Juan Carlos Vásquez, un ferretero de 50 años, fue asesinado por sus hijas Silvina y Gabriela con más de cien puñaladas, en lo que los medios definieron como un ritual diabólico. Pese a que la Justicia las declaró inimputables debido a las graves alteraciones mentales que sufrían, para la crónica roja fueron las 'hermanas satánicas'. Fragmentos de Una mañana de sangre, locura y muerte, nota de Gonzalo Abascal, Alejandro Sangenis y Miguel Braillard publicada en la revista Gente, nº1811 del 4 de abril de 2000.
"A las once de la mañana de ese lunes 27 de marzo, el barrio de Saavedra parecía un lugar celestial. El sol de otoño, la brisa fresca, el olor del café escapándose de las cocinas y los sueños de amor en cada casa. En las veredas, las vecinas y un saludo cálido, un chisme y una sonrisa. Y algún chico con uniforme y cara de colegio caminando distraído. La vida, al fin, en cada imagen.
En el departamento de Manuela Pedraza 5873, en cambio, la escena era diferente. Las persianas bajas, la falta de luz, el ambiente cargado por el aroma de las velas que ardían desde hacía horas. Algún mueble no cuidado con sus cajones abiertos y extraños símbolos religiosos esparcidos sobre la mesa y las paredes. Y las voces. Oscuras como el ambiente, murmurantes en una plegaria incomprensible, naciendo desde la garganta pero también desde la locura. Nadie sospechaba lo que allí ocurría. Nadie siquiera podía imaginario.
'Es una típica pelea de vecinos por ruidos molestos', pensó el principal Aldo Santángelo, el primer policía en llegar al lugar. No sabía cuánto se equivocaba.
Santángelo, un agente que entre sus compañeros está considerado un hombre de acción, estacionó su moto en el frente del departamento y se acercó caminando con tranquilidad, pero alerta. Tocó el timbre mientras escuchaba rezos cada vez más altos. De pronto, desde el interior oyó una voz grave y masculina que le gritó: 'iVáyanse!' y que luego agregó: 'Sal, Satanás. Dejá el cuerpo de papá'. Santángelo, entonces, asomó su mirada hacia el comedor, y sintió que entraba en el infierno. En un ambiente pequeño, amueblado con una mesa y cuatro sillas y un sillón negro de dos cuerpos, Gabriela Vásquez (29), su hermana Silvina (21) y su padre Juan Carlos Vásquez (50) participaban de lo que parecía haber comenzado como un rito, y terminaría siendo una orgía mortal.
Juan Carlos Vásquez estaba muerto, desnudo, acostado boca arriba en el piso, con todo su cuerpo herido y el rostro desfigurado. Arrodillada sobre él, su hija Silvina le clavaba una y otra vez el cuchillo de cocina Tramontina en lo que quedaba de la cara, mientras con la otra mano pretendía arrancarle algo de las entrañas, y escupía restos de lo que parecían partes de su padre arrancadas a mordiscones. Mientras tanto, Gabriela, la mayor de las hermanas, lucía en trance, sentada sobre un lago de sangre, con tajos en la cara y un tremendo golpe en la espalda.
El oficial Santángelo rompió el vidrio y abrió la puerta. Pero no estaba preparado para tanto horror. Sin poder contener las convulsiones, se arrodilló casi descompuesto, gritando para alertar sus compañeros.
Oscar Lucero, 44 años, jefe de la Brigada de investigaciones de la comisaria 49, otro de los hombres presentes, se acercó a Silvina Vásquez con intención de contenerla. Caminando sobre casi cinco centímetros de agua -habría sido utilizada para el rito- y sangre, apoyó su mano en la espalda e intentó reanimarla, pero recibió un golpe de una fuerza descomunal que lo tiró al piso. Se incorporó también descompuesto, y con un movimiento ágil y la ayuda de sus compañeros, logró esposar a la hija menor, mientras ella le gritaba con una voz ronca, masculina, que escapaba a su aspecto de niña angelical: 'Váyanse. No tienen nada que hacer acá'. Y mirando a su padre muerto y a su hermana, repetía: 'Ahora sí vengamos a mamita. Ya le saqué el demonio a papá y ahora se lo voy a sacar a ella. Ahora sí papá va a ser buenito'. A su lado, Gabriela Vásquez aparecía vencida, con su remera blanca teñida de rojo, la mirada perdida y la sangre cayéndole incontenible por las mejillas. El oficial Lucero y sus hombres, en tanto, se miraba estremecidos. Jamás habían visto algo semejante. Seguramente jamás lo volverán a ver. Cada día rezan en silencio para que así sea.
Después del infierno
Luego de que los policías lograran contener a Silvina, una ambulancia del SAME llevó de urgencia a las dos hermanas al hospital Pirovano. La mayor parecía tener heridas de mayor peligro. Domingo Rodríguez, camillero del Pirovano desde hace once años, las recibió desnudas y bañada en sangre: 'Tenían los ojos como desorbitados y estaban en shock. No parecían drogadas. A Gabriela la llevamos a cirugía. Tenía cortes en el pómulo y en el cuerpo. A Silvina la dejamos en Ia guardia para realizarle curaciones. Al día siguiente las trasladamos a las camas 814 y 815 en la Sala de Mujeres. No se podían ver entre ellas porque las separaba un biombo, pero en un momento que lo corrí, Silvina giró la cabeza y al ver a su hermana le dijo: «Te amo Gabriela. Te amo, te amo» Lo repitió varias veces y luego empezó a llorar. Después las trasladamos a la sala de Ginecologia en el segundo piso. En el momento de subir/as, le dije a Silvina que la llevaría a un lugar más tranquilo para que pudiera descansar mejor. Ella me lo agradeció y me pidió que no la atara muy fuerte. Alberto, uno de mis compañeros, fue a buscar a Gabriela, y mientras le hablaba, ella lo miró y le dijo que él era el Diablo'
(...)
Hoy, Gabriela y Silvina están alojadas en la Unidad 27 del hospital psiquiátrico Moyano en Constitución. Viven en celdas separadas pero pueden comunicarse. Uno de los guardiacárceles, explicó: 'A Silvina se la ve mejor. El domingo preguntó dónde estaba y dijo que tenía frío. En cambio, Gabriela todavía desconoce la realidad. Le suministran sedantes porque grita todo el tiempo y si te ve pasar dice que sos Satanás y te insulta'. Una de las enfermeras agrega: 'Nosotras no queremos ir a darles los calmantes. No es que veamos algo raro, pero lo que dicen de estas chicas da miedo. Acá las llamamos las chicas de la casa del terror'. La investigación judicial, en tanto, determinó algunos detalles que agregan horror. Juan Carlos Vásquez no presentaba lesiones en los brazos y las muñecas, por lo que se deduce, que no opuso resistencia. El corte principal en su rostro, además, pareció responder a una técnica aprendida y no a la improvisación. Juan Carlos Vásquez presentaba una herida desde la comisura de los labios hasta la nuca, como si hubiesen querido arrancarle algo de la boca. Los investigadores también creen que recibió la mayoría de las puñaladas de pie o de rodillas, pues por su cuerpo corrieron hilos de sangre hacia el piso. Además, el padre tenía restos de semen, lo que confirmaría la posibilidad de una relación incestuosa. El horror, al fin, parece no tener fin.
Incesto, puñaladas, ritos extraños y permanentes referencias a Satanás. Recuerda al argumento de una mala película de Hollywood. Pero ocurrió en Saavedra, que es como decir en la casa de al lado de cualquier habitante de Buenos Aires. Allí, un lunes de apariencia celestial, con sol de otoño y vecinas saludándose en la vereda, una chica de 21 años apuñaló a su padre hasta matarlo, e intentó arrancarle el corazón, convencida de que en él habitaba el demonio, mientras su hermana miraba, herida y ensangrentada. ¿Posesión diabólica? ¿Un ataque psicótico incontenible? ¿O una locura inducida por un delirio religioso?
Nadie lo sabe, y acaso no se sepa nunca. Quizá lo único definitivo sea que el límite entre el bien y el mal (o la locura y la sensatez) es mucho más frágil y delgado de lo que imaginamos. Tan delgado como un hilo de sangre. La sangre que tiñe esta historia de horror y de muerte."
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