A una fecha de finalizar el torneo Clausura, el club de la ciudad de La Plata igualó como visitante 3 a 3 con Lanús y perdió la categoría después de 40 años en primera. El Pincha ya había jugado en la segunda división en 1953. En 1995 Estudiantes ascendió y 14 años después, en 2009, ganó su cuarta Copa Libertadores de América. La mirada de El Gráfico.
Texto extraído de El Gráfico nº 3907, del 23 de agosto de 1994
Desde la tribuna raleada baja un grito visceral, himno atronador en las horas gloriosas que ahora parecen tan ajenas, tan lejanas. “Estudian…/ Estudian…” vociferan y se atragantan, imploran y se desangran.
Ha llegado la hora tan temida y nada ni nadie ha podido torcer su avance inexorable. A las 17.26 de este domingo 21 de agosto de 1994, el viejo y querido Estudiantes de La Plata, otrora ganador de épicas batallas futboleras, harto de temerarios desaciertos durante tres temporadas, escucha el silbato lacerante que sentencia su descenso.
Desde el cielo plomizo se descuelgan algunas gotas -¿serán lagrimas de don Osvaldo?-, pero allá, donde el llanto y la angustia juguetean a su antojo, sólo queda resto para el penúltimo esfuerzo. Y ahí vuelan las camisetas hacia la hinchada, mitad ofrenda, mitad disculpa. Y ahí se los devora la manga, barnizados por un aplauso que ya no es caricia ni consuelo. Y ahí se cierra la puerta del vestuario, celoso guardián de las reacciones más inconfesables.
Estudiantes se fue a la B. Aunque parezca mentira, aunque cueste creer…
(…)
Pincharratas, también, son los muchachos que ahora ponen la espalda para soportar la amarga carga del descenso, el segundo después de aquella experiencia de 1953. Porque intentaron sobreponerse a sus limitaciones por el camino de la lealtad, acatando el mandato insobornable de los universitario de 1905. Porque mantuvieron encendida la ilusión hasta el segundo final, remando contra la corriente, asimilando zancadillas que germinaron en el propio riñón de Estudiantes, acaso su principal adversario en esta batalla en la que murió de pie. Vale la pena reparar en dos detalles que simbolizan lo expuesto: a lo largo de las últimas tres temporadas, Estudiantes cambió de técnico en 14 oportunidades, a un promedio de un entrenador cada ocho partidos. Durante ese lapso, echo mano a 55 jugadores, pero sólo dos mantuvieron su lugar a pesar de los 14 cambios: Claudio Martín Paris y Rubén Oscar Capria. Demasiada incoherencia como para reclamar armonía, buen fútbol y resultados.
Las sombras envuelven la tribuna de madera como si fueran una mortaja. No se escucha una palabra. El muchacho desgarbado baja los escalones de a uno, aturdido y displicente. Cualquiera diría que es un pariente de Montedónica. Cuando llega al alambrado estira la mano y descuelga una bandera, su bandera. Está escrita con un trazo tembloroso, pero se lee claramente: “La muerte no podrá separarnos. Te amo”, uno cree que el descenso no es la muerte y, sin ir más lejos, piensa en Huracán, ayer en la B, hoy casi campeón. Pero, en definitiva, ¿quién es uno para discutirle el sentimiento? Al menos algo está claro: El flaco no va a abandonar al Pincha. Que descendió, sí, pero que no perdió categoría.
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