4.6.10

Política internacional

CUANDO MATARON A ROBERT KENNEDY
El 5 de junio de 1968 Robert Kennedy, precandidato presidencial por el partido Demócrata de los Estados Unidos fue baleado en un acto partidario. Tras un día de agonía, el hermano menor de John F. Kennedy, el presidente norteamericano asesinado en 1963, muere en un hospital de Los Ángeles. Extractos de Los Kennedy: Una tragedia americana, nota de Roberto García, publicada en la revista Primera Plana, nº 285, del 11 de junio de 1968.



"El Canal 4 de televisión transmitió toda la información del asesinato sin cambiar de programa, Bob -es el miércoles a las 0.31- se dirige hacia la cocina del hotel para tomar el ascensor de servicio, con su mujer, sus managers y un grupo de bulliciosos admiradores; se acaba de anunciar a todo el país su triunfo en California. Micrófono en mano, Andy West, de una emisora local, lo detiene; '¿Cómo piensa neutralizar a Humphrey'? El candidato arguye: 'Sólo se retrotrae la lucha...'.
Su voz se quiebra. Ha sonado el primer disparo. El cuerpo se escurre lentamente de los brazos de sus guardaespaldas. 'Santo Dios, deténganlo, deténganlo.' Le toca hacerlo a Rafer Johnson, un decatlonista. Pero no puede evitar que la mano enloquecida apriete otras veces el gatillo.
'Su mano se ha congelado', se oye la voz de West. 'Agarrenle el pulgar. Agárrenle el pulgar. Rómpanselo, si es necesario. Okey, bien, eso es Rater. Agárrasela. Agárrele la pistola. Sujétalo, sujétalo.'
A los pies del locutor, Kennedy yace en un charco de sangre. Junto a él, Ethel levanta su mano para protegerlo de la avalancha que esta por pisotearlo; 'Despejen la zona, despejen', ulula West. Desde el suelo, el herido parece musitar una plegaria.
Ocho minutos después, el desconocido, en camisa, es entregado a la Policía, 'No queremos un nuevo Oswald', ruge West. Alguien ha visto a una joven bajar las escaleras del hotel al grito: We shot him! (¡Lo baleamos!). Es posible. También es posible que la muchacha haya dicho: They shot him! (iLo balearon!).
Sigue el film de la muerte. La ambulancia llega al hospital Central. Los médicos aconsejan la extremaunción. A la 1.30 se traslada a Robert a la clínica del Buen Samaritano, donde podrán operarlo en mejores condiciones. Bob está en agonía: los médicos cuentan 130 pulsaciones por minuto. Una de las balas le quebró la frente, la otra entró por detrás de la oreja derecha. Permanece hasta las 6.20 en el quirófano. La Policía consigue, por fin, establecer la identidad del agresor Sirhan Bishara Sirhan, 24 años, residente en Pasadena (California). Es de nacionalidad jordana; oriundo de Jerusalén, llegó a USA en 1957.
EL Senador inicia el descenso final. 'Hay una mínima esperanza de salvación', porfía Henry Cuneo, uno de los seis cirujanos que lo operaron. Pero, al anochecer, un portavoz de la campaña electoral desahucia a su jefe, ante los reporteros que lo asedian: los diarios esperan esa palabra para iniciar su tirada. La lucha con la muerte dura 25 horas, 14 minutos. El jueves despunta sobre Los Ángeles: a la 1.44, Robert Francis Kennedy se convierte en cadáver.
(...)
El ruido y la furia
—Pero, ¿qué pasa en este país-?
El Senador Mike Mansfield tenía motivos para extrañarse, la semana pasada, aunque no muchos. Una nación que en tres años y medio ha descargado 700.000 toneladas de trinitrotolueno sobre Vietnam del Norte, sin siquiera cumplir la farsa de declararle la guerra, acaso no deba preguntarse por qué uno de sus 200 millones de habitantes —esta vez, un extranjero- vació su revolver encima de otro y le quitó la vida.
Treinta y seis horas antes, en Nueva York, una actriz había atentado contra el cineasta Andy Warhol. Dos anos atrás, en Selma, un blanco que aún sigue en libertad terminaba a tiros con Viola Liuzzo, por apoyar las reivindicaciones negras. Hace más de cuatro años, en una calle de Dallas, el Presidente caía asesinado. A comienzos de abril último, el pastor Martin Luther King era demolido a balazos. Todavía falta encontrar a quien elimino, en el otoño de 1966, a la hija del Senador Charles Percy.
La lista, mucho más amplia, fue recordada nuevamente, si bien sólo la de los grandes nombres: tres Presidentes abatidos (Lincoln en 1865, Garfield en 1881, McKinley en 1901) y otros tres que escaparon a la muerte después de atentados (Theodore Roosevelt en 1912, Franklin Roosevelt en 1933, Truman en 1950). Habrá que ver, ahora, si el ignoto Sirhan Bishara Sirhan consigue Ilegar a los tribunales de la Justicia, si no le sucede lo mismo que a Lee Harvey Oswald el 24 de noviembre de 1963.
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Horas después del atentado contra Robert Kennedy, diarios, agencias, radios y televisoras de la Argentina se lanzaron a disimular la tragedia. Todo se reducía al salvajismo de una sóla persona, la democracia continuaba sana y enhiesta, nadie sino el agresor tenía la culpa de lo ocurrido. Fue el propio Johnson quien volvió las cosas a su lugar: 'No podemos ni debemos tolerar —dijo a sus compatriotas, el miércoles a Ia noche— el predominio de Ios hombres violentos. Jamás hay justificación para la violencia, que lacera el tejido de nuestra vida nacional'. ¿Y para la violencia que se ejecuta más allá de las fronteras de los Estados Unidos?
'Se sostiene que somos un crisol de razas —comenta el psiquiatra neoyorquino David Abrahamson-. No es así. Somos una maldita Olla a presión. Nuestra sociedad no está edificada en la moderación de la familia o la clase. Está construida sobre la base del éxito. Si no tiene éxito, el individuo es un frustrado. Y aquí los frustrados suman millones. Las figuras públicas se convierten en símbolos de la autoridad y, como tales, deben ser borradas por aquellos a quienes disgusta la autoridad.'
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Según estadísticas reveladas por el Senador Joseph Tydings, el año pasado murieron en los Estados Unidos, por heridas de bala, unas 5.600 personas; menos de 30 en Gran Bretaña, alrededor de 20 en Francia, y 12 en Bélgica. ¿De dónde viene esta ola? Para algunos, de mediados del siglo pasado, cuando el país se conquistó al compás de las armas; para otros del gangsterismo que imperó en las décadas del 20 y el 30 y hasta se adueñó del poder, gracias a los funcionarios venales. Herbert Otto concluye: 'Los norteamericanos aceptan los actos de violencia como un lugar común'.
Hay quienes culpan a los medios masivos de comunicación, De acuerdo con un reciente análisis, en 195 capítulos de series televisivas se contaron 1.430 hechos violentos, desde asesinatos hasta ataques verbales. El doctor Carlton W. Orchinik, asesor de la Justicia de Filadelfia, cree que 'la televisión no alienta la violencia; peor; la torna indiferente a los ojos del público'. Es posible que la comisión especial de diez miembros designada por Johnson el 5 de junio para estudiar los orígenes de la violencia en USA, descubra las razones profundas de este mal.
Desde luego, tendrá que aplastar la desenfrenada circulación de armas; el Congreso ya trabaja, una vez más, en reducir ese increíble, vasto libertinaje, y quizá logre subsistir a la presión de los fabricantes. Las tradiciones norteamericanas imponen al ciudadano el deber moral de defender sus derechos, llegado el caso, por la fuerza de las armas. (Una defensa que, curiosamente la política exterior de los Estados Unidos veda, año tras año, a países de todo el mundo.) Pero la precaución degeneró en recelo, y cada habitante resolvió interpretar, a su manera, los derechos.
Los sucesivos Gobiernos ayudaron a fortalecer tan monstruosa irregularidad: al menos desde la guerra con España, los Estados Unidos se adjudican el papel de vigilantes internacionales: sus soldados parten al frente a enderezar los entuertos a punta de fusil. ¿Cómo, entonces, aspirar a que dentro de su casa no se sientan animados del mismo espíritu, de la misma soberbia, del mismo desdén por las vidas ajenas? 'Somos el pueblo más aterrador del planeta -sentencia Schlesinger-, porque mata a los que encarnan el eterno, sincero idealismo norteamericano.'
No se trata, sin embargo de un 'trágico fenómeno', como lo ha llamado el Presidente Johnson, sino de una consecuencia; la del expansivo avance de los Estados Unidos, esa carrera que terminó por hacer de ellos la primera potencia del globo, a fines de la última contienda. Tal posición crea dependencias, superpoderes, una alerta incesante, y enrarece el clima doméstico hasta engendrar las más peligrosas tensiones. Es un cuadro clínico que empezó a agravarse cuarenta años atrás; al reflejarlo en sus novelas, Dashiell Hammett fundó una literatura cuyo horror no es gratuito.
'La década del 20 —escribe Roger Butterfield— fue la última década en la que el individualismo norteamericano se manifestó con todo su vigor antes de que el sentimiento desesperado (y la necesidad) de seguridad nos precipitara a todos en el conformismo.' Y, también, en el miedo, la sospecha mutua, que crecen a pesar de las libertades y las garantías (o a causa de ellas). La sociedad desnuda, de Vance Packard, un examen de la invasión de la vida privada en USA, testimonia las calamidades que suscitan la desconfianza, la competencia. No hay político que en los últimos tiempos no solicite una lucha frontal contra el crimen, y una mejor y más honda aplicación de las leyes.
Un país que se jacta de su régimen democrático, un país que lidera el mundo, ¿hasta cuándo se permitirá la intolerancia, el desorden, el odio, la supremacía del delito, el ejercicio del espanto, esas rémoras que critica en sus adversarios? Porque es aquí, y solamente aquí, donde habrá que buscar las causas del asesinato de Robert Kennedy, el impulso que movió el brazo mortífero de un insignificante jordano de 24 años. Ningún complot, ninguna premisa de orden político, social o religioso, bastarán para explicar el atentado del 5 de junio de 1968, para despojarlo de su verdad, para aislarlo de su contexto: el de una comunidad sin amor, sin alma, sin Dios."

CONSPIRACIÓN. Documental acerca del crimen de Robert Kennedy




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