A 50 AÑOS DE LA MUERTE DE JULIO SOSA
Lo llamaron El varón del tango por su voz grave, gruesa y la predilección por un repertorio orillero. Alguien dijo que era capaz de convertir cada tango en una trompada sentimental. Sin embargo, debajo de esa apariencia dura se escondía una personalidad romántica que reflejó en las 24 poesías recopiladas en libro que le dieron fama de tanguero culto, una calificación que siempre rechazó. Su muerte en un accidente de tránsito conmocionó al país hace medio siglo. Texto completo de 'Varón, pa' quererte mucho', nota de Rafael Vaquero, seudónimo de Eduardo Rafael, publicada en el semanario El Equipo.
“«Su muerte fue tremenda y llena de matices de leyenda: era una cena de despedida. Sosa jamás cantaba en reuniones. Pero esa noche sí. Y cantó tristes tangos que casi no se le conocían. Y él, que tenía una dicción perfecta tuvo que cantar nueve veces Aquel tapado de armiño porque no podía pronunciar 'te lo pude al fin comprar'. Estuvo sorprendentemente cariñoso con sus compañeros: 'Ustedes son mi familia'. (...) A los cinco minutos, ya solo en su coche, enfiló por la ancha avenida, exactamente sobre la línea demarcatoria. Un vigilante vio que se acercaba a 120 por hora a la baliza. Derecho, en línea recta. Hacia la muerte».
Puede que el hecho haya ocurrido así. O no. Tal vez esa narración era el comienzo del mito. Edmundo Guibourg, que fue un maestro en eso, siempre ponía en duda lo que leía porque reconocía que los periodistas tenían facilidad para desarrollar una fértil imaginación. Apoyada en hechos reales la muerte del cantor Julio María Sosa dio para cualquier interpretación. Como la que acabamos de transcribir que pertenece a la revista Atlántida.
(...)
Julio Sosa era, en 1964, el intérprete de tango que más vendía. El sello que lo tenía contratado, Columbia, lo consideraba 'artista de catálogo', es decir, de venta inconmovible. (...)
Siempre tuyo bien en claro lo que quería. Él decía, con voz grave, gruesa, un tango lento, ronco, orillero, irónico. Con olor a malvón y no a rosa. Los hombres lo escuchaban con emoción y algunos se iban rabiosos tras asombrarse por la bravura con que los cantaba. Además sabían que sus mujeres parecían enamorarse de ese mocetón 'capaz de convertir cada tango en una trompada sentimental'. Uruguayo, nacido en Las Piedras, un pueblito a 26 kilómetros de Montevideo, llegó a Buenos Aires con dos pesos oro en los bolsillos, el 16 de junio de 1949. Al poco tiempo fue contratado para cantar acompañado por dos guitarras en el café Los Andes, de Villa Crespo. Le pagaban 20 pesos por noche. Después del reparto le quedaban 10 y la comida junto a los mozos, cuando terminaba la noche. De todos modos, ese comienzo sirvió para que un autor de letras, Raúl Hormaza, lo llevara ante Enrique Mario Francini y Armando Pontier. Lo contrataron y pasó a ganar $ 1.200 por mes. Debutó en el cabaret Piccadilly, en Corrientes al 1500, un lugar bien milonga donde se iba a bailar, no a escuchar. Muy pronto recibiría el espaldarazo definitivo. Una noche concurrió a Piccadilly Enrique Santos Discepolo. Cuando lo vio, Sosa le dedicó 'la próxima interpretación'. Fue el tango Dicen que dicen, de Ballesteros y Delfino. Discepolín se conmovió. Cuando calló la voz, se levantó de la mesa, casi corriendo se acercó al escenario, lo abrazó, y le regaló esta genialidad:
—¡Pibe, si lo hacés mejor te juro que está mal!
Nunca, ni antes ni después, Julio Sosa recibió un elogio mayor.
Fuerte, recio, con Francini-Pontier primero, con Francisco Rotundo después, otra vez con Pontier y finalmente con Leopoldo Federico, supo siempre aprovechar la vibración dramática de su voz. Se afirmó en el repertorio más reo de Celedonio Flores, Enrique Santos Discepolo, Enrique Cadícamo y en una serie de temas: (...) y sobre todo en el gran acierto de acoplar a los compases de La cumparsita los versos de Por qué canto así, de Celedonio Flores, para demostrar que lo de El varón del tango nunca fue una calificación exagerada.
Venía de muy abajo. Jamás escondió sus orígenes. 'Mi padre era analfabeto y mi madre fue sirvienta', confesó en la recordada nota de Primera Plana. En febrero del 64 agrupó 24 poesías propias en un libro que se llamó Dos horas antes del alba. Le hicieron fama de hombre culto. Se indignó. '¿Yo, hombre culto? ¡Mentira! Mi universidad fue la calle. Es cierto que aprendí y hasta puede que haya llegado a comprender a Beethoven. Pero antes pasé por Canaro y no me arrepiento.' Leía mucho, algo incomún en un cantor de tangos. Y escribía. Tuvo aciertos, como agregarle una introducción a la letra de los tangos que recitaba antes de comenzar a cantarlos. Y defectos: muchas veces cambió la letra original —unas pocas palabras— porque le gustaban o le caían bien otras.
Su peculiar modulación hizo que en su voz los tangos de línea melódica alcanzaran la misma repercusión que los arrabaleros. Dejó grabados 142 temas. Será difícil encontrar uno que no guste. El mismo Sosa reveló el secreto: 'Canto lo que siento y no me fijo si el autor es un amigo o no. Por la misma razón nunca quise escribir letras de tango, para no verme obligado a devolver favores'.
Filmó una película con Hugo del Carril, Buenas noches, Buenos Aires y sus amigos dijeron que en 1965 esperaba romper la barrera de los diez millones de pesos. Los que lo conocieron bien aseguran que era desmedido para todo: para comer, fumar, para beber. Contaba chistes groserísimos en público y era capaz de tomarse de un solo trago una botella de Villavicencio. De él cabía esperar cualquier cosa: un insulto, un poema, un abrazo.
El conocimiento de la muerte de Julio Sosa, aquella mañana del 26 de noviembre de 1964, produjo dolor y desconcierto. La difusión de la noticia se demoró una hora porque no se encontraba un lugar adecuado para el velatorio. (...) A las 2 de la madrugada Troilo, D'Arienzo y el diputado radical Reynaldo Elena solicitaron a Tito Lectoure la cesión del Luna Park para seguir velando a Sosa. Rápidamente se organizó un grupo de voluntarios y el cuerpo fue trasladado en una ambulancia. Corrientes abajo fue la gente tras su ídolo. El traslado a la Chacarita estaba previsto para las 15.
¡Doscientas mil personas hicieron que fueran necesarias 6 horas y 5 minutos para recorrer la calle Corrientes de punta a punta! Mientras el cuerpo de Sosa era depositado provisionalmente en el depósito Nº 7 —por lo desusado de la hora— la policía, a machete y gases, impidió que el público ingresara en el cementerio. Al día siguiente, los restos del cantor fueron trasladados, ahora sí, al Panteón de Sadaic y los diarios informaban del saldo del impresionante entierro: 70 personas atendidas en ambulancias de la Asistencia Pública, víctimas de desmayos por falta de aire o crisis emotiva, 4 personas detenidas y 8 policías —un oficial y 7 agentes— heridos. ¿Qué había pasado? El doctor Raúl Matera dio esta explicación: 'Estuvimos frente a un claro fenómeno psicosocial. En la Argentina de nuestro tiempo hay vacancia de figuras señeras, de personalidades fuertes, de hombres que puedan traducir, políticamente hablando, toda la fe y toda la esperanza de un pueblo anhelante. Alguien tenía que llenar el vacío. Alguien o algo tiene que servir de escape'.
Metido en su universo de tango y de tangueros, Aníbal Pichuco Troilo dio otra interpretación, mucho más simple y sentida:
—¿Vos te creés que el que se fue era Sosa?... ¡No viejo! Nos fuimos, un poco, todos.”Uno, tango de Enrique Santos Discepolo por Julio Sosa
Los Capos del Tango", Julio Sosa Parte 1
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