10.4.13

Automovilismo - Fórmula 1

HACE 15 AÑOS SCHUMACHER GANABA EL ÚLTIMO GRAN PREMIO DE LA ARGENTINA



El 12 de abril de 1998 Michael Schumacher ganaba la última carrera de Fórmula Uno disputada en la Argentina. Ese domingo de Pascua el piloto alemán derrotó al puntero del campeonato, el finlandés Mika Hakkinen. Escenario frecuente de la máxima categoría del automovilismo mundial en las décadas de 1950 y 1970, la competencia volvió fugazmente a la Argentina en los noventa. La crónica de la carrera, en fragmentos de El circo comienza su función, nota de Luis A. Hernández en la revista El Gráfico, nº4097 del 14 de abril de 1998.

“Corazón de pueblo, alma de orfebre, grito universal del fana fierrero. Rojo sangre, aullido brutal de motores que son música celestial en los oídos de millones en el mundo entero, que siente muy dentro galopar al Cavallino Rampante de la mítica Maranello. Tribuna loca bañada por la lluvia tan pedida y que fue innecesaria. Porque serán carreras de autos, con toda la cibernética de este casi Siglo 21, pero el coraje sigue siendo patrimonio de los hombres, de los grandes, de los que dejan páginas en la historia escritas con nombre propio. Y Michael Schumacher es uno de ellos. Más con el volante de una Ferrari entre sus talentosas manos. Como si la alucinante química de un cerebro alemán, regado por la sangre latina, produjera una fenomenal combinación destinada a perdurar en los tiempos. Como este domingo 12 de abril de 1998 donde le regalaron a todos los argentinos, en plena Pascua, una victoria tan espectacular, que la adrenalina estuvo a flor de piel hasta esa bandera que desencadenó un río rojo en todo el legendario autódromo 'Oscar Alfredo Gálvez'.
Que casi puso a 75.000 personas al borde del infarto faltando 5 vueltas cuando Schumi siguió de largo por la Horquilla, dominó como sólo los elegidos pueden hacerlo a esa Ferrari que todos empujaban con el alma, agarró por el camino auxiliar que usan los camiones de reparto -como si quisiera demostrar que es bien de pueblo-, se volvió a meter en la pista y siguió como repitiendo el Vía Crucis que finalmente lleva a la maravillosa resurrección. Y eso fue, nada menos, el triunfo de Ferrari y Schumacher: su resurrección en la Fórmula 1, el coraje indómito de un hombre salvando las diferencias técnicas, la rebeldía ante la tecnología que supera, pero que no puede dominar finalmente al propio hombre que la crea. Michael Schumacher llevó la cruz en Australia y Brasil. Volvió a la vida en la Argentina. Hizo historia, que para eso nació al automovilismo.
Fue el jueves, (...) un muy distendido Michael Schumacher dio las precisiones que serían claves de la carrera: 'Las diferencias de motor, los detalles de aerodinamia, todo, lo iremos puliendo, acortando las ventajas con el tiempo. Pero donde nos sacan un segundo largo es con las gomas. Goodyear, como se va de la categoría a fin de año, no experimentó nada nuevo, y ellos con las Bridgestone sorprendieron...
(…)
La determinación del alemán era evidente. Sabía, con esa claridad que sólo posee el protagonista, que tenía un elemento fundamental para presionar al rival: sorprenderlo. Hacer que flaqueara en su convicción de que todo sería tan fácil como en las dos primeras carreras. Ahí estuvo la clave. El hombre volvía a desequilibrar con la técnica. Porque Schumacher debería hacer sin errores su parte, que es poner ese segundo que tiene en sus maravillosas muñecas. Y lo hizo con una maravillosa precisión.
Los empezó a empujar a los Mc Laren hacia el desequilibrio, con una vuelta que costará volver a ver en Buenos Aires, en la clasificación. Bloqueando en Ascari, en la 'S' de Senna, en la Horquilla, deslizando el auto hasta el punto irracional de la física. Se metió entre Coulthard y Hakkinen en la clasificación, y terminó de ponerles los nervios al límite al equipo de Ron Dennis. Y después con dos maniobras que quedarán en la retina de un pueblo tuerca como pocos, que rugió más que el motor de Maranello.
La primera, al superar al finlandés, que se le había adelantado en la largada, en la entrada a los Mixtos, como si el Me Laren no existiera. Sólo para un talento. Después, presionando a Coulthard, que terminó no dominando auto, pasándose en el frenaje y dejando el agujero para que la trompa roja se metiera... Se tocaron, Schumacher siguió con un ritmo alucinante, aun con su máquina un tanto desequilibrada. Jugado al límite, estirando hasta la última tela esas Goodyear de las que él había hablado. Sólo él conocía el real límite de ese caucho que había probado en tierras españolas. Tamaña demostración de poder de concentración, coraje y velocidad tuvo la respuesta justa, severa, de parte del pequeño Napoleón que es el francés Jean Todt, director deportivo de Ferrari. Se necesitaba un equipo atento, rápido, que en los boxes fabricara o mantuviera la ventaja creada por su piloto en la pista jugándose el pellejo. Y no fallaron. Hicieron dos detenciones, sí, pero de 9s 5 y 8s 1, menores que lo que Schumacher había logrado acumular sobre un Hakkinen sorprendido, que de golpe se encontró que, lo que había sido un paseo, se convertía en una persecución impensada.
Maravilloso. Por exactitud, por nivel, por el colorido que le puso a la gris tarde de! Autódromo, con el rojo bajando de las tribunas, hasta esos puños en alto golpeando el aire en festejo del alemán, para redondear una tarde inolvidable. Que hubiera sido perfecta si Esteban Tuero lograba llevar a su Minardi hasta el final. Pero faltando seis vueltas, cuando la llovizna convirtió al pavimento en patinódromo, el auto se le fue en la primera curva. Como si quisiera recordarle que el aprendizaje es largo, difícil, que sus 19 años tienen un tesoro que es el futuro. Tiene mucho, es cuestión de recorrer el camino. Como lo hicieron todos, como lo hará él. (...) Todo, imponiendo al hombre sobre la tecnología. Recorriendo también su Vía Crucis. Ese mismo que Michael Schumacher y Ferrari vivieron hasta esta tarde inolvidable de Pascuas, cuando se produjo la resurrección.”

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