El sábado 7 de diciembre de 1974 Víctor Emilio Galíndez ganó el título vacante de los mediopesados de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB). Esa noche, en el estadio Luna Park de la ciudad de Buenos Aires, el campeón argentino y sudamericano venció al estadounidense Leonard Hutchins por abandono en el decimotercer round. Galíndez, nacido en Vedia, provincia de Buenos Aires, fue el quinto argentino campeón mundial de boxeo.
Sábado de drama y triunfo, la crónica de Robinson en la edición nº2879 de El Gráfico.
"Me pregunto todavía, ¿qué derecho hay a que un hombre sufra tanto sobre un ring? Y más aún, quisiera saber qué nos pasó el sábado por la noche a los doce mil seres humanos que estábamos en el Luna Park para que nadie se animara a subir al ring y pedir clemencia por Len Hutchins. Fue una estúpida masacre ejecutada a través de un combate que del quinto asalto en adelante resultó absurdo, grotesco y sanguinario. Sólo hay un hombre que se exime de este desastre: Víctor Galíndez, el ganador. Subió para consagrarse campeón. Y, obviamente, no hizo más que cumplir con las reglas del juego. Pero, ¿y el médico de turno?, ¿y el referi?, ¿y los segundos del norteamericano? ¿Dónde estaban ellos mientras Hutchins se tambaleaba de un lado a otro con la mirada extraviada y las piernas vencidas? ¿Dónde estaban ellos mientras el boxeador conmocionado cerebralmente mostraba su peligrosa y alarmante incoordinación sobre el ring? ¿Dónde estaban ellos mientras Hutchins dejaba a cada instante un poco de su salud?
(...)
Y en este clima de tensión, dramatismo y angustia, la pelea se hizo una pesadilla. Fue tan cruenta que todos queríamos que terminara de una vez. En realidad había terminado en el 5°. Cuando regresando a su esquina Hutchins dibujaba sobre el tapiz los inequívocos pasos de la borrachera que denunciaban su deterioro cerebral. Hasta aquí había sido una pelea digna, intensa, dinámica. Para definirlo claramente, una pelea. En esa etapa quedó demostrado el tremendo vigor del nuevo campeón que aun en un planteo estratégico insospechado -pelear y pegar de contragolpe- se convirtió en dominador de la situación. Hutchins cayó cuando faltaban cuatro segundos para terminar el primer round por una izquierda en gancho, volvió a ser conmocionado en el segundo con la misma mano, se repitió la situación en el tercer, y en el cuarto la campana salvó otra vez al norteamericano, que terminó de escuchar la cuenta de protección sentado en su propia esquina. Hasta allí, Galíndez ejerció su potencia como elemento desequilibrante y el desarrollo empautaba ciertas expectativas. Hutchins, que en los ensayos había mostrado la exquisitez de su estilo ortodoxo, cambió su filosofía de combate: propuso una pelea franca, por momentos frontal y asumió siempre el ataque. Sus descargas obedecían a una notable pulcritud de manejo y la combinación de 1-2 terminaba siempre con derecha en punta bien voleada. Entre el vigor de Galíndez y la mejor técnica de Hutchins no había inquietud ni sensación definitoria, cuando pegaba Galíndez el nocaut rondaba permanentemente. Es más, el público lo iba sintiendo. Pareció, a cada instante, que el destino sería la cuenta definitiva. Sin embargo, el nocaut no llegó. Pudo haber sido en el 5° en que una izquierda voleada tomó a Hutchins en la mandíbula. Pudo haber sido en el 8° en que una serie de golpes imposibles de definir terminaron con un empujón que mandó a Hutchins a la lona. Pudo haber sido en el 12° en que el referi paró para contarte los ocho a Hutchins contra el encordado después de un cambo de golpes. Pudo haber sido, incluso mucho antes. En un round cualquiera después del 4°. Pudo haber sido, pudo haber sido... Y no fue. ¿Por qué?: no hay que esforzarse mucho para explicarlo. Galíndez estaba tan cansado como Hutchins, pero consciente. Sabía lo que hacía pero no podía hacer lo que debía. Eso era acelerar el ritmo, pasar definitivamente al ataque, lanzar golpes sin tregua. Su fatiga, consecuencia de un entrenamiento incompleto por el accidente automovilístico que le impidió frotar todo lo que debía, lo obligaba a hacer pausas ofensivas. Si Hutchins pudo mantenerse en pie y tomarse tiempo para reponerse algunas veces fue porque Galíndez le marcó las pausas.
(...)
Es curioso. Me estoy dando cuenta mientas releo lo que estoy escribiendo. Un argentino acaba de consagrarse campeón y el público no nos ha contagiado ese clima tan especial de las noches históricas. En este triunfo no hay epopeya, no habrá leyenda. Es como si no quedara ese sabor tan especial de las cosas distintas. Pasa ahora y pasó la misma noche de la consagración. Claro, hay preguntas que son respuestas: ¿cómo Galíndez no fue capaz de poner nocaut a un hombre que estuvo dormido cuatro rounds?, ¿cómo un campeón no encontró la fórmula para rematar a un adversario entregado, resignado, vencido, destrozado?, ¿cómo en los momentos en que era fundamental ir para adelante y poner en práctica lo que más se sabe, retrocedió para ampararse en el contragolpe?, ¿cómo los mejores golpes que puso -los que derribaron a su adversario- fueron confusos, nebulosos?
(...)
Al final, ya a la altura del 11º round, alguien -no hay por qué identificarlo- exclamó: 'Como en la calle, Víctor, como en la calle...'
Y bueno, tenemos un campeón que ganó peleando como en la calle."
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