10.3.10

Política Nacional

CÁMPORA GANA LAS ELECCIONES DE MARZO DE 1973

El domingo 11 de marzo de 1973 los candidatos del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), Héctor Campora y Vicente Solano Lima, se imponen ampliamente en los primeros comicios en dos décadas donde el peronismo puede presentar candidatos a la presidencia. Terminan así los siete años de la dictadura de la Revolución Argentina, y los 18 años de su proscripción, pese a que su líder, Juan Perón, estaba inhabilitado a participar. Las perspectivas del nuevo gobierno democrático, tomadas de la nota Cámpora al gobierno, Perón al poder: Rucci perdura y la juventud vigila, publicada en la revista Panorama, nº 307 del 15 de marzo de 1973.



"En las últimas horas de la noche del lunes 12 la expectativa dio paso a la algarabía y el júbilo de los peronistas ante la real consumación del triunfo. Tanto las palabras de Alejandro Lanusse como del ministro del Interior, Arturo Mor Roig, quienes consideraron innecesaria la segunda vuelta a pesar de que el FREJULI no había conseguido el 50 más uno de los votos emitidos, alejaron las pocas dudas que aún quedaban en los más pesimistas. A partir de allí, los peronistas dieron rienda suelta a su entusiasmo -como en las mejores épocas- e inauguraron, tal vez sin saberlo, un capítulo clave de la historia política argentina de los próximos años, y una etapa no menos importante en su evolución futura como movimiento de masas.
El justicialismo vuelve al gobierno canalizando sus votos con siglas distintas como la Unión Popular, como en 1962, o apoyando a otros partidos, como a la Unión Cívica Radical Intransigente en 1958, que facilitó el triunfo de Arturo Frondizi. De todas maneras, en este nuevo período donde la agrupación política mayoritaria irrumpe en escena luego de un mutis obligado que agravó las tensiones existen tes en el país, el segmento en el que aparece encolumnada la masa peronista es innegablemente distinto que aquel que, en 1945, marcó la instancia popular más importante de la historia del país. Por lo pronto, los parámetros entre los que podrá moverse Héctor Cámpora y su elenco de gobierno son mucho más limitados que los que su frieran los presidentes electos después de la época peronista. Si bien Frondizi subió a regañadientes de los sectores gorilas, tanto civiles como militares, su larga militancia radical avalaba mínimamente su actuación como jefe del Ejecutivo para los sectores más moderados de esos mismos grupos de poder. El triunfo radical de 1963 fue mucho más claro en ese sentido: si bien Arturo Illia asumió su cargo ante la indiferencia de gran parte del electorado -sólo alcanzó el 25 por ciento de los votos totales-, contó, en cambio, con el apoyo militar que vio en él la encarnación de su proyecto destinado a neutralizar al peronismo. Como una cruel paradoja, luego de siete años de Revolución Argentina, el nuevo presidente electo cuenta con el apoyo masivo del electorado -un 49 por ciento al cierre de esta edición-, pero en cambio sufre las consecuencias del recelo que los militares sienten aún por el movimiento creado por Juan Perón.
Frente a este parámetro claramente definido, el trabajo de Cámpora a nivel de gobierno se supone arduo y peligroso, no sólo porque las relaciones con el sector militar tendrán que ser objeto de un delicado estudio de posiciones, sino porque además la lucha por el poder podría determinar fraccionamientos en su frente interno, algo tal vez más importante que la eventual antipatía castrense. Por lo pronto, en los próximos días el electo presidente deberá contrarrestar la ofensiva que ya se insinúa entre los justicialistas y sus aliados para ocupar los futuros puestos del gabinete frentista. A pesar de las declaraciones de Cámpora, en la conferencia de prensa que brindó el lunes 12 a la noche, en el local de San ta Fe y Oro, respecto a la integración del elenco gobernante y donde afirmó que llamará a los hombres más capaces e idóneos para cada función, en fuentes peronistas se especulaba que muy difícilmente sus compañeros de aventura en el FREJULI consigan mucho más de lo obtenido a través de las urnas. Es decir, que los principales cargos del gabinete serían cubiertos por hombres del justicialismo, sobre todo los relativos a la administración interna del país (Economía, Trabajo, Interior), dejando para una eventual repartición los de menor peso interno, como Bienestar Social, o de importancia para la política exterior, como el de Relaciones Exteriores. De todas formas, esta composición. entrará antes en una ardua serie de negociaciones, donde el principal ejecutor no sería Héctor J. Cámpora sino Juan Domingo Perón. Es posible entonces que antes de asumir el cargo, el nuevo presidente viaje a Madrid para poner a consideración del líder justicialista los nombres posibles para los distintos puestos y dejar que el ex presidente decida. En el caso de no poder realizar el viaje, el mensajero sería el secretario general del movimiento, Juan Manuel Abal Medina. Mientras tanto, y a la espera de la resolución del jefe máximo, los frentistas han comenzado a entretejer especulaciones y a medir sus respectivas fuerzas. El manejo de la economía del país para los próximos cuatro años es apreciado por la vieja guardia del justicialismo -Antonio Cafiero y Antonio Gómez Morales-, por los desarrollistas y por el Comando Tecnológico que dirige el ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Rolando García. El de Trabajo sería sin discusión para los sindicalistas como parte del precio político que necesariamente tendrá que pagar Cámpora ante el avance de la Juventud y que produjo no pocos encontronazos con el gremialismo durante la campaña. Tal vez la negociación más difícil no sólo entre los frentistas sino también con los militares será la elección del encargado de cubrir el puesto de ministro del Interior. Hasta ahora esa vacante ha sido raramente observada por los voceros peronistas y poco incursiona da por las distintas fracciones que pueden pretender su control, una forma, tal vez, de evitar que un candidato lanzado prematuramente quede automáticamente eliminado por culpa de una inoportuna infidencia.

PROSPECTIVA. El anuncio de Héctor Cámpora de retirarse a descansar a su domicilio particular de San Andrés de Giles, antes de iniciar las actividades normales de un presidente electo, de terminó, de hecho, que el lunes 12 quedara inaugurado un obligado tempo político. Sin embargo, en la mañana del martes 13, apenas concluidas las ruidosas manifestaciones que recorrieron la Capital y el Gran Buenos Aires y que festejaban el triunfo obtenido, las primeras versiones sobre la actitud a tomar por el candidato en los próximos días comenzaron a ganar la calle, Así, por ejemplo, se reiteraba con insistencia que Cámpora estaría decidido a realizar una reestructuración en la cúpula dirigente del partido Justicialista, donde varios puestos quedarán vacantes cuando sus miembros ocupen los cargos legislativos o ejecutivos para los cuales han sido elegidos. Estos puestos de indudable gravitación serían ocupados en su mayoría por hombres de la Juventud Peronista, que intentarán darle una dinámica distinta al proceso abierto a partir de la victoria en las urnas.
Una actitud de este tipo, sin embargo, puede provocar las primeras fracturas en el movimiento peronista, sobre todo por la resistencia de los líderes sindicales a reconocer el papel hegemónico que ha jugado la rama juvenil desde la llegada de Cámpora y que siempre recibió el apoyo velado o decidido de Perón. A pesar del simbólico gesto de unidad que demostraron los caudillos de las ramas gremial y juvenil durante la conferencia de prensa del martes -Lorenzo Miguel y Juan Abal Medina estaban sentados al lado de Cámpora y apoyando sus brazos en los hombros del candidato-, la pre eminencia juvenil es algo que molesta a los sindicalistas que ven, incluso, en esa masa radicalizada un peligroso factor de irritación en las futuras negociaciones que el peronismo deba emprender con el poder militar.
Pero en esto, como tal vez en muchas de las líneas tácticas que adoptará Cámpora desde el gobierno, los trazos finales seguramente estarán reservados a Perón. Es posible entonces que el ex presidente haya guardado para la juventud el rol que jugó el gremialismo durante su gestión: es decir, el canal de movilización y presión más pode roso y consecuente. Si fuera así, los caudillos sindicales tendrán que conformarse con pasar a un segundo plano o limar las asperezas que los separan de la rama juvenil para coparticipar de ese poder. Si, en cambio, Perón decide dejar librado a la habilidad y talento político del presidente la reconstitución de fuerzas dentro del movimiento, el auge juvenil estará en relación directa con las tensiones y las expectativas que desate este nuevo proceso peronista.
Esta última instancia táctica es la sustentada por algunos caudillos gremiales que presuponen que el líder justicialista evitará, en lo posible, intervenir en las rencillas internas y dejar a su candidato con las manos libres para decidir el rumbo. Con lo cual, por eso de que ningún dirigente peronista es Perón, Cámpora se vería muy pronto acorralado por las exigencias cada vez más radicalizadas de la juventud y tendrá que pedir el auxilio del ala sindical y de sus aliados políticos, para evitar incluso que la irritación castrense alcance niveles intolerables. Es decir que Cámpora tendrá que hacer gala de la misma habilidad y cabeza fría con que supo llevar al justicialismo a buen puerto, y, lo que es más aún, mantener ese equilibrio en todo momento para evitar su propio deterioro."

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