2.6.10

Sociedad

APRUEBAN LA LEY DE DIVORCIO
El 3 de junio de 1987 el Congreso de la Nación aprobó la ley 23.515 de divorcio vincular en la Argentina. A las 21 horas la Cámara de Diputados -por abrumadora mayoría y con el apoyo de los legisladores radicales, peronistas renovadores, intransigentes y ucedeístas-, convalidó la norma que permite volver a contraer nuevas nupcias a los divorciados. Salvo un breve lapso, entre los años 1954 y 1956, en la Argentina los divorciados no podían volver a casarse. La crónica de su aprobación, en fragmentos Hasta que la vida nos separe, nota de Sylvina Walger publicada en el semanario El Periodista, nº 144 del 12 de junio de 1987.





"'Si el Congreso resolviera aprobar el divorcio, realizaría un acto nulo de nulidad absoluta, inaceptable para los católicos argentinos quienes se sentirán colectivamente y personalmente agredidos por una decisión de esa índole', amenazaba al presidente Alfonsín desde una solicitada publicada en el diario La Nación en marzo del año pasado, el dirigente de Ia agrupación ultramontana Tradición, Familia y Propiedad, Cosme Beccar Varela.
Pero ya sea para Ia desesperación o el exacerbamiento de Ia sensibilidad apocaIíptica de Beccar Varela y sus seguidores, el divorcio acaba de ser promulgado en la Argentina. Un anacronismo menos aunque todavía persiste aquel que exige al presidente de Ia República pertenecer a la grey católica.
En América Latina queda tan solo Paraguay sin Iegislación divorcista. Lo que no ha sido obstáculo para que los argentinos Iegalizaran en su permisivo territorio sus casamientos vía México. EI toque Paraguay, siempre se ha dicho, tornaba más decorosos los concubinatos mexicanos-argentinos. El resto de los países del continente admiten el divorcio desde hace años sin que esto signifique un avance en el proceso de secularización de sus sociedades. La legislación divorcista en el continente ha estado más relacionada con la omnipotencia de los caciques de turno. El caso de Bolivia, por ejemplo, cuya legislación fue promovida a incitación del poderoso dueño del estaño Antenor Patiño. O el del Perú donde ocurrió otro tanto cuando el presidente Manuel Prado se cansó de su señora legal.
El camino argentino al divorcio no estuvo exento de espinas. El episcopado local que, salvo algunas honrosas excepciones, se mantuvo impasible ante las violaciones de los derechos humanos, reaccionó frente al tema de una manera furibunda apelando a concepciones teocráticas y absolutistas.
EI Concilio Vaticano II permitió el surgimiento en el seno de la Iglesia católica de corrientes de pensamiento más tolerantes y flexibles frente a los problemas matrimoniales. Aquellos 2.500 obispos reunidos entre 1962 y 1965 supieron ejercitar su libertad de palabra de modo ejemplar. Allí el arzobispo Zoghby, auxiliar del patriarca Maximos IV, relató a su auditorio que el divorcio lo habían tolerado la mayoría de los santos padres. Papas como San Gregorio II lo permitían en caso de adulterio o de cónyuge leproso.
Sin embargo esta evolución se dio con más fuerza en países en donde la vinculación entre Iglesia y Estado ha sido algo más que estrecha. En España hasta 1979 no existía una ley de Matrimomio Civil por lo que los interesados estaban obligados a consumarlo en la Iglesia. Otro tanto ocurrió durante años en Italia lo que obligó a muchos comunistas a saludar en el atrio.
En Argentina, en cambio, donde la generación del 80 se ocupó de sancionar las leyes 2393, de Matrimonio Civil, y 1420, de Educación Laica, la jerarquía eclesiástica ha resultado mucho más retrógrada. La promulgación de las Ieyes mencionadas provocó en 1884 una airada reacción del
nuncio apostólico monseñor Luis Mattera y la invitación a abandonar el país en un plazo de veinticuatro horas por parte del gobierno del general Roca. Las relaciones con el Vaticano quedaron interrumpidas durante dieciséis años hasta que a fines de 1899 comenzaron las gestiones conciliatorias.

ANATEMAS APOCALIPTICOS

Preocupada por perder parte de ese poder con que controla a la sociedad -particularmente desde 1930-, la Iglesia embistió contra la posibilidad de legislar el divorcio haciendo sentir el peso de sus anatemas. 'Intentar sin delegación divina disolver el vínculo matrimonial que Dios expresamente le ha impreso como constitutivo integral de su firmeza y estabilidad, es resquebrajar en su interior su solidez y abrir por anticipado cauces permisivos a diversas evasiones y a un amor no puro sino contaminado por no decir falsificado', fue el transparente Ienguaje elegido por el cardenal Aramburu para condenar el divorcio durante la peregrinación a Luján, en octubre de 1985.
Los pronunciamientos no vinieron sólo del Iado de la Iglesia. La rama femenina del partido Justicialista adhirió a la condena y sostuvo —con lógica impecable- que el divorcio es 'la antesala de la legislación' del aborto, la droga y los casamientos entre homosexuales. También responsabilizaron de esta hecatombe a 'la socialdemocracia alfonsinista'.
Hace un año, un clarividente lector de La Nación, el abogado Gabriel Mazzlnghi -vinculado a una familia de juristas católicos- anticipaba en una carta de Iectores la existencia de una relación entre Ia fragilidad de Ia institución familiar en los Estados Unidos, los 20 millones de homosexuales que allí viven y el SIDA.
(...)

EL MONSEÑOR TOLERANTE
Como un día de 'profundo dolor' definió el obispo de Mercedes, Emilio Ogñenovich, titular del Secretariado para la Familia del Episcopado, aquel en que la Cámara baja aprobó la ley de Matrimonio Civil que regula el divorcio vincuIar. Según sus palabras había 'muerto el matrimonio indisoluble'.
Dada la variedad y truculencia de sus argumentaciones el obispo —asesor de los diputados de la extrema derecha justiciaIista— ganó una inesperada fama. De sus reflexiones más piadosas se recuerda una novedad vinculada a la industria química. La cosmética actual no sería otra cosa que el resultado de 'la trituración de bebés que han sido abortados'.
Ogñenovich se considera 'profamilia' más que antidivorcista, sostuvo en su momento que 'atentar contra la estabilidad del matrimonio es atentar contra la estabilidad de la patria' y rogó a Dios 'para que nos libere del flagelo de! divorcio'. Esta reencarnación del arcángel San Gabriel también tiene sus fantasías. Monseñor ha dicho que su anhelo más ferviente sería que 'un día los hombres del mundo se despertaran con una sola consigna: cumplir escrupulosamente los diez mandamientos'. La consecuencia inmediata sería la desaparición de las leyes y 'habrá paz, alegría y cordialidad en el mundo'.
Pero hasta tanto ese día llegue Ogñenovich no está dispuesto a transar. Prefiere investigar 'por qué se enferma el amor', aunque aseguró que está dispuesto a incrementar las causales de nulidad del matrimonio en el nuevo Derecho Canónico antes que a 'facilitar el divorcio'."


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