El 18 de noviembre de 1984 falleció Osvaldo Fresedo, bandoneonista, director de orquesta y compositor. Nacido en Buenos Aires en 1897, debutó en 1913 en un trío con su hermano Emilio en violín y Martín Barreto en guitarra. En 1919 dirigió por primera vez una orquesta, integrada por Julio De Caro y Hugo Baralis, entre otros. Autor de mumerosos tangos, como “El once”, “Vida mía”, y “Pampero”, su orquesta acompañó a famosos cantantes como Carlos Gardel, Ada Falcón, Tito Schipa, Pedro Vargas y Roberto Goyeneche. También grabó con el trompetista estadounidense Dizzie Gillespie.
Osvaldo Fresedo. La música y la soledad, nota de Orlando Barone publicada en Clarín el 12 de agosto de 1976.
“'El espiante...', que lindo tango ¿no? Lo compuse cuando tenía 17 años y vivíamos en La Paternal. Mi padre había alquilado una casa quinta, una de esa casas que tenían más jardín y pasto que habitaciones. Yo estudiaba hasta de noche porque me había agarrado el metejón con la música, y entonces solo con mi bandoneón, entre las cuatro paredes, oía a lo lejos la ronda de los vigilantes. Claro, usted no puede acordarse, es joven. Pero en La Paternal había una parada, y otra en la curva de Garmendia, y otra más allá en la esquina del Tornú. En medio de la noche yo escuchaba 'tururu... tururu... tururú', ese sonido inconfundible del silbato de la ronda. Y fíjese, así quedó grabado en el tango que lo hice y tuvo mucho éxito ¿sabe?
-Usted me dice a los 17 con tanta naturalidad, y le pregunto, Fresedo, si todo fue así tan fácil como me lo cuenta.
-Bueno, a mí me parece que sí. Yo hice la partitura, la llevé a una editorial y me la aprobaron, calcule que estamos hablando del año 1914 ó 15, cuando no había radio y cuando tocar el bandoneón era un prestigio que se disputaban los muchachos de cualquier barrio. El músico, el que tocaba, era una especie de mito, ¿sabe? Si hasta el que le llevaba el bandoneón a uno empezaba a tener fama o se daba dique...
(…)
-Pensar que a usted en algún momento se lo llamó 'el pibe de La Paternal' y que raro ¿no? Después con el tiempo pasó a convertirse en un director de orquesta para elegantes, o para exquisitos...
-Yo siempre seguí en lo mío. Esa música de melodía limpia, llena de matices. Yo que soy bandoneonista siempre llené el escenario con cuerdas. El bandoneón no es un instrumento completo, y si son muchos ensucian el sonido... Quiero decirle, que yo quiero impresionar a la gente con la melodía, quiero tocarla en el corazón pero con delicadeza ¿sabe?
Además, una orquesta es un mundo que tiene que estar de acuerdo. Lo primero que hago es hacer que cada uno de los músicos sientan lo que van a tocar. Claro, para eso hace falta dedicación, fanatismo y tiempo; esas cosas que ahora no hay.
Le decía, entonces ensayo cada instrumento por separado: primero las cuerdas, después el piano, los bandoneones y el violoncelo... Voy marcando los matices, esas sutilezas de la música que quiero que toquemos. Nunca me apuro en reunirlos a todos juntos hasta que cada uno sepa y lleve metido en la piel qué es lo que va a hacer. Cuando llega el momento de que se encuentren, están preparados. En ese primer contacto de la orquesta cada uno de los integrantes puede percibir y gozar los efectos de un 'fortissimo' o un 'pianissimo', y el que toca el violìn escucha cómo suena acompañado por el piano. Y eso es lo lindo. No el virtuosismo que es para un solista, sino el conjunto, impresionando, llegando al alma de la gente.
-¿Y los grandes virtuosos? ¿A quiénes admiró de su tiempo?
-A Cobián en el piano y tal vez a Minotto, aquel bandoneonista de Canaro; aunque no, Minotto era un técnico perfecto pero tocaba sin corazón. Ahora todos me preguntan por Piazzolla, y yo sé que él es el más grande virtuoso que se dio o que yo vi con el bandoneón. Pero claro, él no haría lo que yo hago con una orquesta, esa tarea de inculcar, de persuadir el oído, el alma...
(…)
De pronto me detengo en una fotografía donde Osvaldo Fresedo sonriente posa al lado de una avioneta. Una foto color sepia, que denota el paso de los años.
-¿Y esto, Fresedo?
-Fue por el 23, yo tenía veintiséis años, y me había comprado una avión SVAR de 240 caballos a 4.500 pesos. Por ese entonces gané una carrera de aviación en La Plata y tuve el brevet de piloto 231.
Fíjese, hace poco las autoridades de aeronáutica me dieron una fotocopia del documento original. Bueno, yo era bastante aventurero de muchacho. Por esa éñoca ya había viajado a Estados Unidos junto con Enrique Delfino y Tito Roccatagliatta, contratados por la Victor en 5.000 dólares. Pero no se asombre: en ese entonces nuestro peso estaba dos a uno con respeto al dólar. Allá estuvimos en Filadelfia, compartimos algunas tertulias con Carlos Gardel y Lepera, y grabé un disco que se vendió en Buenos Aires y que de un lado se llamaba 'Entrada libre' y del otro 'Entrada prohíbida'. Esos discos de pasta de cuando no había radio. Qué lástima, no me quedó ninguno, han desaparecido...
-Y aquella música, esos compases ¿eran distintos? Es decir, ¿más fáciles?... Yo no entiendo de música...
-También se hacían ligados y staccatos, y yo en el Astor, aquí en la calle Corrientes, donde ahora está el Astros, allá por el 30, creo, tenía una orquesta filarmónica de veintiocho músicos, con instrumentos de viento como el pistón y el trombón, y en una orquesta de tango puse el vibrafón y el arpa.
-¿Cómo se hizo conocido en salones y embajadas?
-No sé, pienso que fue cuando tocaba en el Royal Pigalle, donde ahora está el Tabarís. Allí se hacían bailes donde la gente venía de jacquet o de smoking. Era la cita obligada de cuanto casamiento se hacía en Buenos Aires, y se terminaba a la madrugada. Bueno, me conoció mucha gente, y después me llamaba. Toqué en el Palacio Errázuriz cuando vino el príncipe de Gales,y también cuando el gobernador Cantilo homenajeó al príncipe Humberto”.
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