A 30 AÑOS DE LA MUERTE DE HITCHCOCK
El 29 de abril de 1980 falleció el cineasta Alfred Hitchcock. Nacido en Leytonstone, Inglaterra, comenzó su carrera en 1920 como publicista para la Paramount y luego fue guionista y ayudante de dirección. En 1925 trabajó en los estudios UFA de Alemania, y en 1940 se trasladó a los Estados Unidos para trabajar en Hollywood. Maestro del suspenso, sus películas trataron frecuentemente alrededor de tramas policíacas o de espionaje. El suspenso está de duelo, nota publicada en la edición nº 190 de la revista Somos del 9 de mayo de 1980
."'Cine es el arte de llenar las butacas', dijo alguna vez Alfred Joseph Hitchcock, ese gran burlón, inglés y regordete, muerto el martes 29 de abril a los 80 años en esta ciudad de Los Ángeles en la que había pasado exactamente la mitad de su vida. Pocos comprendieron tan claramente la fórmula y el aliento del cine estadounidense -sin éxito nada existe-, y ninguno como él supo vestir a esa norma con los rigores estilísticos y formales de una personalísima obra de autor.
La industria, que tanto le debía, fue ingrata, porque jamás ganó un Oscar aunque lo nominaron cinco veces, por Rebeca, una mujer inolvidable (1940), Ocho a la deriva (1943), Cuéntame tu vida (1945), La ventana indiscreta (1954) y Psicosis (1960). Sin embargo, siguió amando al espectáculo incluso hasta después de su muerte: su última voluntad exigió una misa recordatoria post-mortem en Beverly Hills, 'para que la gente del cine pueda orar por mí'.
Para el grueso del público su nombre era, a un tiempo, garantía de calidad y el recuerdo de un caballero que solía aparecer como extra en sus propios filmes. De acuerdo: sólo que detrás del rostro bonachón se escondía una voluntad de hierro y una disciplina a toda prueba, seguramente fruto de la educación infantil con los hermanos de la orden inglesa de San Ignacio de Loyola. De la escuela jesuita le quedó una firme determinación, tanta como para contrariar el deseo paterno de que fuera ingeniero: prefirió, en cambio, edificar una leyenda de ficciones inolvidables a través de 54 películas, apurando el escalafón cinematográfico como dibujante de títulos, diseñador, guionista y, por fin, director desde 1922. Cuatro años más tarde se casaba con Alma Reville ('la única mujer que conocí en mi vida'), compañera perpetua, colaboradora anónima en la mayor parte de su tabajo y madre de su hija Patricia. Alma y Alfred han sido coautores del guión en un 50 por ciento de los títulos filmados por él: 'Pero no hay que hacer tanto ruido con eso', dijeron alguna vez.
El resto es su cine, la sutil mezcla de ironía y un palpable suspenso encarnados en protagonistas que son -siempre- como hojas que lleva el viento, inocentes que descifran enigmas a pesar suyo. Sherlocks aficionados, en el fondo no más que títeres que bailan al compás de los hilos que movía el Maestro. Como Robert Donat en Los 30 escalones (1935), Michael Redgrave en La dama desaparece (1938) y, ya en los Estados Unidos, el periodista Joel McCrea de Corresponsal extranjero (1940), los asesinos de Festín diabólico (1948) y los complotados Farley Granger y Robert Walker de Pacto siniestro (1951), el sacerdote Montgomery Clift de Mi secreto me condena (1952), la fría y elegante Grace Kelly de Crimen perfecto (1954), La ventana indiscreta (1954) y Para atrapar al ladrón (1955), alternando a la rubia y futura princesa con comediantes como James Stewart y Cary Grant, el desconcertado músico Henry Fonda de El hombre equivocado (1957) o los atormentados Rod Taylor y Tippi Hedren en aquella formidable pesadilla que se llamó Los pájaros (1963), una de las contadas incursiones de Hitchcock en el terror puro.
Todos grandes nombres, dignos de figurar en un imaginario Gotha del estrellato mundial, seguramente vedettes acostumbrados a imponer sus menores caprichos. Pero no con Hitchcock, quien -una leve muestra de sadismo, un evidente símbolo de autoridad- jamás les explicaba el argumento de la película sino en líneas muy generales. 'Lo importante es que lo sepa yo', comentaba sonriente y terminante.
Pese a ello, sus intérpretes lo adoraban, porque seguramente extraería de ellos lo mejor. ¿Y él? Grand Seigneur de la pantalla, tirano benévolo, concluía: 'Los actores son ganado'. Más que un exabrupto, la síntesis perfecta de un predominio que no admitía discusión.":
Imágenes de la serie Alfred Hitchcock presenta, doblada al castellano
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