9.12.13

Raúl Alfonsín asumió la Presidencia de la Nación

EL DÍA QUE RECUPERAMOS LA DEMOCRACIA
El sábado 10 de diciembre de 1983 Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación. Terminaba así la dictadura del autoproclamado Proceso de Reorganización Nacional, surgido del golpe de estado que derrocó a la presidenta María Estela Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976. Los siete años donde se sucedieron los dictadores Jorge Rafael Videla, Roberto Viola, Leopoldo Galtieri y Reynaldo Bignone se convirtieron en los más nefastos de la historia de la Argentina. Pero la derrota en la guerra de las Malvinas precipitó el fin de la dictadura y el regreso a la legalidad. Fragmentos de La historia secreta del 10 de diciembre, nota de la revista La Semana (la actual revista Noticias), nº 367 del 14 de diciembre de 1983.


“'¿Cómo le coloco la banda, doctor?'


La camioneta del tipo Swat que acompañó al (vicepresidente de los EE.UU. George) Bush estuvo a punto de atropellar a dos camarógrafos. Los elegidos y claros insultos que la salvaje actitud de los norteamericanos recibió por parte de los hombres de prensa, hicieron que su conductor apretara un botón para subir los vidrios blindados del vehículo. A las 10.12 llegó el Nuncio Apostólico, monseñor Ubaldo Calabresi, el sacerdote que durante la hora que duró el discurso de Alfonsín en el Congreso, permaneció a espaldas del presidente, los oídos puestos en cada una de sus palabras y la mano derecha apoyada en el respaldo del sillón donde estaba sentado el presidente de la Nación.
—Sólo sé —dijo Calabresi refiriéndose al Beagle—, lo que están informando ustedes. Lo único que puedo decir es que el Santo Padre ha prometido una nueva visita a la Argentina y que la cumplirá.
A la hora de la entrada de Alfonsín en la Casa Rosada, la guardia se vio desbordada por quienes intentaron, y lograron, entrar en el edificio. Adentro ya se había lanzado otro desborde: el de los 70 mozos destinados por la confitería Desty para atender a los 1.200 invitados. Ricardo Mossutti, director general de la firma, y Augusto Luis Boltar describieron el cóctel que esperaba a quienes iban a asistir a la ceremonia de traspaso del mando: champagne y gaseosas de todo tipo, sandwiches y bocaditos. En cambio, muy otro era el que se había preparado para el domingo en el Teatro Colón: en el Salón Dorado del teatro que se abrió para orgullo de los argentinos el 25 de mayo de 1908 con Aída de Giuseppe Verdi, se iba a servir después de la función en honor de las delegaciones extranjeras un lunch en el que la confitería Desty había incluido centolla, langosta, brochette de lechón, quesos variados, canapés y un servicio de bar basado exclusivamente en tragos largos. Los que necesitaban un trago largo, larguísimo, eran los policías que a las 10.25, gorra en mano, pañuelos empapados, camisas pegadas al cuerpo como si hubiesen recibido un baldazo de agua, pasaron por detrás del gobernador electo de La Rioja, Carlos Saúl Menem: los policías venían de acompañar, a pie, el coche presidencial que había cubierto el tramo Congreso-Rosada. Para esa hora, ya el presidente saliente y el presidente de la Nación, doctor Raúl Alfonsín, estaban frente a las 367 personas que, acaso por primera vez en la agitada historia del Salón Blanco de la Casa de Gobierno, entraban perfectamente sentadas. También, por primera vez en muchos años, la mayoría de los presentes eran civiles. Y la mayoría de los funcionarios ubicados bajo el busto de la República también eran civiles. Es que habían quedado atrás los días en que, plena guerra de Malvinas, un integrante de la Casa Militar, ante la renuencia de los periodistas a abandonar el Salón Blanco (estaba en él Su Santidad Juan Pablo II) exclamara:
—Lo que va a haber que hacer es no dejar entrar más a los periodistas.
Y quiso meter preso al periodista que le contestó: '¿Y qué tal, señor, si no dejamos entrar más a los militares...?' Monseñor Marcinkus salvó al hombre de prensa. Ahora, en el Salón Blanco, se veían nada más que los necesarios uniformes que marca el protocolo. Como los que se habían visto en el Congreso, cuando el discurso del flamante presidente Alfonsín, de fuerte contenido crítico a la actitud militar de los últimos años. Sentados entre el estrado de la presidencia y el palco bandeja de la Cámara de Diputados, estaban el general de brigada Juan Carlos Benito y el coronel Jorge Fernández; el vicealmirante Carlos Alberto Bonino y el capitán de navío Héctor Arriola: el brigadier Enrique Ventura y el comodoro Rodolfo Orselli que permanecieron a lo largo del discurso presidencial con sus gorras firmemente sujetas sobre sus rodillas.
El presidente de la Nación enfrentó serenamente al público del Salón Blanco y serenamente recibió la ovación que le fue dispensada cuando entró y cuando el escribano adscripto e interino de la Escribanía Mayor de Gobierno, doctor Eduardo Carranza Vélez, pronunció su nombre. Un marcado contraste con los desvaídos aplausos que recibió el presidente saliente. El general Bignone se inclinó levemente hacia el doctor Alfonsín que mantuvo un gesto adusto, como si su intención fuese no demostrar simpatía alguna hacia el presidente saliente. El escribano leía el acta. Cuarenta y siete segundos más tarde, el general Bignone tomó en sus manos la banda presidencial y se acercó al doctor Alfonsín.
—¿Cómo le coloco la banda, doctor...?
—De derecha a izquierda.
El poder había cambiado de manos: había vuelto a las legítimas. Eran las 10.48 cuando el locutor oficial consagró 'doctor' al general Bignone, una gaffe que se produjo en el momento en que el presidente de la Nación acompañaba al militar hacia la salida. Mucha gente era la que esperaba en la puerta de la calle Rivadavia por donde se había anunciado la salida del ex presidente. Pero Bignone usó la misma puerta que en 1973 usara Alejandro Lanusse, la que da a Paseo Colón. Allí, a las 11.04 recorrió los pocos metros que lo separaban del Fairlane gris oscuro al que flanqueaban dos coches de custodia. Una docena de personas apoyadas en las vallas de contención, le gritaron con cierta timidez:
—¡Fuera, no vuelvan nunca más! ¡Te vas por la puerta chica, por donde entraste!
Mientras, una sola de las personas que eran testigos se animó a aplaudir y a vivar al ex presidente. LA SEMANA quiso saber el nombre del ciudadano y el motivo de su curiosa actitud.
—Yo no tengo nombre —fue la respuesta no menos curiosa que recibió la pregunta.
A las 11.54 de la mañana del sábado 10 de diciembre de 1983, el primero de los decretos del flamante Poder Ejecutivo Nacional, se había cumplido: el ministro del Interior. Antonio Troccoli, había prestado juramento. Cuarenta y ocho minutos más tarde, a las 12.42. en auto y no a pie como había pensado, el presidente de la Nación llegó al Cabildo.”


Raúl Alfonsín asume la presidencia de la Nación


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