15.11.09

Astrononáutica

A 40 AÑOS DEL SEGUNDO VIAJE A LA LUNA
El viernes 14 de noviembre de 1969 el Apolo 12 se posó en la superficie de la Luna, convirtiéndose en la segunda nave de los Estados Unidos en llegar al satélite natural. Tripulada por Charles Pete Conrad, Richard Dick Gordon y Alan Bean, la misión permaneció casi un día y medio allí, realizando pruebas científicas. El relato de la misión en la revista Periscopio.



Apolo XII: el show que nunca se vio, en Periscopio, nº 10 del 25 de noviembre de 1969.

“La historia suele ser injusta con los segundones: pocos recuerdan el segundo escalamiento del Everest, el segundo cruce del Atlántico en avión. Esta vez con el nuevo viaje a la Luna, la regla se ha mantenido: la opinión pública, dentro y fuera de los Estados Unidos, conservó una notable impavidez. Sin embargo, nada parece indicar que la segunda residencia del ser humano en el satélite haya sido menos fructífera que la anterior, cuando la Tierra entera perdió el aliento para vigilar el descenso de Armstrong y Collins.
La serie de inconvenientes, tropiezos y torpezas de la misión Apolo 12 comenzó el miércoles 12, dos días antes del lanzamiento: averías en uno de los dos tanques que almacenan el preciado oxígeno líquido amenazaron con postergar la excursión. Aunque el desperfecto fue superado -los técnicos reemplazaron ese depósito con otro extraído de la Apolo 13-, la empresa quedó, desde entonces, signada por la mala suerte. De allí en más, los expertos debieron enfrentarse con una ristra de dificultades jamás experimentadas en un viaje espacial.
A las 13 y 22 (hora argentina) del viernes 14, un temporal castigaba las instalaciones del Centro Espacial de Houston. El meteoro no impidió, sin embargo, que el cohete Saturno emprendiera la marcha. Cuarenta y cinco segundos después, el Presidente Nixon, medio millón de testigos presenciales, miles de técnicos y -es obvio- los tres pasajeros, experimentaron singular terror.
Nadie sabe a ciencia cierta qué determinó que el computador guía y los sistemas eléctricos de la cápsula viajera paralizaran su actividad por unos momentos. Conrad, con el pulso acelerado, atinó a contar -en realidad lo supuso- que habían sido alcanzados por un rayo. Lo cierto es que, doce minutos más tarde, la cosmonave Yankee Clipper y el módulo Intrepid se inscribían en la órbita terrestre. A las 16 y 9 superadas los sobresaltos, enfilaban hacia la Luna.
(...)
Eran las 3 y 53 (110 horas, 32 minutos y 29 segundos habían pasado desde el borrascoso despegue) cuando el módulo alunizó en el Océano de las Tormentas. Los últimos dos metros de una travesía de 400.000 kilómetros fueron cubiertos en caída libre. El piloto Conrad, atolondrado, detuvo el motor unos segundos antes de lo prescripto. Con media hora de atraso -los astronautas forcejearon treinta minutos para colocarse los trajes apropiados para la caminata-, a las 8 y 35, Charles Pete Conrad pisó el suelo lunar. Poco después, el viandante descubría, alborozado, el Surveyor 3, un vehículo que USA lanzó en abril de 1967. Mientras hundía sus botas en el polvo y retozaba como un inquieto colegial, Conrad advirtió que uno de los zapatos se anegaba; fallas en el sistema enfriador del traje espacial provocaron la inundación.
A las 9 y 15, Alan Bean abandonó el Intrepid. Cinco minutos después, millones de televidentes terrestres que contemplaban embelesados -algunos, en colores- las operaciones debieron conformarse con las voces de los exploradores. Al trasladar la cámara de una pata del Intrepid hasta un trípode, Bean la enfocó hacia el Sol. Ni las señales transmitidas desde la Tierra ni sucesivos golpes de puño y martillazos propinados por los cosmonautas obtuvieron del aparato una respuesta satisfactoria. Por lo demás: recolección de piedras, colocación de una bandera estadounidense, instalación de una base científica (pantalla y espectrómetro de viento solar, sismógrafo, magnetómetro, detector de ionosfera y detector de atmósfera) y regreso al vehículo.
En la madrugada siguiente (a una hora y minuto de asomar el jueves) la escotilla volvió a abrirse. Esta vez, Conrad y Bean caminaron ciento ochenta metros hasta el cráter en donde reposa el Surveyor 3. Separadas varias piezas, las acarrearon hasta el navío. Entusiasmado con una piedra, Conrad resbalo y sufrió el primer porrazo selenita. A las 11 y 26, el Intrepid inició el ascenso hacia Yankee Clipper. Gordon, silencioso, aguardaba el momento del acople. Conrad, con una imprecación, turbó la serenidad del vigía. Descubrió entonces que había olvidado sobre la superficie del satélite un rollo de película en colores de la caminata del día. Una luz de alarma lo rescató de la furia. Había hecho funcionar el propulsor unos momentos más de lo establecido. La distracción lo elevó seis kilómetros por sobre el Yankee Clipper. Superada la distancia, a las 15 y 2 del jueves pasado se consumó la unión. El Intrepid, ya sin tripulantes, fue estrellado contra la superficie de la Luna a las siete y cuarto de la tarde.
Fueron treinta y una horas de residencia lunar. El viernes a las 17 y 47 los motores del artefacto espacial pusieron a Conrad, Bean y Gordon en camino hacia la Tierra. En suma: trescientos cincuenta millones de dólares destinados a un viaje azaroso”.

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