El 9 de diciembre de 1984, el Club Atlético Independiente derrotó por 1 a 0 al Liverpool de Inglaterra en la final de la Copa Intercontinental disputada en Tokio, Japón. Con el tanto de Alberto Percudani, el equipo dirigido por José Omar Pastoriza sumó el segundo título mundial para la institución de Avellaneda.
Texto extraído de la revista El Gráfico nº 3401, publicada el 11 de diciembre de 1984.
"El Estadio Nacional de Tokio asiste a una nueva consagración sudamericana. Enzo Trossero alza la Copa Intercontinental frente a un racimo de compañeros agotados y felices, sudorosos y exultantes, que ahora dan rienda suelta a su alegría y que hasta diez minutos antes pensaron con frialdad, midieron con criterio, elaboraron con tanto cálculo como corazón, una performance ganadora.
Porque a la hora de la gran responsabilidad, de la suprema decisión, este grupo de jugadores que bajo la inspiración de Pastoriza hace del fútbol un juego y un arte, una diversión y un espectáculo, más que jugar el partido, lo pensó. Más que dar rienda suelta a su tradicional estilo, trabajó moderando el resultado. Era mucho lo que se decidía de una sola vez y, como lo dice Pastoriza con su característica franqueza, 'no estábamos para regalar nada...'.
Así llegó Independiente a la conquista de la Copa Intercontinental, en un encuentro sin brillo, carente de espectacularidad y hasta de vibración, dentro de un trámite aparentemente frío, que se planteó así porque a los 6 minutos ya se había puesto un gol arriba gracias a una impecable definición de Percudani, y la presión del Liverpool lo obligó a jugar un partido distinto del que uno espera siempre de este Independiente. Más cauteloso, más especulativo, menos abierto, más retenido, cambiando ambición ofensiva por solidez defensiva. Tanto que se pareció al otro Independiente. El que integraba Pastoriza como jugador. El de la gran defensa acaudillada por el Zurdo López, integrada por hombres de lucha como Pancho Sá, Ricardo Elbio Pavoni, Semenewicz y Perico Raimondo. Distinto a este de hoy es el que se impone el toque intencionado y cambiante de Bochini y Burruchaga.
No fue un Independiente lindo para ver, pero fue un Independiente serio, sobrio, defensivamente invulnerable. Si repasamos mentalmente la lucha final, caemos en la cuenta de que la última posibilidad de llegada clara a posición de remate que tuvo el Liverpool se registró a los 26 minutos del segundo tiempo, cuando el escocés John Wark entró a conectar un tiro libre lanzado desde la izquierda en forma de centro y levantó el remate dentro del área penal. Fue la única vez, por otra parte, que un adversario quedó mano a mano con el arquero rojo.
(...)
La nueva consagración del cuadro de Avellaneda es el premio a su fibra combativa, a su constancia y al sólido andamiaje defensivo que supo armar para esta final del mundo. Muchas veces Marangoni o Clausen o Giusti o el mismo Villaverde parecieron quedar batidos por el juego triangulador clásico de los ingleses, con un hombre que trae la pelota, otro que sale y toca para un tercero, en tanto el rebotero u otro compañero la van a buscar al claro. Pero siempre apareció otro defensor, generalmente Trossero o Enrique cuando no Villaverde o Marangoni, en oportuna recuperación de posiciones, para frustrar el pelotazo en profundidad. Lo mismo ocurrió cuando los buscaron por arriba.
Los equipos campeones logran su objetivo, que es la victoria, sumando técnica y esfuerzo, habilidad y transpiración, ingenio y garra. No basta jugar más lindo para ser el mejor. Muchas veces los cuadros argentinos jugaron más lindo, pero fueron superados por rivales más sólidos, más aguerridos, mejor armados, dotados de mayor sentido práctico. Esta vez, esos atributos que conducen al triunfo fueron patrimonio de los rojos. Por eso,Enzo Trossero alza la copa y la hace brillar bajo el sol de Tokio, frente a sus compañeros enfervorizados, adivinando que allá lejos en la Argentina esta limpia victoria deportiva ha hecho felices a muchos millones de compatriotas. Porque si algo sobró en esta nueva final del mundo, fue corrección, lealtad y limpieza. Era lo que se necesitaba para borrar agorerías que vaticinaban rencores y violencia. Era lo que pretendíamos de esta final, más allá de un resultado. Se consiguió todo: festejar un triunfo y resguardar una imagen. Se lo debemos, una vez más, a ese estupendo embajador que ha sido y sigue siendo este admirable grupo futbolístico que late bajo la casaca roja de Independiente.
LAS DEFINICIONES DE PASTORIZA
-'Cuando dos rivales se respetan mucho, gana el que pega primero. Y pegamos primero nosotros. Pero aunque ellos se nos vinieron encima después del gol de Percudani, nunca alcanzaron a preocuparme. Vi muy firme, muy bien planteada a nuestra defensa en todo momento'. (El domingo por la tarde, tras la victoria)
-'Percudani hizo esta tarde lo que todavía le falta aprender: definir con seguridad, sin atorarse. En este caso, le pegó en el momento justo. Un paso más y perdía. Fuera de eso, está para cosas importantes. Y hoy lo probó. Jugó una final del mundo con la tranquilidad de un consagrado'. (Al llegar de vuelta al hotel Takanawa Prince, tras el partido)
-'No me gusta hacer nombres de jugadores. Gana o pierde el equipo. Ayer ganó el equipo y todos me dejaron satisfecho. Pero si tuviera que elegir tres muchachos diría: Goyén, por la tranquilidad que nos dio desde el arco; Enrique, por el espíritu que pone siempre en la lucha sin importarle el peso del adversario, y Percudani, por la forma en que definió y también por la manera en que luchó siempre'. (En el vuelo de Tokio a Hong Kong, el día posterior al partido con el Liverpool).
EL GOL DE PERCUDANI
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