El 27 de febrero de 1989 comenzó en Venezuela una rebelión popular causada por el alza del costo de vida que afectaba duramente a los sectores más pobres. La crisis concluyó luego de una represión que causó la muerte de varios cientos de personas. También influyó para que pocos años más tarde cambiase el sistema político venezolano. Fragmentos de Después del caracazo, nota de María Magaro en la revista El Periodista de Buenos Aires, nº 233 del 10 de marzo de 1989.
“La explosión social dividió a la historia de Venezuela en dos: antes y después del 27 de febrero, el día en que la población marginal bajó de los cerros que bordean Caracas y tomó por asalto las calles y negocios, en una violenta protesta espontánea que ninguna organización política pudo capitalizar para sí.
Una semana después, en las largas colas que hace la gente para abastecerse de sus necesidades básicas, tras el saqueo de más de 300 negocios con pérdidas superiores a los 700 millones de dólares, la frase 'el país cambió', suena como una letanía que intenta explicar lo que nadie había previsto.
La protesta no registra antecedentes en los 31 años de ininterrumpida democracia. Según las cifras oficiales, hubo 246 muertos y 1.831 heridos, pero la prensa calcula el doble.
Los interrogantes apuntan ahora hacia el futuro. ¿Qué margen de acción le queda al presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez con el handicap del estallido social a escasos 23 días de haber asumido el poder? ¿En qué medida se verá afectado el liderazgo continental que aspiraba a ejercer, como defensor de causas tercermundistas, en el escenario internacional?
En Venezuela subsiste el temor de que la protesta se repita y se inicie una espiral de violencia, tanto más sorprendente en un país que lleva más de 30 años sin huelgas generales y más de 20 de pacificación.
La chispa que encendió el fuego fue, como se sabe, el aumento de los pasajes de los colectivos. La medida se insertaba dentro de las clásicas recetas del FMl: liberación de precios, fuertes subas en las tasas de interés, incrementos en los servicios públicos y la gasolina, eliminación de subsidios y unificación cambiaria que implicaba devaluar el 100%.
'El beso mortal del FMl', como definió a la revuelta el octogenario presidente del partido de gobierno, Gonzalo Barrios, se extendió como mancha de aceite por todo el país.
En 48 horas, Venezuela se latinoamericanizó, las calles saqueadas recordaban Brasil, República Dominicana, Haití. Se suspendieron las garantías constitucionales, aplicaron el toque de queda y el ejército salió a la calle para contener una protesta que degeneraba en pillaje, agravada por la acción de francotiradores y hampa común.
Sin embargo, la explosión social tuvo peculiaridades propias de Venezuela. En primer lugar, la raíz del conflicto, que Pérez ubica, no tanto en las medidas económicas, sino en 'la carga de frustraciones y resentimientos de amplias capas de la población, contenidas mucho tiempo'.
Cuando los disparos todavía retumbaban en el palacio de gobierno y mientras la clase media y alta aceitaban sus armas, dispuestas a defender sus propiedades, Pérez admitió que 'todos tenemos una parte de culpa'.
Implícitamente, aludía a un modelo de desarrollo de tres décadas que no logró cerrar la brecha entre el 40% de los 18 millones de habitantes que padecen pobreza crítica y el 10% que vive al estilo saudita.
La segunda diferencia se refiere al manejo de la crisis. Ni Pérez ni la oposición utilizaron como chivo expiatorio a 'grupos de inadaptados o subversivos'. La dirigencia política y empresarial se cuidó muy bien de diferenciar la 'poblada' de 'minúsculos rezagos de la guerrilla', personificados en francotiradores que operaban después del toque de queda.
El Ministro de Defensa, general Italo del Valle Alliegro, fue más explícito aún, admitiendo la infiltración (y no el protagonismo) de 'delincuentes y algunos presumiblemente subversivos', pero reconoció el carácter social de la protesta, al exhortar a los empresarios a 'imponer moderación en sus ganancias'.
Alliegro, un general político y accesible que rompe con los estereotipos del clásico militar latinoamericano, no se cansó de repetir que las fuerzas armadas eran 'estructuralmente democráticas'.
Negó que hubiera 'desaparecidos', recordando que el ejército venezolano no es 'comparable a otras fuerzas antidemocráticas ó represivas del continente y fuera de él'.
El día antes. Pérez y su gabinete tecnocrático (lo llaman 'los yuppies') lucían virtualmente solos en la difícil tarea de administrar las medidas antipopulares. El día de los disturbios, el partido gobernante, Acción Democrática, continuaba sumido en rencillas internas. La oposición discutía tecnicismos en el Congreso. La central obrera y los empresarios demoraban, en largos debates, la aprobación del aumento salarial.
No es de extrañar que la violenta protesta tomara a todos por sorpresa. La medicina del FMI era demasiado amarga para los sectores populares que llevaron por segunda vez al poder a Pérez. Y demasiado ajena para las clases dirigentes que aún vivían la ficción dorada de la bonanza petrolera.
Del esplendor de los '70, pocas cosas quedan en pie. Los ingresos petroleros se redujeron a la mitad (8.400 millones de dólares) con el agravante de que el 57% se destina a servir la deuda de 32 mil millones, cuarta de Latinoamérica.
La tesis del buen pagador, alentada por el anterior presidente socialdemócrata Jaime Lusinchi, resultó un fracaso. Nunca llegaron los créditos externos para socorrer el déficit de balanza de pagos que ascendió a 4.390 millones de dólares en 1988.
Veinticuatro horas antes de los disturbios, Lusinchi se fue a descansar a Estados Unidos, dejando como única explicación, a la manera del tango, 'la banca me engañó'.
Mientras tanto, la inflación se había quintuplicado (40% en 1987) respecto de los niveles históricos, y las reservas operativas se evaporaron a la mitad -apenas 2.000 millones de dólares entre 1986 y 1988.
Los indicadores demostraban que la torta se achicaba y la riqueza tendía a concentrarse en los sectores privilegiados, en un extraño maridaje de nuevorriquismo y corrupción. Como furgón de cola del festín, los comerciantes acaparaban la mercancía a la espera de la liberación de precios.
(...)
La boda del siglo y el tarro de manteca (recuadro)
“Las fotos fueron publicadas en dos diarios capitalinos con una diferencia de 18 días. Uno desplegó, a ocho páginas, la fastuosa boda de una pareja de la alta sociedad caraqueña.
Concurrieron 3.500 invitados, de los cuales 200 llegaron del exterior, con pasaje pago, de sitios tan disímiles como Nueva York, Milán y Tahití.
De la iglesia, el cortejo partió en 20 pullmans y un Rolls Royce a la mansión de los padres de la novia, decorada para esta ocasión por el famoso diseñador Perucho Valls, importado de Estados Unidos.
El menú fue exquisito: salmón ahumado, roastbeef, langosta, caviar, paté, todo regado con champagne francés, cosecha del '68. Para despedir a los novios, dos horas de fuegos artificiales.
La otra foto fue publicada cuando Caracas ardía por la mayor explosión social de su historia. Alexis, de 19 años, está tendido en plena calle de un barrio popular de Caracas, muerto de un tiro en la espalda, cuando huía con el producto de su saqueo, mezclado con la multitud que bajó de los cerros, dispuesta a hacer justicia con sus manos.
Alexis robó apenas dos tarros de manteca. Uno, todavía baila sobre su espalda: el otro está al alcance de la mano, pero ahora ya no tiene cómo llevárselo. El muchacho lleva dos horas tirado en la calle.
El presidente Pérez dijo a los azorados corresponsales extranjeros, en improvisada rueda de prensa, que el estallido en Venezuela 'fue una acción de pobres contra ricos'. Las fotos le dan la razón -aunque los empresarios lo acusen de exacerbar la lucha de clases.”
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