A 75 AÑOS DE LA MUERTE DE GARDEL
El lunes 24 de junio de 1935 murió en un accidente de aviación el cantante de tango Carlos Gardel. Argentino, francés o uruguayo, su debatida nacionalidad no impidió que sea una de las figuras rioplatenses más importantes del siglo XX. En un nuevo aniversario de su fallecimiento, así lo recordaba Miguel Briante en la nota La carcajada del bronce, publicada en la edición 210 de la revista Confirmado del 26 de junio de 1969.
"Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más que la infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece de antemano imposible. Para demostrar la posibilidad de tan exótico escalafón, Jorge Luis Borges narró en El Muerto, el destino de un tal Benjamín Otálora. Más tarde, le preguntarían a Borges por un tal Carlos Gardel: 'Nunca lo vi -dijo-. Se parecía a Perón'. La síntesis es perfecta. No ver nunca a Gardel -no oírlo-, es, para Borges, una defensa de ese mundo, ideal, en que los orilleros siguen muriendo a cuchillo, en su ley; es custodiar una épica tanguera que Gardel -más que nadie- ayudó a derrumbar, cantando nostalgias que narran lo que va del taita, pasando por el compadrito, hasta el hombre que está solo y espera. Pero es, también, la aceptación de una derrota. 'A la realidad -escribió don Jorge Luis- le gustan las simetrías, las vanas repeticiones'. Ahí está la realidad: implantando en Perón la sonrisa de Gardel. Oscuramente, millones de personas se adelantaron a esa síntesis.
'Imagino -escribió borgeanamente Hipólito Tuco Paz, en el número 54 de Confirmado- que, quizá subconscientemente, lo que hubiera querido Borges era un Gardel que en lugar de ser Carlos Gardel fuera un guerrero vikingo (...)' Líneas antes había dicho que en los lugares más insólitos de la Argentina 'hay siempre dos fotografías: en cada una de ellas los personajes sonríen. La otra es la de Carlos Gardel'. Mucho antes, con seguridad, había leído ese poema de Borges que reclama 'un recuerdo imposible de haber muerto / peleando en una esquina del suburbio', visible cuna de su tesis. Borges, historiando a Perón, hubiera escrito: 'Que un hombre de un pueblo de la provincia de Buenos Aires, que un triste capitán del ejército en épocas de Yrigoyen, llegue...'. Lo mismo, con Gardel. Sólo que, al mentar sus oscuros orígenes, toparía con una magia inesperada: un acta de nacimiento asegura que don Carlos nació en Tacuarembó, pueblo uruguayo que cruza El Muerto. Perón y Otálora y Gardel tienen el mismo ancestro borroso. Otálora, al elegir su destino, ya está muerto; muere en la cumbre de su carrera. Gardel, ejerciendo su destino de cantor, encontrará la muerte. Es 1935, es Medellín. En esa ciudad había estado por primera vez en 1925; a la realidad le gustan las simetrías.
'El once de diciembre de 1890, a las dos, nació Charles Romuald Gardès, en el Hospital de la Grève, hijo de padre desconocido y de Berthe Gardès, planchadora, nacida en Toulouse y domiciliada en la calle del Cañón de Arcole Nº 4'. El tiempo ha conseguido, para ese documento francés, que se imponga a las versiones forjadoras de un Gardel uruguayo. Pero de la incertidumbre se alimentan los mitos. Gardel no es el lugar de su nacimiento, sino la contradicción que le da -hasta para nacer- condición de fantasma. Entre esa contradicción y la que solicita, hacia 1965, que los vecinos de Lomas de Zamora escucharan su voz en una casa abandonada -al atardecer, como Santos Vega- hay una coherencia perfecta. A 34 años de su muerte, Carlos Gardel es El mudo, El Zorzal, La voz mayor de Buenos Aires; cuando un nombre puede ser reemplazado por un apelativo que es también una metáfora -y la metáfora es entendida y usada por la mayoría-, el dueño del nombre ya es leyenda. Las anécdotas, la cronología, se borran para construir una figura más completa. Gardel es su voz; pero en su biografía entorpecida por los años ingresan ya las biografías de los diversos personajes que encarnó en sus películas. En Cuesta abajo, en El día que me quieras -antes que en la ínfima mezquindad de una carta o de una enemistad-, el argentino encuentra al Gardel que necesita. Si se pretende, para justificar su vigencia, olvidar su oficio -su voz maestra, recorredora de todos los matices, inventora en el 20 de los cantores del 40-, explicárselo no será escribir su vida real, sino la vida de esa imagen que lo sobrevive.
El penado 14 murió haciendo señas. Moreno dijo: Viva mi patria aunque yo perezca; Cabral: Muero contento, hemos batido al enemigo. A veces, la historia argentina es simplemente la historia de las últimas palabras de sus hombres célebres. Ningún asistente al desastre de Medellín pudo contar nada; hace 34 años que se fantasea, pero la posteridad debió apelar a todo su humor negro para aplicar la tradición a Gardel: 'Ur, Dió; que ircerdio', improvisan que habría dicho. Hay, sin embargo, algo más patético: 'Voy a ver a mi vieja pronto. No sé si volveré porque el hombre propone y Dios dispone...', parece que profetizó en Colombia, al pie de su muerte.
Mientras tanto, Gardel es una industria; su muerte, un ritual repetido -con notas periodísticas incluidas- cada 24 de junio; su memoria, un producto que algunos saben vender con buenos dividendos. Su estatua, en la Chacarita, sigue sonriendo. Puede ser que el bronce se ría de Julio Jorge Nelson. Puede ser que alguna vez se rompa en carcajadas, desafiando al tiempo."
CANCION CUESTA ABAJO, DE CARLOS GARDEL
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