13.11.09

Política nacional

A 100 AÑOS DEL ATENTADO A RAMÓN FALCÓN
El 14 de noviembre de 1909 el comisario Ramón Lorenzo Falcón y su secretario son muertos en un atentado cometido por el anarquista ruso Simón Radowitzky. Antiguo militar, senador y diputado, Falcón fue designado jefe de la Policía de la ciudad de Buenos Aires. Y considerado responsable de la represión del acto del 1º de Mayo de 1909, que costó la vida a ocho manifestantes, entre otros hechos represivos. Crónica del atentado, tomado de la nota Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?, de Osvaldo Bayer, publicada en Todo es Historia, Nº 4 de agosto de 1967.




"El coche sigue avanzando despaciosamente. Ahora ha tomado por la avenida Quintana. Lo conduce el italiano Ferrari, buen cochero que ingresó a la repartición en 1898. Al lado de Falcón va el joven Alberto Lartigau, de 20 años de edad, único varón de una familia de nueve hijos, y que ha sido puesto por su padre como secretario privado de Falcón para que al lado de éste 'se haga hombre'.
Desde la tragedia de Plaza Lorea, en mayo de ese año, muchas son las amenazas que se ciernen sobre Falcón. Los anarquistas lo han señalado como a su principal enemigo. Y todos saben cómo se las gastan los anarquistas. Pero Falcón no teme. Va a todos lados sin custodia. Y siempre está en todos los lugares de peligro.
Pero esta vez está preocupado por el grupo Karaschin. ¿Se quedarán tranquilos ahora que el jefe está entre rejas? ¿O buscarán vengarse con algún golpe sensacional?
El coche ya dobla por la avenida Callao rumbo al sur. Y es en ese momento que dos hombres -el chofer José Fornés, que conduce un automóvil detrás del coche de Falcón, y el ordenanza Zoilo Agüero del ministerio de Guerra- observan que un mocetón con aspecto de extranjero comienza a correr a toda velocidad atrás del carruaje del jefe de policía. Lleva algo en la mano. ¿Qué habrá pasado, se habrá caído algo del coche y el muchacho quiere devolverlo? ¿Por qué no grita para llamar la atención? Pero ahí ya está la verdad. Al doblar el coche, el desconocido se acerca en línea oblicua y arroja el paquete al interior del mismo. Medio segundo después la terrible explosión. El terrorista mira para todos lados y comienza su huida hacia la avenida Alvear.
(...)
Falcón es de los que saben morir. Él también ha ido en el coche al muere. Los anarquistas saben preparar bombas y ésta no ha fallado. Ha sido lanzada con maestría. Ha caído a espaldas del cochero y a los pies de Falcón y Lartigau. Al explotar ha desgarrado músculos, roto arterias y venas, cortado nervios y se ha adentrado bien en la carne antes de que las víctimas se dieran cuenta de lo que ocurría. Ha sido un ataque cobarde, por la espalda. Por adelante tal vez nunca se hubieran atrevido. Falcón siempre creyó que su cara y su mirada de halcón pararían la mano de cualquiera que atentara contra su vida. Pero es que ni le han dado la voz de alto. Ni siquiera él ha podido decir: 'soy el coronel Falcón'. Su Barranca Yaco está allí, en avenida Quintana y Callao. Y allí se desangra por sus piernas desgarradas y rotas, allí, tirado en la calle hasta que algún comedido le trae un colchón.
Es curioso. El estampido ha sido terrible y sin embargo apenas si los caballos dieron un salto, hociquearon y respondieron a las riendas del asustado italiano Ferrari. Mientras tanto Lartigau y Falcón se habían deslizado por el boquete abierto por la bomba en el piso del coche y habían caído a la calle. La sangre que fluía por las heridas hechas por decenas de clavos y recortes de hierro los iba rodeando igual que las caras de los despavoridos curiosos.
Falcón no pierde el conocimiento. Tirado sobre el colchón que le han traído señala con ademán autoritario que lo atiendan primero al 'joven Lartigau'. A la pregunta de los curiosos responde: 'No es nada, ¿hubo más heridos?' La sangre que pierde es mucha. Mientras esperan la ambulancia de la Asistencia Pública, dos o tres vecinos tratan de vendarle las destrozadas piernas con vendas y trozos de sábanas. A Lartigau, que ha perdido el conocimiento, lo llevan al sanatorio Castro, muy cerca de allí.
Llega la ambulancia. Conmueve ver a todos esos hombres que se esfuerzan por levantar el colchón con el hombre herido y meterlo en el coche. Llegan al consultorio central y los médicos que lo atienden no ven otra salida que amputarle la pierna izquierda a la altura del tercio superior del muslo. Pero ya es tarde, Falcón está ya casi vacío de sangre. No aguanta el shock traumático y expira a las 2 y cuarto de la tarde.
La juventud de Lartigau se defiende más. Sus heridas no son tan profundas como las de Falcón pero igual le han tenido que amputar una pierna -a él la derecha- y la pérdida de sangre ha sido tremenda. Aguanta hasta las 8 de la noche.
Los dos serán velados en el departamento central. Pocas veces Buenos Aires asistirá a una expresión de duelo tan grande. Con delegaciones policiales de todo el país y del exterior. El Ejército Argentino y la policía lo han tomado como una afrenta. Y por eso para ellos no habrá jamás perdón para el asesino. Pasarán muchos años pero la consigna seguirá siempre fresca: no habrá perdón para el asesino de Falcón. Consigna que sólo logrará quebrar un cabezadura: Hipólito Yrigoyen.
El terrorista también ha caído en la calle. Pero lo levantan del pelo y de la ropa. Lo dan vuelta y lo acuestan cara al sol Es desagradablemente blanco, el pequeño bigote es rojizo, medio lampiño, las facciones huesosas, mandíbula de boxeador, ojos aguachentos y las orejas grandes tipo pantalla. Indudablemente es un ruso, un anarquista, un obrero. Ahí está tirado, resollando como un chancho jabalí cercado por los perros. Lo insultan. Le dicen 'ruso de porquería' y algo más. Él tiene los ojos bien abiertos, asustados, esperando recibir la primera patada en la cara. Está perdido y por eso no pide perdón sino que grita dos veces seguidas: '¡Viva el anarquismo'. Cuando los agentes Muller y Guzmán le dicen 'ya vas a ver lo que te va a pasar', responde con un castellano quebrado y gangoso: 'No me importa, para cada uno de ustedes tengo una bomba'.
Son las últimas palabras del animal acorralado.
Pero la policía hace una excepción. No cumple con la ley no escrita de vengar la muerte de uno de los suyos. Aparece el subcomisario Mariano T. Vila de la comisaría 15ª y ordena cargarlo en un coche de plaza y llevarlo al hospital Fernández porque el terrorista está perdiendo mucha sangre por el costado derecho del pecho".

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