El domingo 24 de octubre de 1999 la Alianza entre la Unión Cívica Radical y el Frente País Solidario ganó las elecciones presidenciales. Con un amplio margen, la fórmula Fernando de la Rúa-Carlos 'Chacho' Álvarez se impuso a la dupla peronista Eduardo Duhalde-Ramón 'Palito' Ortega. Así concluía la década menemista y empezaba un nuevo gobierno de coalición. El análisis de James Neilson, extractado de la edición nº 1191 de Noticias, del 26 de octubre de 1999.
El país delarruista
"El domingo, la Argentina se reinventó a sí misma. Pero al hacerlo puso los toques finales a un rompecabezas político tan enrevesado que tendrán que transcurrir meses antes de que sea posible entender exactamente lo que significa. Dejó de ser 'menemista', eso sí, pero nadie sabe muy bien cómo será la Argentina 'delarruista'. Según sus adversarios será un país gris que pronto se estancará; pero para sus simpatizantes, será serio, más honesto y en sintonía con la 'tercera vía', aquella síntesis del capitalismo liberal con la solidaridad que está en boga en Europa, y superado lo peor de la herencia fiscal crecerá con rapidez. Pero puede que después de Carlos Menem ningún presidente logre estampar su impronta sobre toda la sociedad, que el presidencialismo exagerado pertenezca al pasado.
Por previsible que fuera el resultado y 'aburrido' el vencedor, estos comicios han supuesto una ruptura que es todavía más impresionante que las consumadas en 1983 y 1989: en aquellas oportunidades nadie ignoraba que los triunfadores eran 'caudillos', productos naturales de una cultura política sólo en parte democrática. Fernando de la Rúa, en cambio, pertenece a una especia muy distinta.
En un país mediano de Europa occidental, ni el presidente electo ni el tipo de gobierno que habrá de encabezar llamarían la atención, pero en la Argentina la idea de que una persona de sus características gane por su margen aplastante es toda una novedad. A pesar del angustiante drama social, con sus secuelas de miseria tercermundista y el atraso económico, en el resto del mundo es considerada casi 'normal', lo cual, sin pensamos en el país de hace dos o tres lustros, no es poca cosa. (...) Con todo, el que De la Rúa iniciará su cuatrienio con una base que en términos estadísticos parece enorme pero que en verdad es estructuralmente muy precaria plantea un sinfín de problemas inéditos no sólo a él sino también a todos los dirigentes del país. Ya ha comenzado una etapa, que podría eternizarse, de cohabitación que será una prueba de fuego para una clase política tradicionalmente pendenciera: en la Argentina que acaba de nacer de las urnas, tanto la oposición salvaje como el sectarismo oficialista serán igualmente suicidas.
No bien se formó la Alianza hace poco más de dos años, palabras como 'seguridad', 'confiabilidad' e incluso 'continuidad' empezaron a alternar con 'cambio' en lo que sería una larguísima campaña dominada por la lucha entre la voluntad generalizada de que todo se transforma y el temor igualmente difundido a una nueva aventura populista que terminara de forma catastrófica.
La ciudadanía apostó a la evolución, rechazando con desprecio las opciones más o menos 'revolucionarias' insinuadas por Eduardo Duhalde, al sentir éste que los votos incluso del electorado peronista una vez cautivo se le escurrían por entre los dedos. Fue por encarnar el deseo de conciliar lo que para muchos son antinomias, 'el cambio' por un lado y, por otro, 'la seguridad', que De la Rúa pudo barrer con todos los rivales con que tuvo que enfrentarse camino de la Casa Rosada. Hombre paciente, siempre sospechó que tarde o temprano la Argentina demandaría un presidente de su perfil. Acertó.
(...)
A su modo, De la Rúa simboliza 'la modernidad', mientras que Duhalde, el populista que brama contra el FMI y en efecto suplica limosnas al 'primer mundo', es la cara de un país que está yéndose, dejando su lugar a otro igualmente pobre pero así y todo diferente. Es probable que a la luz de esta experiencia el PJ, liderado por Carlos Reutemann, José Manuel de la Sota y, claro está, Menem, dé la espalda al populismo nostálgico para volver a reivindicar el 'modelo' que Duhalde se había dedicado a denostar. De ser así, la política argentina se asemejaría a la británica o la alemana, con gobernantes supuestamente izquierdistas pero en realidad liberales centristas enfrentándose con opositores conservadores que comparten la mayoría de sus ideas económicas.
(...)
Hace diez años, Menem llegó a la Casa Rosada a caballo de un programa de gobierno a primera vista hiperpopulista que muy pronto desecharía: a diferencia de Alfonsín, no tuvo intención alguna de ser esclavo de sus propias promesas. De la Rúa eligió otra táctica: consciente como pocos del valor de la ambigüedad, protagonizó una campaña que rompió récords en materia de indefinición, eludiendo con maestría todos los intentos de atraparlo para que formulara declaraciones inequívocas sobre lo que se proponía hacer para reducir el déficit fiscal, repartir mejor la riqueza sin molestar a los relativamente ricos, 'luchar' contra la desocupación, combatir la corrupción sin provocar una crisis institucional, etc., etc. En adelante, no le será tan fácil. Gobernar es definirse y por atractivo que pueda parecer el 'aburrimiento' luego de diez años circenses de Menem, pronto producirá cansancio si no viene acompañado de medidas precisas que por lo menos sirvan para hacer pensar que, después de cuatro años que fueron despilfarrados por un presidente obsesionado por su propio futuro, el país cuenta nuevamente con un gobierno de verdad."
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