A 25 AÑOS DE LA TRAGEDIA DE HILLSBOROUGH
El sábado 15 de abril de 1989 una avalancha en el estadio de Hillsborough causó la muerte de 96 hinchas del Liverpool, que esa tarde disputaba una semifinal de la FA Cup ante el Nottingham Forest. La tragedia impulsó al gobierno británico a importantes cambios en la seguridad de los estadios y a combatir a los hooligans. Fragmentos de Tarde de pánico, horror y muerte, nota de Enrique Romero en la revista El Gráfico, nº 3628 del 18 de abril de 1989.
“Where is God?, Where is God? (¿Dónde está Dios?...)
Suplica con angustia una madre que pasa por mi lado, envuelta en un mar de lágrimas... No puedo contestarle que Dios no tiene nada que ver con esto...
Ahora llueve en este anochecer del sábado del terror, aquí en Sheffield. No hay nadie por las calles. Sin tráfico de vehículos, porque la policía prohibió la circulación de automóviles privados, con la intención de aliviar las comunicaciones entre los hospitales y esta especie de 'tienda de campaña' que se instaló en la Estación Central, donde, en la gran sala de entrada y en los andenes, se van amontonando cajas de suero y plasma sanguíneo —que llegan desde toda Inglaterra— junto a los heridos.
No. Esta noche, lamentablemente, no saldrá tren a ninguna parte de la estación de Sheffield.
—Todo comenzó cuando los que estaban en la parte trasera de las tribunas, intentaron contener a los hooligans que entraban. No fue posible. Se inició una pelea con la policía y la gente se echó hacia adelante como queriendo saltar al campo. Fue una trampa mortal. Quedaron atrapados ante la valla de contención. Allí se fueron amontonando los cuerpos. No sé si han muerto por asfixia o por aplastamiento. Sólo sé que he visto pilas formadas hasta por cuatro cadáveres y el público que los escalaba para poder alcanzar el césped y salvar su vida. Yo también lo hice, no había otra forma de salvarse. La culpable es la policía.
Joan Waxe, una de las que salvó su vida y que ahora busca desesperadamente a su hijo y a su marido que se le perdieron en el maremágnum, cuenta parte de la historia. Pero Peter Wright, comisario del condado de Sheffield le replica.
—No, no es así como la gente cree, como la gente dice. Se adoptaron todas las medidas de urgencia, elaboradas después de la tragedia de Heysel. Tratamos por todos los medios de cortar la escalada de violencia. Nosotros no tenemos nada que ver. No somos los culpables. Actuamos con prudencia y como la ley nos manda.
Los testigos lloran. Los testigos se contradicen. Unos aseguran que todo explotó cuando llevaban transcurridos seis minutos desde el inicio del partido. Otros cuentan que ni siquiera llegó a iniciarse el juego.
Nadie quiere dar la patada inicial a la tragedia y hasta los veintidós jugadores afirman que andaban más preocupados con el griterío que crecía que con lo que debió ser un partido de fútbol. Como si el fantasma de Bélgica, ya los estuviera previniendo.
Había sol. Un extraño habitante en Inglaterra. Un sol redondo y calentito. Estaba el grito. Un aullar que parecía surgir desde el averno para ir a hacerse añico en los tímpanos de todos los presentes. El escenario en rojo por los hooligans del Liverpool y en blanco por los fanáticos del Nottingham Forest. Partido de semifinales de la Copa Inglesa y toda la pasión en ese campo neutral —como ordena el reglamento de la populosa e industrial ciudad de Sheffield. En el medio mismo de Inglaterra.
La pasión desatada. La piel reventando de emociones. Y el miedo. Porque el centenario estadio de Hillsborough con capacidad —según la propia liga británica— para 54.101 espectadores, ya rebasaba a las catorce —una hora antes del inicio del partido— las 75.000 personas. Y afuera, en las puertas, otras casi 5.000 pugnaban por entrar. Todos hooligans del Liverpool que por costumbre llegan sobre la hora, para ingresar de 'arrebato' y sin pagar entrada. Cargados de droga y alcohol, aplicando la exacta táctica terrorista: al chantaje le unen la violencia y la aniquilación.
(…)
Eran exactamente las 15.07 minutos, cuando el árbitro Ray Lewis se vio rodeado de extraños personajes que gritaban incoherentemente. Miró a todos lados sin ver. Y como pudo, suspendió el partido y ordenó a los jugadores que regresaran a los vestuarios.
En la tribuna sur, detrás del arco que en esos momentos defendía Bruce Grobelaars, arquero del Liverpool comenzaba el horror. Justamente en el sector 'Leppings Lane' miles de aficionados eran comprimidos por otros miles, que pugnaban por entrar. La enorme presión hizo que las mujeres y los niños fueran los primeros en caer. Algunos lograron —pisando a sus semejantes— cruzar la valla que divide la tribuna del campo de juego y que a pesar de la avalancha resistió. Otros no.
Los del lado norte, junto a la policía, miraban impotentes y sorprendidos a esa masa que quería sobrevivir, incluso muchos creyeron que era una pelea e insultaban. 'Me ahogo, me ahogo', era e! grito repetido de los que se desplomaban para siempre. El pandemónium total. Absoluto. Sin razón. Absurdo. Sangre en el césped. Amasijo de cuerpos descoyuntados. Ropas hechas jirones. Millares de objetos dispersos. La gente cayendo hacia adelante como una batería de fichas de dominó o como un castillo de naipes hecho pedazos. Carreras alocadas, actitudes bajo ningún control, gritos, alaridos que apagaban las demandas de auxilio de los necesitados.
Los que quedaron en pie y algunos policías, arrancaron los carteles de publicidad e improvisaron camillas para llevar a los heridos fuera del estadio.
Una reacción que salvó a muchos. Porque recién, media hora después del drama, —a las 15.35— llegaron las primeras ambulancias procedentes de los hospitales 'Royal Hallmshire', 'Northerm General' y 'King Edward Vil'. Treinta ambulancias. Demasiado pocas.
'Las muertes son por aplastamiento, quebradura de huesos, asfixia. Muchos fueron pisados en pechos, abdómenes y a algunos hasta le fueron arrancados sus miembros. Los heridos tienen dislocaciones varias y contusiones propias de haber estado presionados en las vallas. Los que murieron contra esas vallas tuvieron una presión promedio en contra de sus cuerpos de media tonelada. Imposible de resistir y que quebró sus huesos y los ahogó. La policía se confió, ya que el año pasado había controlado sin problemas idéntica semifinal, pero hoy se vio desbordada por el público que se quedó afuera. Público que se fue excitando cada vez más por los gritos que le llegaban desde adentro y explotó. Concuerdo con Phillips en que acá hubo una negligencia criminal', confió también el cansado doctor John Ashton, médico del 'King Edward VII' y profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Liverpool, quien por la noche del sábado ya había logrado recuperar a más de treinta heridos graves.
El sol del sábado a la tarde es sólo un recuerdo este domingo. También hoy, como anoche, llovizna sobre Sheffield. Los adustos jueces que representan a la justicia inglesa han salido del campo de fútbol para refugiarse en sus automóviles privados. Los periodistas le siguen. Pero no habrá declaraciones 'porque todo —dicen— está aún bajo investigación y sólo se puede hablar de las primeras impresiones. Y esto no sería serio.'
Igual a la de los jueces, parece ser la tónica de casi toda la ciudad a un día de la tragedia.”
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