10.3.10

Politica Nacional

EL ARRESTO DE LÓPEZ REGA
El 13 de marzo de 1986 fue detenido en Miami (Estados Unidos) José López Rega. Ex secretario personal y ministro de Bienestar Social de las presidencias de Juan Perón y María Estela Martínez de Perón, fue uno de los hombres más influyentes de la Argentina. Caído en desgracia en 1975, dejó el país y estuvo prófugo durante once años. Fue señalado como el impulsor de la Triple A. Poco antes de ser extraditado a la Argentina, Ricardo Herren y Norma Morandini escribieron El retorno de López Rega. El Brujo, nota publicada en la revista española Cambio16.



"Hace once años salió de Argentina disparado, huyendo de un clamor popular que pedía su cabeza, como «embajador» especial de la ex presidenta María Estela Martínez de Perón, alias Isabelita. Ahora, José López Rega, más conocido como El Brujo, regresará a su país esposado, envejecido y enfermo: Preso en el Metropolitan Correctional Center, la prisión de Miami (Estados Unidos) el inventor de la siniestra Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) será extraditado a su país por las autoridades norteamericanas en los próximos días.

Durante una larga década, el destino de López Rega constituyó uno de los enigmas más inquietantes. Se lo situó en la Libia de su amigo Muammar el Gaddafi, en España -donde ya había vivido en el madrileño barrio de Puerta de Hierro, junto al matrimonio Perón-, en algún exótico país oriental; se especuló sobre una cirugía estética que se habría hecho para no ser reconocido y se imaginó que habría muerto. Ahora se sabe que pasó estos años viviendo a cuerpo de rey en compañía de una mujer treinta años menor que él, María Elena Cisneros, un personaje no menos estrambótico que El Brujo, regordeta, simpática, hortera, que presume de tener «treinta titulos universitarios» y que llama a su anciano compañero «mi padre espiritual, el gurú de mi vida». Ambos residieron la mayor parte del tiempo en Suiza, hasta que un fotógrafo de prensa los descubrió y tuvieron que ahuecar el ala rumbo a otras latitudes más seguras. Finalmente, María Elena Cisneros fue la que -voluntaria o involuntariamente- delató a López Rega cuando decidió ir al Consulado argentino en Miami a solicitar un nuevo pasaporte para Lopecito, como le llamaban los Perón. Hasta ese momento, El Brujo había viajado tranquilamente con el pasaporte diplomático que su antigua pupila, Isabelita, le había otorgado cuando la poderosa Confederación General del Trabajo (CGT) pidió su cabeza en la Plaza de Mayo, en junio de 1975. El 13 de marzo pasado, cuando ya estaba localizado por el Federal Bureau of Investigations (FBI) norteamericano, a solicitud de la justicia argentina, López Rega optó por entregarse.

Es probable que sea éste el epílogo de una de las biografías políticas e individuales más disparatadas de las últimas décadas, figura central de una etapa en la historia de la culta y otrora rica República Argentina, digna de un país africano colonizado del siglo XIX.

Hijo de inmigrantes gallegos, José López Rega vivió sus primeros cincuenta años sin que nada permitiera inferir su desproporcionado futuro. Nunca consiguió completar siquiera los estudios primarios. Se enroló -como agente raso de la Policía Federal y, sin mérito alguno, por simple antigüedad, llegó a ser promovido a cabo. Hasta que descubrieron que López Rega era un activo homosexual que solía abusar de los presos en las Comisarías y de los menores de edad en la calle. Tras un sumario administrativo, fue dado de baja. Años más tarde, El Brujo se vengaría de este pasado poco honroso haciéndose ascender -además de destruir todos sus antecedentes desdorosos- por decreto del presidente Juan Domingo Perón al máximo rango posible de la Policía Federal, el de comisario general, completando una «carrera» digna de ser registrada por el Guinness.

Anteriormente, Lopecito había tenido algunos devaneos artísticos como tenor y cantante de boleros. En su confusa biografía, según declaraciones propias, parece que viajó a Estados Unidos y se presentó como cantante en algunas radioemisoras.

Tras su paso por la Policía, el ex cabo López Rega se dedicó, finalmente, a su máxima pasión: el esoterismo.

Cuando, a mediados de la década de los sesenta, conoció a Isabelita, El Brujo era editor de libros baratos de bolsillo sobre espiritismo, astrología y umbanda (la versión brasileña de los ritos africanos). Como experto en estos temas, consiguió impresionar el alma infantil de María Estela Martínez, una ex bailarina de quinta categoría, inculta e ingenua, cuando la futura presidenta de Argentina había viajado desde Madrid, donde vivía con Perón, para dirimir una de las tantas peleas del movimiento Peronista. Lopecito le habló entonces de sus grandes poderes mágicos, le hizo predicciones astrológicas y se explayó largamente sobre la misión mística de los Perón.

Cuando regresó a Madrid, Isabelita tenía a su lado a López Rega, que le llevaba las maletas, la aconsejaba, la protegía adivinándole el incierto futuro. Una persona tan útil no podía desperdiciarse: El Brujo se alojó en la Quinta 17 de Octubre, de Puerta de Hierro, y ya no saldrá de allí hastá que, en 1972, vuelva a Argentina, junto con los Perón, en olor de multitud.

En esos seis años Lopecito hizo de todo: arreglaba el jardín, reparaba los grifos, manejaba al personal de servicio. Obsecuente, servil y servicial, López Rega consiguió hacerse indispensable para los Perón y hasta logró convertir al general en un prosélito de su visión mágica y esotérica de la vida, plagada de absurdos y de burradas propias de su profunda incultura. Pero en pocos años López Rega se transformaría en algo más que un fiel servidor: ascendido ya a «secretario», consiguió controlar la vida de los Perón. Cuentan que hasta Pilar Franco, íntima del matrimonio argentino, les advirtió sobre el exagerado poder que tenía ya El Brujo, a lo que Perón habría respondido con un resignado: «Ya es demasiado tarde.»

Su poder sobre la compañera de Perón parece haber sido total. Aparentemente la había convencido de que sería una segunda Eva Perón merced a los poderes que él tenía. Todo parece indicar que manipulaba el cadáver embalsamado de Evita en ceremonias negras en Puerta de Hierro y, más tarde, en la Quinta Presidencial de Olivos, para traspasarle a Isabelita el talento y los «poderes» de la difunta.

Se ha especulado largamente sobre esta extraña, perversa, relación triangular. y hay indicios para suponer que Lopecito consiguió en ese sexenio convertirse en un poderoso dirigente de la logia Propaganda Due, a la que también habría pertenecido Perón y de la cual habría recibido importantes ayudas para regresar gloriosamente a Argentina. Según esta interpretación, López Rega -cuyo nombre de guerra era «Daniel» en la masonería- habría sido el superior de Perón en la jerarquía de Propaganda Due. Licio Gelli era un íntimo de López Rega, a quien visitó muchas veces en Buenos Aires.

Por otra parte, el general nunca soportó a su lado a ninguna persona brillante que pudiera hacerle sombra, Lopecito -lo mismo que la gris Isabelita- constituía un adláter ideal: rastrero y servicial, mediocre pero astuto, no cuestionaba ni la vanidad ni el narcisimo del ex dictador y le rendía buenos servicios, que luego se ocuparía de cobrar con creces.

El ex cabo paidofílico consiguió volver a Argentina, junto con los Perón, investido ya ministro de Bienestar Social, como expresión del tremendo poder que había alcanzado. Un poder que, además, le permitiría catapultar a la presidencia provisional de la República al marido de su hija Norma, un patán llamado Raúl Lastiri, cuando el alter ego de Perón, Héctor Cámpora, dimitió para permitir la elección del general.

Como ministro, López Rega manejó los dineros de la lotería nacional y de los casinos, lo que le dio una gran autonomía financiera y, al parecer, le permitió crear una considerable fortuna personal. Desde el Ministerio de Bienestar Social, frente a la plaza de Mayo, organizó una siniestra banda de asesinos, la Alianza Anticomunista Argentina, o Triple A, para acabar por métodos terroristas con las fuerzas de izquierda (o lo que ellos consideraban de izquierda) dentro y fuera del movimiento peronista. Años más tarde, los militares argentinos copiarían los criminales métodos de El Brujo y los refinarían con todo el poder del aparato del Estado.

Ahora, López Rega tendrá que explicar de qué vivió durante estos once años como prófugo (María Elena Cisneros asegura que gracias a «los discos ya las pinturas» de El Brujo) y enfrentar una larga lista de acusaciones ante la justicia argentina. Este hombre bajito y seductor que en el balcón de la Casa Rosa (el palacio presidencial) le dictaba a la presidenta los discursos y que llegó a afirmar «Isabel no existe: es un invento mío» se verá obligado a defenderse (un privilegio que no otorgó a sus victimas) en dieciséis causas: haber fundado «una empresa criminal que cometió una indefinida cantidad de crímenes», entre ellos el asesinato del diputado peronista Rodolfo Ortega Peña, del abogado defensor de presos políticos Alfredo Curutchet, del profesor universitario Silvio Frondizi, del sacerdote Carlos Mújica, todos ellos ametrallados por la espalda. También tendrá que responder por el atentado con bombas que destruyó el coche del entonces senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, actual embajador itinerante del presidente Raúl Alfonsín.

En el campo de los delitos económicos, Lopecito enfrenta juicios por manejos irregulares de fondos de la llamada Cruzada de la Solidaridad (un delito por el que Isabelita fue condenada a siete años y medio de prisión), de recursos reservados de la Presidencia de la República, dos causas por malversación de fondos y algunos otros delitos menores.

Muchos de ellos han prescrito ya, según la ley argentina. La prensa de Buenos Aires ha especulado largamente sobre lo que va a ocurrir cuando regrese el ex secretario de los Perón, y no faltan quienes creen que López Rega se hizo detener voluntariamente, pues tiene la seguridad de que sus causas están perimidas por el simple transcurrir del tiempo. Lopecito, además, se guardaría en la manga un as de triunfo: habría amenazado con publicar sus memorias, lo que ya ha hecho temblar a más de un flamante demócrata.

Aprisionada en su propio e ineludible pasado, Argentina sigue así exhumando muestras del horror de su reciente historia, en la que el trío de los Perón y López Rega son un testimonio principal, entre grotesco y estremecedor."

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