El viernes 23 de junio de 2000 falleció Jerónimo Podestá, precursor del movimiento de sacerdotes tercermundistas y obispo de Avellaneda entre 1962 y 1967. En su diócesis impulsó la experiencia de los curas obreros y las acciones renovadoras de la Iglesia Católica argentina. Enfrentado con el Vaticano, fue separado de su cargo, y en 1972, suspendido a divinis. También presidió junto a su esposa, Clelia Luro, la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados. En 1974 debió emigrar tras ser amenazado por la Triple A. Fragmentos de Yo descubrí el amor con mi mujer, entrevista de Ahora, revista dominical del diario Crónica, publicada el 17 de enero de 1999.
'Fue obispo de Avellaneda y conoce perfectamente la intimidad de la Iglesia Católica. En un reportaje anterior, monseñor Jerónimo Podestá nos había dicho cosas como: 'Cuando llegué a ocupar el cargo más alto, empecé a descubrir que en un grupo de colaboradores había avaros, dominantes, amancebados (que tenían una mujer) y otros que directamente eran homosexuales'.
Sin embargo, él no aceptó ponerse ninguna careta y dio la cara reconociendo su amor por Clelia Luro, con quien se casó: 'No decidí vivir con mi mujer porque no fuera capaz de contener el sexo, sino que con ella descubrí el amor'.
Pero Jerónimo y Clelia son mucho más que dos personas que cometieron el 'pecado' de conocerse, ya que ellos siempre trabajaron por la justicia social, diferenciando a la Iglesia como institución del Evangelio y Jesús.
-Como sucede en cualquier matrimonio, ¿alguna vez se pelearon como para pensar en separarse?
(Clelia Luro) -No, nunca...
(Jerónimo Podestá) -Al principio de nuestra relación, yo decía: '¡Qué afinidad'...!'. En gustos, en educación. Teníamos muchísimas cosas en común, pero temperamentalmente siempre fuimos Polo Norte y Polo Sur y eso se nota más ahora. Yo soy muy racional y ella es intuitiva.
-¿En qué tema, por ejemplo, pensaban diferente?
(C. L.) -Cuando hablábamos de religión. Al principio, él estaba más atado a la estructura de la Iglesia, y yo le decía que una cosa era Jesús y el Evangelio, y otra la institución. En ese punto hay muchas contradicciones y las vi claramente en el Vaticano.
(J. P.) -Después de que estudié y enseñé tanta teología, ella me parecía muy piadosa y creyente, pero que a lo mejor decía cosas muy heréticas.
-¿Sintió culpa o vergüenza cuando supo que estaba enamorado de Clelia?
(J. P.) -No, pero si sentí que me metía en un tema muy difícil. Estaba muy indeciso porque pensaba que después de haber enseñado y predicado, iba a escandalizar, a hacer mal... Y resulta que sin pensarlo, Dios me mandó el ángel. No puedo decir otra cosa. Hélder Câmara, la personalidad eclesiástica más extraordinaria que he conocido, vino a decirme: 'No tengas miedo. Clelia va a ser tu fuerte'. Pero también fui a Roma a hablar personalmente con el papa Paulo VI, y le dije que cuando murió Juan XXIII, él había prorrogado el concilio con un gran elogio al amor, y que yo había encontrado a una persona, una mujer, que para mí era una revelación.
-Cuando pronunció la palabra 'mujer', ¿qué cara puso él?
-Estábamos sentados a no más de un metro de distancia, y yo veía que este buen señor se torturaba, se angustiaba, hasta que en un momento se excusó diciéndome que él no era mi director de conciencia. Yo, que creía que el Papa era algo grande, inmenso, ese hombre me pareció un pobrecito. Y eso que era una
persona muy inteligente, pero ahí me demostró su pequeñez.
-¿Esperaba alguna autorización de él para casarse?
-No, simplemente fui a decirle que no pretendía engañarlo, para que después no le fueran con habladurías: si yo no contaba con la confianza del Papa, no quería ser obispo.
-¿Y cómo se marchó de esa reunión?
-Me fui dejándolo muy asustado, pues además le dije que en realidad deseaba hablarle de algo más importante, porque desde que me habían nombrado obispo nadie pudo darme una orientación clara sobre mi tarea. Había pedido directivas sobre qué tipo de políticas religiosas me marcaban, y la respuesta fue: 'Vos cumplí con el derecho canónico'. Eso me pareció tan mezquino y sin 'vuelo', que hice un estudio socioeconómico y me fui a Roma. Pero me llevé otra desilusión... Te estoy contando cosas muy reales -nos explica-. Hablé con el cardenal Confalonieri, muy señorón, y le expliqué que tenía un estudio con las necesidades educativas, laborales, de justicia social y de salud, y que necesitaba que la Iglesia me marcara los lineamientos en los que debía insistir. 'Figliolo -me decía en italiano-, figliolo, la caritá, la caritá', y como estaba apurado me empujaba hacia la puerta. Esa es la realidad que yo viví.
-¿En qué época ocurrió eso?
(C. L.) -1966, el año que vino Câmara a Mar del Plata y que había orden de no hacerle reportajes.
(J. P.) -Él, desde entonces, postula cambios profundos y renovadores, para hacer un mundo nuevo, de paz, de justicia, y yo salí a predicarlo por el interior. Y los obispos se quedaban asustados porque veían el éxito: yo llenaba teatros hablando de una encíclica papal.
(C. L.) -Sobre todo porque vivíamos bajo el régimen militar de (Juan Carlos) Onganía y todos los políticos se
escudaban atrás de Jerónimo.
(J.P.) -La idea fue de un radical -un judío, un hombre delicioso, muy sencillo- que propuso que organizáramos un gran acto en el Luna Park. Queríamos hacer algo que no fuera partidista. Podía hablarse de política, pero una política grande, no de partido. Y como Onganía no permitía reuniones, la mayoría de los dirigentes aprovecharon la ocasión para ir y cantar la marchita peronista. Eso lo 'emputeció' a Onganía, que podía ser un boludo, pero no era un tipo jodido, hasta que un día me dijo: ¡Señor obispo, el principal enemigo de la revolución argentina es usted!'.
-Evidentemente, su matrimonio interrumpió el trabajo social que venia realizando.
(J. P.) -Pero claro que lo corté, y por eso fui a hablar con el Papa.
(C. L.) -Porque nosotros no éramos todavía pareja, yo era sólo su secretaria.
(J. P.) -Y cuando estuve frente a frente con Paulo VI, le dije que no tenía directivas, y que si bien venía por una consulta política, no podía esconderle mi situación personal. Entonces le conté que tenía una amistad muy profunda con una señora, que era mi secretaria. Uf, para qué...!
(C. L.) -También vos, ingenuo, porque decirle 'una amistad muy profunda'...
(J. P.) -Yo le dije la verdad: lo nuestro era realmente una amistad.
-Lo que pasa es que usted le dio profundidad v todos se escandalizaron.
(C. L.) -Todavía sigue contándolo con ingenuidad.
(J. P.) -No, lo estoy contando con la verdad; no escondo nada. Mi éxito en la vida ha sido ser siempre un libro abierto... Esto también me ha costado sangre.
-¿Se casaron por iglesia?
(J. P.) -No hicimos un rito, pero fuimos bendecidos.
(C. L.) -Por iglesia no, porque a Jerónimo no se lo permiten.
-Sin embargo, el cura filipino que se casó en Posadas...
(J. P.) -...hizo una 'manganeta': no dijo que la mujer era divorciada.
-Pero sin ocultar su condición de cura.
(J. P.) -Bueno, en realidad desde Juan XXIII se permite casarse, pero con un trámite largo y condiciones... Nos dan dispensas. Entre los curas que se han casado, hay un 30 o 40% que tiene dispensas, una autorización del papa.
-¿Usted podría volver a ser obispo?
(J. P.) -Teóricamente podría, pero es muy difícil. Yo prefiero ser obispo como soy ahora, que hago mi misión en una forma personal; digo cosas, hago cosas, modifico cosas..."
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