El 30 de mayo de 1968 se realizó en Lanús el primer trasplante de corazón de la Argentina. Un equipo dirigido por el doctor Miguel Bellizzi practicó la décimo novena operación de este tipo en todo el mundo, luego de que el médico sudafricano Christian Barnard hiciera el primero apenas seis meses antes. Antonio Serrano (54), un camionero de Chivilcoy se convirtió en el primer receptor de un corazón, y Emilio Tomasetti (47), secretario del Sindicato de Aves y Huevos de la Capital, fue el primer donante de la historia argentina. Fragmentos de la nota Los corazones de Lanús, publicada en el número 284 de la revista Primera Plana, del 4 de junio de 1968.
"El 27 de julio de 1965, el número 142 de Primera Plana le dedicó una página: el cirujano Miguel Enrique Bellizzi habla regresado poco antes de USA, donde practicó junto a Michael De Bakey y Denton Cooley, y las efusivas recomendaciones de esos maestros no le servían para que los próceres —como bautizó a ciertos colegas veteranos— le permitieran operar aquí.
Claro que era un desconocido para Buenos Aires, la ciudad que abandonó en 1958, becado a fin de especializarse en cirugía cardiovascular. Necesitó poco tiempo para sortear esas vallas profesionales. En 1967 ya se lo consideraba uno de los más eficientes —y, sobre todo, veloces— cirujanos del país. A principios de enero de este año, en una nueva entrevista, sintetizó con la palabra agallas las virtudes de Barnard. El mismo mes, finalmente, decidió protagonizar un trasplante, y se dedicó a seleccionar el equipo.
A pesar del juramento de reserva que todos ellos se impusieron, los rumores se filtraban ya en la segunda quincena de mayo. Es que fue preciso difundir la disponibilidad del grupo (y de los quirófanos de la Clínica Modelo, un centro privado de Lanús) para que el primer hospital con un comatoso irredimible colaborase. La petición fue escuchada el jueves pasado, a la noche, cuando la muerte clínica (el cerebro muere, los órganos restantes permanecen vivos) del gremialista Emilio Tomasetti (47 años, casado dos veces, tres hijos) quedó decretada por los médicos de la sala 15 del Hospital Ramos Mejía.
Mientras los profesionales le susurraban esa noticia a los deudos, un infidente la desparramó por las redacciones de los diarios. Eran algo más de las ocho de la noche, el electrocardiograma registraba aún los latidos del potente corazón del muerto, y su familia se veía frente a la idea del trasplante. Dos horas más tarde, el semimuerto viajaba hacia el sanatorio de Pavón 4879; sentado al lado suyo, en la ambulancia, el cardiólogo Héctor Ruggiero, del equipo del doctor Bellizzi, chequeaba su estado.
Entre tanto, el beneficiario, Antonio Serrano (54 años, dos hijos, de Chivilcoy), complicó los planes del cirujano con una brusca hemopatía. Cuando cedió el mal y los requisitos legales estuvieron cubiertos, se trasladó a los dos protagonistas hasta las mesas. A las 4 y 15 de la madrugada del viernes, por fin, comenzó la intervención. A esa altura, Serrano no tenía más que unas pocas horas de vida. Medio centenar de profesionales colmó el par de quirófanos de la clínica.
El doctor Hércules Rúa se dispuso a cortar el tórax de Tomasetti; Bellizzi estudiaba el campo operatorio de Serrano; el doctor Ruggiero se aprestó a enfrentar al enemigo más inasible; la complicación inmunológica. Pero, como lo reconocería el propio Bellizzi, el injerto de corazón ofrece muchas posibilidades para despistar el rechazo. Por medio del electrocardiograma es posible controlar continuamente el estado del órgano huésped. No hay que esperar manifestaciones más gruesas —y avanzadas—, como ocurre, por ejemplo, en los trasplantes de riñón o de páncreas.
Además, desde el punto de vista de técnica operatoria, no es preciso remontarse hasta los trabajos del fisiólogo Alexis Carrel (a principios de siglo) para encontrar antecedentes: Alrededor de 1960, el cirujano Norman Shunway, de los Estados Unidos, se ocupó de diagramar el injerto paso por paso. Por eso, tal vez, Bellizzi destacó el trabajo de equipo, el concurso del anestesista o el inmunólogo, el hecho de que, según dijo, 'cualquier cirujano cardiovascular capaz puede hacer un trasplante'.
Los cronistas diminutos
Antes de las nueve de la mañana del viernes, el cuerpo descorazonado de Tomasetti había dejado la Clínica; Serrano estrenaba su músculo sano, y Bellizzi batía records de velocidad, empleando cuatro horas para una intervención que habitualmente exige siete. Es cierto que, además de su pericia, manejó una extensa bibliografía, fruto del permanente carteo con Denton Cooley. A esa hora, también, el periodismo había acuñado algunas de sus frases más demagógicas: 'Humilde y modesto cirujano', 'Nuevo mago'.
Para sortear escollos inmunológicos se asiló a Serrano en el aséptico quirófano. Pero los frecuentes exámenes de su estado, la confusión, dejaron suficientes resquicios como para que se filtraran los portadores de gérmenes. El más espectacular, sin duda, fue Mario Carlos Paganetti, un fotógrafo de 26 años, del diario Crónica: eludió a un perro y a la Policía, entró tres veces (y fue echado otras tantas) recurriendo a tragaluces, tapias, puertas trampa; y coronó su trabajo al obtener la única fotografía de la operación.
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Un llamado de Canadá y otro de Brasil (Euryclides Zerbini), que congratulaban a Bellizzi, sirvieron para la estadística: es el 19º trasplante que se realiza en el mundo, y el segundo para Latinoamérica. Pero el mismo viernes se difundió la negativa opinión de un cirujano de San Pablo, Raúl Pitanga, que se oponía al diagnóstico de muerte clínica. Su razón: 'Un donante, al que Zerbini rechazó sólo por su incompatibilidad sanguínea con el receptor, se recuperó dos días después'.
Boletín breve, corazón contento
Bastante lejos de la Clínica y de San Pablo, en la localidad de Aldo Bonzi, la familia de Tomasetti prefería recordar esas cosas. '¡Qué lástima —habría dicho el donante a su mujer, tres días antes de la embolia fatal—, los brasileños nos ganaron de mano con el trasplante!' En Buenos Aires, las cabezas visibles de los otros equipos candidatea dos para la operación analizaban la experiencia de Bellizzi y sus colaboradores.
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Un pionero de la cirugía cardiovascular con circulación extracorpórea, Gerónimo Guastavino (50 años), ya mandó su telegrama de felicitación a Bellizzi. 'En cuanto al problema moral —dijo—, uno, como médico, no está obligado a proveer sobrevidas innecesarias o prolongar situaciones que técnicamente carecen de salida.' Pero claro, 'sólo se puede dejar de hacer; no cortar una vida'. Deplora, apenas, 'el carácter de esfuerzo multipersonal. pero privado, que tienen que asumir estas operaciones; espero que lo de Bellizzi sirva para despertar a los entes oficiales'.
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Lo más confuso, en la Argentina, son los aspectos legales del trasplante. No hay criterio taxativo, según la jerga judicial. Pero el ex Secretario en lo Penal, Luis E. Darritchón (30 años), explica: 'No existe en el Código referencia específica. Se habla de lesiones cuando se trata de una mutilación sobre persona viva. Habría que deslindar, entonces, cuál es persona viva y cuál persona muerta, conjugando aspectos científicos y legales. Respecto a los muertos, lo que está penado es profanar sepulcros, pero se acepta la utilización de un cadáver para la experimentación médica'.
Al margen de tales discusiones, Serrano se obstinaba en complicar las cosas: en medio de un cuadro aparentemente bueno (aunque persistía la inconsciencia), el neurocirujano que lo revisa, el viernes, halla un imprevisto edema cerebral. La noticia fue conocida de inmediato por el Presidente Onganía (cuyos asesores se comunicaban a intervalos regulares con la Clínica), quien preparaba ya, para el lunes 3 de junio a la una y media, su recepción al equipo de médicos."
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