vive a unos 30 metros de la iglesia de San Patricio, dio una fiesta en su casa el sábado a la noche. A eso de la 1.30 de la madrugada del domingo, el matrimonio salió a la calle a despedir a un grupo de amigos, los últimos que abandonaron la fiesta. De pronto, la señora Mendizábal vio un auto, un Peugeot 504 de color negro, estacionado a treinta metros de la iglesia, sobre la calle Estomba y casi en la esquina de Sucre. Adentro del auto había cuatro hombres. Le pareció extraño (cuatro hombres) adentro de un auto, en esa calle tan tranquila, a esa hora), pero no comentó el episodio. Tampoco pudo ver el número de la chapa: la calle no está demasiado iluminada y la noche no era muy clara.
Al otro día, cuando la noticia de los cinco crímenes agitó al cuadra, los Mendizábal no tuvieron dudas: para ellos, los cuatro ocupantes del Peugeot eran los mismos que a las 3 de la madrugada entraron en la casa parroquial y balearon a los sacerdotes y los seminaristas. 'Seguramente esperaban la llegada de Barletti y de Barbeito para atacar y matarlos a todos', repite la señora de Mendizábal, que lleva dos días sin dormir, asfixiada por la terrible carga de ser la única testigo, la única que vio, en una imagen confusa, en sombras, a los asesinos.

Las últimas imágenes de un misterio, según el cronista
(...)
Unas horas más tarde el cronista se estrellaba contra el secreto del sumario. Y recogía la misma información que los demás cronistas: 'Los asesinos escribieron en las paredes del living algunas leyendas que luego fueron borradas. Las leyendas estaban firmadas por un grupo extremista'.
Recogía, además, en su libreta de apuntes, los hombres de algunas personas que oían misa en la iglesia de San Patricio: Álvaro Alsogaray y sus hijos, Alfredo Gómez Morales, Carlos Moyano Llerena, Roberto Alemann, los quintillizos Diligenti, los jugadores de fútbol Veglio y Marzolini.
Pero esos datos, esos nombres, esas precisiones eran apenas una rutinaria acumulación. Un mero ejercicio de la crónica. Poco importaba ya contar que la congregación Palotina existe en el país desde 1880 o que la iglesia de San Patricio tiene piedras grises. Los hechos, su reconstrucción, los detalles, habían empezado de pronto a ser huecos, inútiles.
Solo contaba la sangre, La sangre de cinco sacerdotes. La muerte violenta de cinco sacerdotes. La sangre y la muerte de tantos todos los días y todas las noches. Y los porqué, por qué, por qué de tanta sangre y de tanta muerte."

Columna de opinión de Alfredo Leuco sobre los crímenes


A 30 años de la masacre de San Patricio


Trailer de 4 de julio, documental de Juan Pablo Young y Pablo Zubizarreta sobre el asesinato de los palotinos.


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