El 14 de octubre de 1934 nació en la ciudad de Buenos Aires Horacio Enrique Accavallo, el segundo boxeador argentino que conquistó un título mundial. Con un récord de 83 combates (75 ganadas -34 por nocaut-, 6 empatadas y 2 perdidas, fue campeón mundial de la categoría mosca desde marzo de 1966 hasta su retiro en 1967. Fragmentos del artículo De ciruja a publicista..., de Osvaldo Ardizzone, publicado en El Gráfico Nº 2330 del 3 de junio de 1964.
La calle
"El homenaje más elocuente a esa 'civilización' oscura y antigua que nace en cualquier suburbio, allá por los extramuros donde la ciudad se pierde entre las calles de barro y el color sucio de chapas con intemperie.
Allí aprendió todo. Lo útil y lo inútil. Lo legal y lo ilegal. Y el valor de la moneda. El barro del zanjón lo obligó a modelar su propio carácter, a defenderse, a mentir, a cerrar los puños y a fingir. Sin darse cuenta, poco a poco, fue evolucionando por adaptación y también sin darse cuenta, terminó en 'sabio'. Sin estudios y sin escuela. La basura llegaba hasta su casa sin puerta y fue ciruja. Después botellero. Saltimbanqui, y hasta payaso de circo. Y siempre se acordó del valor de la moneda, desde la primera que apretó entre sus manos ennegrecidas. Y terminó en boxeador, casi a los veinte años, porque pensó que era negocio, un negocio mucho más fácil que amontonar metales y botellas en el fondo de un depósito...
El campeón
Hace ya un tiempo que es campeón. Que gana más de medio millón de pesos por pelea. Y es el boxeador que más cautiva, el que más admiradores capitaliza. Pero su seducción es muy especial. Él mismo lo admite cuando declara 'candorosamente' que 'es muy simpático', y que 'la gente lo quiere mucho'. Y aunque detrás de esa confesión se intuye una carga risueñamente cínica, no alcanza a molestar. Accavallo está dotado con ese incalculable adorno. Su muchas veces estudiada humildad no irrita. Esta simpática obsecuencia ensayada no empalaga. Esa tímida autopublicidad que usa no molesta. '¿Usted no cree que soy más popular que el zurdo Lausse?' Y lo pregunta sabiendo que lo es. Pero ocurre que le gusta oírlo, que lo digan los demás. Quiere experimentarlo porque vive preocupado por la popularidad. Si alguien no lo reconoce, si no lo saluda o no lo distingue con una mirada de admiración o curiosidad, se siente defraudado, molesto, aunque no lo manifieste. Y se esfuerza en individualizarse, en saludar, en exhibirse, en hacerse deliberadamente visible.
El comerciante
Es propietario de varias casas en Villa Diamante. Dispone de un Jeep carrozado, además de un Renault recientemente adquirido. Es dueño, gerente, jefe de personal y contador de la GALERÍA ACCAVALLO, donde se venden desde sartenes hasta finísimas prendas de seda... Todo lo lleva a cabo en persona. Todo pasa por sus manos, con una organización perfecta. 'Por la mañana hago los Bancos, anoto las entradas y las salidas, el arqueo de Caja, hablo con los proveedores, atiendo a los clientes, controlo las existencias y los vencimientos de obligaciones a pagar'. Ese lenguaje sorprende, hace sonreír, pero es absolutamente cierto. Es el hombre más ocupado del mundo. Trabaja intensamente desde las 8 de la mañana hasta las 8 o 9 de la noche. Y además se entrena todos los días.
Es hombre de gran fortuna. Millonario. Pero no solamente por la vía del boxeo. Por su talento comercial, por su gran vocación mercantil. De aquel ciruja con las uñas y la manos negras quedó un gran empresario, un experto en bienes raíces, un avezado inversionista. Y además, y en especial, un austero administrador que no admite nunca 'que la columna de las salidas sume más que la de las entradas'. (...)
Siempre en la calle
Camina por la calle Corrientes como un personaje extraño. Con el inseparable sombrerito verde adornado con una pluma que ya usa como identificación. Y todo el mundo se detiene a mirarlo, algunos por curiosidad, otros con admiración. La gente tranquila de un domingo nocturno se aprieta a su alrededor. Mujeres, hombres maduros, jóvenes, muchachas, chiquilines... Todos quieren la firma del autógrafo. Y Horacio no dice nunca que no. ¡No, nunca...! 'Cómo se llama el nene, señora? ¡Ah!, ¡Carlitos!' Y le firma la revista, el pañuelo, cualquier cosa. Y dice ocurrencias. '¡Véame el sábado, señorita, por televisión. No se olvide que la voy a nombrar!'. Y a la media hora hay trescientas personas amontonadas. Y Accavallo firma, firma toda clase de autógrafos. 'A mi querido Carlitos', 'A mi amiguita Irene', 'A mi abuelo...'
La calle le vuelve en el tiempo. Por Corrientes pasó con un carro pobre comprando bronce y botellas, cuando estaba aprendiendo a conocer al género humano... Ahora lo iluminan los anuncios publicitarios de todos los colores...
Y Accavallo los observa con admiración, deslumbrado...
-Ve ese producto... Me parece que me lo van a dar a mí... Le voy a hablar a Cacho... Lo vamos a hacer a medias...
Allá abajo, el Luna de sus grandes noches está a oscuras...
Pero todo lo que es Horacio no salió de allí. Allá en Villa Diamante, cerca de Pompeya, en un paisaje de entrevías, entre zanjones, basuras y cirujas ilustres, entre gorriones descalzos, donde las casas no tienen puertas, aprendió a cerrar los puños y a conocer al valor de una moneda...
¡Y ahora quiere millones...!"
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