18.11.09

Ídolos del fútbol mundial

A 40 AÑOS DEL GOL MIL DE PELÉ
El 19 de noviembre de 1969, el brasileño Edson Arantes do Nascimento -Pelé- anotó por medio de un penal el tanto número 1.000 de su trayectoria. Un imponente marco de público asistió a la histórica jornada en el mítico Maracaná, donde el Santos venció por 2 a 1 a Vasco da Gama, club en el que atajaba el arquero argentino -ex Rosario Central- Edgardo Gato Andrada. La crónica del gol, redactada por el periodista Osvaldo Ardizzone, enviado especial de la revista El Gráfico.



Nota publicada en El Gráfico n° 2616 el 25 de noviembre de 1969.


EL GOL QUE GRITÓ EL MUNDO
“(...) Se volvió. Inclinó la cabeza como si invocara una protección divina. El estadio de pie. Abrumador silencio. Todos cómplices. Todos conjurados. El silbato del juez. Pelé que arranca el pique breve. Apenas se frena frente a la pelota y el derechazo que parte de la cara interna de su botín hacia el costado izquierdo de Andrada. El salto felino del 'Gato' que 've' el destino. Los dedos de la mano izquierda en el máximo y desesperado mandato del instinto, alcanzan... La marcha de la bola blanca apenas se desvía... Y atrás la explosión que retumba en el cemento... ¡GOL MIL! La red que se conmueve. Andrada derrotado que golpea nerviosamente en el piso. La expresión desolada. Las lágrimas en los ojos. Y Pelé que corre. La sonrisa nerviosa que le ilumina la piel lustrosa. Y el parche que vuelve con su frenesí moreno. Pelé que viola el arco de Andrada en el desborde incontrolable. La pelota en sus manos. Y el beso prolongado, un beso que le brota de adentro, allí pegado a la red. A esa red con la que fraternizó toda su vida. Esa misma red que conoció mil veces... ¡MIL VECES! Ya no hay controles en la emoción de Maracaná. Todos somos cómplices. Todos somos hermanos. La multitud de antenas, la legión de fotógrafos se burla de las reglamentaciones. Pelé desaparece entre la multitud que lo lleva en andas. Allá arriba está el Rey en toda su grandeza. Parece el Dios del FÚTBOL. La cara desnuda. La sonrisa ancha. Y la pelota allá arriba. Allá en lo alto para que todos se sientan propietarios.
La banda militar arranca con los acordes de una marcha. El parche repica su fiesta morena. '¡Pelé! ¡Pelé! ¡Pelé!' Todos somos cómplices. El alemán, el francés, el italiano, la muchacha, la señora, mientras el pequeño negrito que está aquí a mi lado palmotea alegremente emocionado... Mientras yo siento en la garganta un nudo que conozco... Mientras a mi lado se abrazan, se ríen, lloran, aplauden, gritan, saltan... Mientras de allá, del centro de la cancha, donde todavía permanecen alineados los once hombres del Santos, se despega el capitán Carlos Alberto para llevarse el Rey sobre sus hombros... La marcha atravesando el campo y el salto de Pelé sobre Edú. El abrazo con todos los compañeros. La montaña de casacas blancas que se funden en un abrazo interminable... 'Yo le debo todo a usted...', fueron las pocas palabras que alcanzó a pronunciar Pelé en la tensión de las lágrimas... 'Ustedes me ayudaron en estos mil goles...' El Gordo Antoninho, todos los suplentes, saltaron, se juntaron con la fiesta privada de las casacas blancas... 'Dios salve al Rey' sonaba de los acordes de la banda militar... El ritmo del parche se hacía más lánguido, como si la emoción llorara en las manos morenas... Maracaná volvió a normalizar la respiración después del vigoroso impacto...
Ese hombre de piel oscura, que cambió su casaca blanca por otra del Vasco con el número mil en la espalda, que ahora da la vuelta olímpica al campo entre los aplausos del Maracaná, estuvo conmigo hace apenas unas horas... Era ese mismo Pelé que me hablaba de su infancia, de la influencia de sus abuelos, de sus padres, que recordaba su casa blanca en aquel pueblito de Minas Gerais... Y cuando le pregunté por ese relicario de oro que lleva suspendido del cuello, me confesó con sencillez, que sí, que era católico...
(…)
Me dijo que él se sentía enormemente feliz ante ese homenaje de la gente, ante ese afecto que recibía del pueblo, de los pibes pobres de su tierra... ¿Los goles que recordaba? Sí, tal vez algunos más que otros por lo que representaron en su carrera, pero había marcado tantos que no los guardaba en la mente... ¿Lindos? Un montón... Ahora, aquel que le marcó al país de Gales en el Mundial de Suecia, aquel que le significó el triunfo a Brasil está entre sus más queridos trofeos... ¿Por qué? Porque lo siento con esa emoción pura de los diecisiete años, porque le trajo el reconocimiento de sus compañeros más famosos, porque fue el gran comienzo de su carrera... Después, yo tenía que perdonarlo porque no podía acordarse entre esa larga lista de mil goles... ¿Allá en Argentina? Tal vez aquel que marcó en la cancha de Huracán, en el año 62, en aquel gran partido frente a Racing... ¡Qué buen partido! Me comentó con admiración... Fue el último, cuando de espaldas al arco maté la pelota con el pecho, giré hacia mi derecha y la clavé en un ángulo arriba... Y después aquel gol que le marqué a Peñarol en el estadio de River en la final de la Copa Libertadores... Sí, fue una pelota pasada que me llegó desde la izquierda, la paré con el pecho y cuando bajaba le pegué de derecha antes de que llegara al piso... Pero si yo hubiese visto el último que le marcó a Corinthians, en San Pablo, ése si que fue muy bonito... Porque recibió antes de entrar en el área y de espaldas al arco rival... Atrás tenía dos hombres... Entonces hizo que la pelota apenas rebotara en lo alto del pecho. Giró en velocidad, la tocó apenas por encima de los dos marcadores, la volvió a dormir en el pecho y cuando ya bajaba le dio el voleo desde casi veinte metros... ¡Ese sí que fue bon...!, vuelve a comentar... ¡Moito bon...!, vuelve a repetir.
Ahora Pelé llega al final de la vuelta olímpica con la casaca del Vasco da Gama que lleva el número 1.000 en la espalda... Y cuando interrumpe la carrera, ya frente a la boca del túnel, saluda con los brazos en alto; el Maracaná vuelve a conmoverse en el aplauso unánime. Y suena la banda, y bate el parche, en el cierre del gran homenaje final... Faltaban todavía quince minutos para concluir el partido pero el Gordo Antoninho decidió que el Rey fuera a los vestuarios... Y antes que desapareciera definitivamente, el ¡Pelé! ¡Pelé! ¡Pelé! volvió a prolongarse en el eco de la noche carioca... Después, ya nada más importaba. Ni Santos, ni Vasco, ni el resultado, ni esos pocos minutos que aún faltan jugar... Todos los que allí se habían reunido se llevaban un poco de la gran fiesta, de la que todos se sentían protagonistas..."

EL RECUERDO DEL GOL 1.000



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