En la jornada final de los Juegos Olímpicos, disputada el 28 de agosto de 2004, el deporte argentino puso fin a más de cinco décadas sin medallas doradas. El fútbol y el básquet obtuvieron dos primeros lugares en el podio: Los dirigidos por Marcelo Bielsa derrotaron por 1 a 0 a Paraguay, mientras que los de Magnano vencieron a Italia 84 a 69. Las opiniones de Pablo Vignone y Ariel Greco, publicadas en el diario Página/12 el día posterior a los hechos.
EL PLACER DE JUGAR MEJOR
Por Pablo Vignone
La Argentina deportiva recuperó el oro irredento desde hacía más de medio siglo cuando, de madrugada, la Selección olímpica de fútbol venció por la mínima diferencia, una final que mereció haber ganado por tres o cuatro goles de ventaja. Con un elogiable espíritu olímpico, sin entrar en la provocación de las patadas paraguayas, esta Selección obtuvo una conquista extremadamente valiosa en sí misma que, además, en el marco de la jornada más trascendental para el deporte argentino de los últimos tiempos, casi alcanza la altura de las consagraciones de 1978 y 1986. Y claro está, no sólo a causa del resultado final, sino por la certificación de que, en la cancha, la Argentina siempre fue superior.
Ante la conquista, el pueblo amante del fútbol sintió un delicioso placer, acentuado por el estilo protagónico con el que el equipo se adueño de la medalla: pero ello no evitó que, horas después del podio, se escuchara alguno que otro reclamo del tenor de “Bielsa encontró los jugadores pero no supo ubicarlos bien en la cancha y por eso apenas el 1 a 0” o “la Argentina tenía que ganar el oro porque era claramente favorito”, formulados en una zona en la que el inconformismo va de suyo a la mezquindad.
Nada sería más desaconsejable que incluir este título en la hoja de balance del fútbol argentino para que, presuntamente, sirva para lavar la afrenta que significó la eliminación en primera ronda del Mundial 2002. Como si cada competencia en la que interviene el equipo nacional, el que todos quieren que gane jugando mejor que el rival, solo sirviera para decidir la futura suerte de su entrenador, cualquiera fuera su nombre.
Ya se sabe: no hay que repetir que la Selección se llevó en el torneo el oro ganando todos los partidos que jugó, marcando una media de casi 3 goles por partido y sin que le convirtieran uno solo. Lo que sí hay que subrayar es que la mayoría d estos jugadores de oro no tenían una cuenta pendiente: Ni la del Mundial (que los Tevez, D´Alessandro, Mascherano o Heinze ni siquiera jugaron) ni la de la reciente Copa América, una de esas injusticias que, si no nos hubiera tocado a nosotros, habría servido para remarcar la belleza que lo inesperado reserva para este juego. Los que juegan, los que reciben la medalla, son solamente ellos. Los que no tenían ninguna deuda que saldar.
EL BASQUETBOL LO DIO TODO
Por Ariel Greco
Los juegos Olímpicos de Atenas quedarán marcados a fuego en la historia del deporte argentino. Desde el primer día, cuando Georgina Bardach consiguió un logro casi inédito con su medalla de bronce en natación, hasta el último, cuando el fútbol, por fin resolvió su asignatura pendiente con el título olímpico. Pero más alá de esos hitos, nada puede compararse con lo logrado en este torneo por la Selección de básquetbol. Es que al éxito en sí, le agregó condimentos que lo potenciaron y le dieron ese toque de distinción que tanta falta hace en el deporte. El básquetbol lo dio todo. Si bien estuvo lejos de un Dream Team, y muchas veces en el torneo demostró que era bien terrenal (recordar el último cuarto contra España, el partido con Grecia), también es cierto que dejó su sello: mostró talento, con Emanuel Ginóbili como principal abanderado. Entregó actuaciones consagratorias, como las de Luis Scola. Disimuló con tarea de equipo bajos rendimientos individuales, como el de Hugo Sconochini. Sacó un as de la manga cuando las cosas no salían , como la aparición de Walter Herrmann en los cuartos y en la semifinal. Tuvo garra para zafar de un partido complicado -¿y un posible fracaso?- ante Grecia.
Exhibió mística, para aparecer en su mejor versión en los partidos clave. Tuvo grandeza tanto en la victoria como en la derrota. Pero además de ello, y lo que le otorga al equipo de Magnazo ese plus es que hubo tiempo para ser pequeñas-grandes hazañas que emocionan y que quedan grabadas en la memoria, como ese doble de Ginóbili ante Serbia y Montenegro en el último segundo o la volcada de Scola ante Jefferson ante Estados Unidos.
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