13.11.09

Fútbol

A 30 AÑOS DEL ADIÓS A LOS CAMPEONES MUNDIALES
El 14 de noviembre de 1979, el Seleccionado juvenil campeón del Mundo en Japón disputó un encuentro a modo de despedida ante el Valencia de España. Los dirigidos por César Luis Menotti igualaron 1 a 1 en el estadio de River Plate. Los europeos contaron con las presencias argentinas de Alfredo Di Stefano (entrenador) y Mario Alberto Kempes (delantero). Fue la último partido de aquel plantel.



Texto de Juan José Panno publicado en El Gráfico n° 3137 del 20 de noviembre de 1979.

¡CHAU, PIBES, USTEDES SON INOLVIDABLES!
"¡Qué lindos son estos pibes!
Hace media hora y un montón de hojas que quiero arrancar esta nota eliminando adjetivos, y siempre me sale un comienzo idéntico. Entonces no me voy a traicionar. Escribiré desde adentro, asumiendo todos los riesgos. Sin esconder mi fanatismo. Yo soy hincha de este equipo.
Me puse un pañuelo de cuatro puntas en el alma desde hace un poco más de un año (exactamente el 3 de noviembre de 1978) cuando vi cómo vapuleaban al Cosmos de Beckenbauer en Tucumán. Desenrollé la bandera y le saqué las cuatro puntas al pañuelo para agitarlo en la despedida del miércoles a la noche en el estadio de River.
Vi levantarse el telón y descubrir la escenografía del potrero a partir de la primera representación. Vi cómo se caía el telón después de la última función de gala y se me escapó la sonrisa final extendida en el comentario amargo: ¡Qué lastima que murieron como equipo!
Tengo la ceguera del hincha que sólo apunta en una dirección: hacía el camino más corto entre la pared que levantan Escudero y Calderón, hacia el sendero de lujo por el que transita la pelota hecha caño, taquito, sombrero, marianela, bicicleta y amague de Maradona. Tengo la sordera del hincha y ni siquiera puedo captar la frecuencia de mi propia voz, pretendidamente analítica y reflexiva: `Mirá que contra el Valencia faltó potencia en la definición; mirá que si el partido no hubiese sido amistoso los españoles no se iban a regalar así nomás; mirá que el Pelado Díaz no anduvo bien, que Barbas no caminó, que a Sergio García se le escaparon un par de pelotas fáciles...´ Mirá, nada. No veo. No escucho. Simplemente siento. Y en la cancha sentí ganas de gritar `¡olé!´ cuando Escudero amontonaba españoles en diagonales maquiavélicas. Ganas de aplaudir cuando Carabelli desarmaba al puntero contrario y armaba un contraataque, o cuando Simón llegaba primero y encendía la máquina de circular, o cuando Rinaldi hacía el relevo, descargaba la salida, obstruía todo lo que tenía que obstruir y la pisaba todo lo que la tenía que pisar para que otra camiseta blanca pasara de excursión hacia un lateral...
Tristeza, siento. La misma que Rinaldi cuando, después de los vestuarios, me confesaba: `¿Sabés una cosa? Ayer en José C. Paz lo estuvimos hablando entre todos y casi nos ponemos a llorar. Es terrible ponerse a pensar que en una de ésas jamás nos vamos a juntar en una cancha´.
Por una cuestión de edad y pese al deseo esperanzado de Maradona (`La única posibilidad que nos queda es otro amistoso o el torneo de Toulón: ojalá que entremos en ese torneo´), lo más factible es que ya no vuelvan a integrar todos un mismo equipo.
`Queda un recurso -explica Barbas- y por eso hicimos el pacto: nos vamos a ver una vez por mes o a lo sumo cada dos meses, aunque sea para el asado´.
Mi condición de hincha me hace sentir indignación contra las frases clisé de los buscadores de fines sin medios. `Juegan bien a la pelota, pero hacen fulbito y por eso no ganaron´... `Te hacen divertir un poco pero no ganan´. Prefiero quedarme con el diálogo entre Juvenal y Alfredo Di Stefano, en los pasillos.
¿Qué te pareció, Alfredo?
-Estos niños tienen un juego corto encantador y un arranque excepcional. Les puede faltar experiencia y puntería, pero son una patente del fútbol argentino en el mundo.
-¿Y Maradona?
-Ah, ése ya está hecho, como el nueve, Díaz. Maradona me recuerda a Tucho Méndez y ojo que Tucho Méndez era un fenómeno como vi muy pocos, ¿eh?
Yo los conozco bien. Vi sus entrenamientos en San Lorenzo, en Comunicaciones, en José C. Paz. Los seguí cuando disciplinaban el arte del fútbol para afinar el violín y el bombo, el bandoneón y los timbales. Tuve la posibilidad profesional de ver algunos partidos en el Interior y en el Sudamericano de Uruguay y, como usted, los admiré frente al televisor en aquellas madrugadas inolvidables del Mundial. Vi cuando apareció un día Meza y se metió de zurda en el equipo, vi crecer a Díaz, a Escudero, a Alves, vi cómo Barbas duplicaba el número de su camiseta para duplicar su fútbol como `ocho´. Vi cómo lograban en conjunto la comunión de cuerpo, mente y pelota, y como devolvían con su juego alegre esa necesidad (la mía y la suya) de crecer en algo.
Mi opinión no puede ser objetiva. Por mi juicio pasa, antes que nada, el audiovisual del taquito que inventó Maradona en el segundo tiempo del partido contra Valencia y el estallido de la tribuna. Y pasan los aplausos que rubricaban cada pared metida por el ojo de una aguja (hace 18 años que veo fútbol, nunca vi tantas paredes juntas en un partido).
Me quedan consuelos. Algunos de estos chicos (Maradona, Barbas, Díaz, Simón, Rinaldi, Escudero, Carabelli) quedarán como exponentes de una línea la Selección Mayor. Vale. Pero este equipo, como tal, casi seguramente no jugará nunca más. Y eso como hincha me da bronca y me cuesta aceptarlo.
Por eso desato el pañuelo y escribo el elogio más sentido: Gracias..."


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