El 27 de mayo de 1970 Estudiantes de la Plata empató 0 a 0 con Peñarol de Montevideo y obtuvo por tercera vez consecutiva la Copa Libertadores de América, siendo el primer equipo argentino en lograrlo. En la primera final había derrotado en su estadio al conjunto uruguayo por 1 a 0 con un gol de Néstor Togneri. Integrado entre otros por Carlos Pachamé, Jorge Solari, Marcos Conigliaro, Carlos Bilardo y Juan Ramón Verón, el equipo fue dirigido por Osvaldo Zubeldía. Reproducimos la nota El triunfo de los robots, del periodista y escritor Osvaldo Soriano, publicada en la revista Panorama, nº 162 del 2 de junio de 1970.
"Parecía una comedia de enredos. No bien terminó el partido sin goles (y sin emoción) entre Estudiantes de La Plata y Peñarol de Montevideo, el miércoles pasado en el estadio Centenario, el boxeador argentino José Menno hizo una exhibición pugilística —no en el ring sino en los pasillos del estadio— y terminó con un ojo hinchado. El espectáculo había empezado noventa minutos antes dentro de la cancha, donde los robots del impasible técnico Osvaldo Zubeldía salieron únicamente a impedir que la pelota entrara en su arco. Al conseguirlo, la Copa Libertadores de América quedó por tercera vez consecutiva en las vitrinas del club Estudiantes.
Pero lo más emocionante ocurrió al final, cuando los jugadores de ambos equipos se trenzaron en una batalla de trompadas y patadas. Entonces el público salió de su aburrimiento y comenzó a alentar a uno y otro bando. El mérito inicial correspondió al veterano jugador uruguayo Néstor Gonçalves, quien propinó una paliza al diminuto zaguero Tato Medina. Un médico se apuró a acercarse al lugar, pero no para revisar los moretones del agredido sino para aportar lo suyo: era el doctor Carlos Bilardo. Recibió, en cambio, un espectacular puñetazo del joven peñalorense Lamberk, quien, a su vez, no tuvo tiempo de festejar su punch porque el arquero Néstor Errea lo derribó con un upercout de izquierda.
La tribuna bramaba y algunos consiguieron saltar la fosa que circunda la cancha para intervenir en la gresca. Uno de ellos, interceptado por un vigilante, lo increpó: '¿Por qué no me deja darle una piña a ese porteño maricón?'. Fue entonces que un jugador de Estudiantes se acercó y se la dio primero. A pocos metros del lugar, Milton Viera calzó a Jorge Solari con un gancho de derecha, pero tuvo también su respuesta en una efectiva seguidilla: Menno (con el ojo en compota) y su colega Gregorio Goyo Peralta se mezclaron en la confusa refriega 'para apaciguar los ánimos'.
Por entonces, los uruguayos Peralta y Speranza se trenzaron con Spadaro y Togneri, mientras Poletti —arquero de Estudiantes en las dos conquistas anteriores— hacía lo posible por intervenir. Un fervor similar en la final de la copa Europea-Sudamericana, frente al Milán, el año pasado, le costó la expulsión de la AFA. Claro que entonces Estudiantes fue el abatido.
EL SHOW. Por fin, cuando media docena de lánguidos policías se decidieron a intervenir, el reñidero se acabó. Es que los jugadores de Estudiantes estaban apurados por dar la vuelta olímpica, un suceso que abochornó a los más fanáticos hinchas de Peñarol: por primera vez en la historia del estadio Centenario un equipo uruguayo perdía frente a los argentinos la final de un torneo importante. Tal vez por eso, un exaltado vendedor de panchos quiso saltar al field y cayó estrepitosamente al foso; se quemó la cara con el agua hirviendo de las salchichas y tuvieron que llevarlo al hospital.
Fuera del estadio las cosas no mejoraron para nada: hubo pedreas y corridas cuando salieron los hinchas de Estudiantes y varios de ellos encontraron sus autos con los vidrios destrozados. El aquelarre: Ricardo Orseo, vendedor de chorizos, agotó su reserva de pan apuntando a la cabeza de quienes llevaban gorritos albirrojos; cuando se le terminó el pan, comenzó a tirar chorizos, pero con tanta mala suerte que acertó en la espalda de un vigilante y éste le dio una tunda con su bastón.
ASI ES LA VIDA. Entretanto, en los vestuarios, los dirigentes de Peñarol se excusaban ante los argentinos. Uno de éstos, delirante por la victoria, minimizó: 'Son cosas del fútbol'. Tenía razón: estas finales fatalmente terminan a puñetazos. Los pioneros fueron los futbolistas de Racing, quienes en 1967 molieron a puntapiés y rociaron de escupitajos a los ingenuos jugadores escoceses del Glasgow para apoderarse de la copa intercontinental. Estudiantes heredó esa costumbre, que ahora —tarde— adoptó también Peñarol. No podía hacer más. Ocho de sus jugadores titulares están en México integrando el seleccionado uruguayo que competirá en el mundial. En Montevideo sólo quedaron los tres extranjeros: Onega, Figueroa y Spencer, pero éste se lesionó y no pudo jugar. De todos modos, para contenerlos, Zubeldía pulió su famoso sistema defensivo y sus futbolistas quedaron agotados de tantos pelotazos que recibieron en el cuerpo.
Hubo un héroe: el arquero Errea, quien salvó estupendamente la caída de su valla en tres oportunidades. El único antihéroe de la noche estuvo en la tribuna: Efraim Osvar Valle (27), un mulato vendedor de chocolatines, quien se animó a internarse en la barra de cinco mil hinchas de Estudiantes. Lucía un gorro de Peñarol y cantaba: '¡Están nerviosos, están nerviosos!'; apenas pudo salvar el pellejo, porque los chocolatines, la bandeja y el gorro volaron por el aire.
Los nerviosos, en el segundo tiempo, fueron los locales, quienes perdieron toda su chance ante el bloque de autómatas argentinos que tiraban la pelota a cualquier parte. Cuando el obeso juez paraguayo Dimas Larrosa dio por terminado el partido, Zubeldía se apresuró a declarar: 'Espero que ahora en la Argentina valoren lo hecho por Estudiantes'. No es mucho lo que hizo; como el reglamento le permite ir directamente a las semifinales, le bastó con vencer al frustrante River Plate y una sola vez a Peñarol para ganar el certamen.
Finalizado el show pugilístico, los jugadores uruguayos se quejaron de su 'mala suerte', y Gonçalvez y Poletti fueron detenidos por la policía hasta que el diputado Washington Cataldí arregló todo, como suelen hacerlo los políticos zorros.
En el vestuario, un dirigente de Estudiantes gritaba: '¡El año que viene tendrán que aguantarnos de nuevo en la copa!'. Es cierto: en 1971 tampoco se podrá ver fútbol en las finales."
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