12.12.11

Deportes

HACE 25 AÑOS RIVER PLATE ERA CAMPEÓN DEL MUNDO
El 14 de diciembre de 1986 River Plate derrotó al Steaua de Bucarest y se consagró campeón de la Copa Europea Sudamericana. Esa tarde de domingo, el conjunto argentino venció con un gol del uruguayo Antonio Alzamendi al campeón europeo. El Steaua es el club más importante de Rumania y el primero del desaparecido bloque comunista en ganar un título europeo. La final, en tramos de Una banda con mística, nota de Ernesto Cherquis Bialo en la revista El Gráfico, nº 3506 del 16 de diciembre de 1986.






   “Otra vez, como dos años atrás, bajé corriendo los escalones de dos en dos. Desafiando la ola que subía hacia la salida, logré descender hasta el mismísimo campo de juego. Los jugadores de River, junto con la pitada final de Martínez Bazán, explotaron en gritos, puños cerrados y brazos en alto. Corrían. Nadie sabía hacia dónde, pero corrían. Unos iban en busca de la mitad de la cancha. Otros intentaban acercarse al borde. Dirigentes y allegados, movilizados por un frenesí largamente contenido, se confundieron formando caótica masa, plena de euforia y confusión. Yo estaba en el medio, hasta que lo vi venir al Bambino. Nos abrazamos. Y llorando como un niño golpeado, me decía: 'Ganamos, somos campeones del mundo, ganamos. Aquí también ganamos, ¿te das cuenta? Es el día más feliz de mi vida, me quiero morir, me quiero morir...' Lo apreté fuerte y le respondí: '¿Estás loco? ¡Qué morir! Esto es para vivir, para disfrutar'. Y se acabó mi discurso. Enrique y Montenegro vinieron hacia donde estábamos nosotros, en un costado del campo, y me lo sacaron. Después de respirar fuerte, vi a mi lado, llorando contenidamente, a un hombre a quien en quince años jamás había visto emocionarse, el doctor Roberto Paladino, mi amigo Gacho. Me parecía mentira que después de tantas defensas de Monzón, después de tantos triunfos de Galíndez, después de tantas batallas de Roldán, tras las cuales jamás había aflojado, el doctor Paladino lloraba, pero era inevitable. Sensualmente inevitable.
   En pocos minutos, todo River estaba allí. Titulares y suplentes; dirigentes e hinchas; amigos y allegados. Gritos, frases, confusión.
   El presidente de la Confederación Sudamericana, doctor Leoz, y don Jorge Propatto, apenas sonrientes, tal como lo indica el protocolo, esperaban detrás del proscenio que Gallego y el ganador del Toyota subieran a recibir las copas: Funes estuvo al lado del capitán como un granadero escoltando a un superior. Pero se reclamaba a Alzamendi: el cartel indicaba que Alzamendi había sido el ganador del Toyota por haber resultado el mejor jugador del campo, aunque este premio siempre se lo otorgan al autor de un gol definitorio. Más de cincuenta fotógrafos forcejeaban, hasta que Ruggeri y Pumpido pedían calma y paz para iniciar la vuelta olímpica. Pero los fotógrafos esperaban allí, sin moverse. 'Deciles que si no abren paso no damos la vuelta olímpica', me pide Pumpido. Lo hice, sin éxito. Hasta que Ricardito Alfieri, uno de nuestros fotógrafos enviados especiales, les sugirió: 'Arranquen para este lado, denla al revés'. Y los muchachos de River así lo hicieron. No fue una vuelta olímpica limpia, prolija. Había demasiados argentinos para que así fuera. Hinchas, allegados y 'flashólogos' (los que se meten en todas las fotos) fueron inexorables. Cuando River pasó corriendo, desde cada uno de los cuatro costados surgieron aplausos. Las bocinas, que habían atormentado toda la mañana con un sordo e irritante sonido, se habían acallado. La vuelta olímpica, algunos grabadores, dos o tres micrófonos, cientos de rollos fotográficos más disparados indiscriminadamente y por fin el vestuario.

Los cantos y las voces

   Alonso, el compañero más querido, fue el primero en llegar. Sus fuerzas no le alcanzaron para dar el giro al campo de juego. Estaba extenuado. Se tiró en una camilla y gesticuló su dolor, cada vez más intenso. El aductor de la pierna izquierda tenía su látigo presto para no permitirle ningún movimiento. Gutiérrez, silencioso, medido y austero, eligió un segmento donde sentar su triunfo sin euforia. Gordillo, Montenegro, Goycochea y Enrique, en cambio, comenzaron a cantar. Primero fueron estrofas sepultando a la 'gallina', después un especial saludo para Boca a 24 mil kilómetros de distancia, por último arreció el grito de campeón hasta retumbar más allá del ámbito.
   Alzamendi resumió su gol: 'Fue una avivada del Beto y yo lo vi cuando iba a tirar el tiro libre sorprendiendo. Después le pegué y seguí porque yo siempre sigo por las dudas rebote, ¿vio? Y cuando pegó arriba y volvió me encontré con el espacio justo para frentearla, no podía hacer otra cosa, ¿vio? Yo en ésas no perdono'. Cuando entró Ruggeri, la mayoría ya estaba bajo las duchas. Entró él y es como si un viento hubiera golpeado las puertas: otra vez los cantos y los abrazos de dirigentes y jugadores.
   El triunfo tiene magia: reconcilia, une, apacigua, relaja. En este vestuario de River renacía la armonía de un grupo de hombres que debieron salvar, en varios momentos de su relación, las dificultades comunes de muchos meses de tensión, expectativa, excitación y convivencia.
(...)
Tokio, bendita seas

   En días más, en horas casi, la historia convertirá este triunfo en recuerdo. Detrás de la cita estadística, quedarán nombres. Son los nombres de un grupo compacto, unido, sólido. Que no olvida a Francescoli y sentirá con dolor cualquier otro alejamiento, tan propio del fútbol. Y esto vale para el recién llegado Funes, permanente transmisor de ondas positivas con su exuberante frescura, o para Gallego, el veterano capitán de mil batallas; para la solidaria amistad de Alfaro y la determinante gravitación humana y futbolística de su máximo ídolo, Alonso; para ia inquebrantable fe ganadora de Ruggeri y el despliegue de Enrique; para la simpatía que irradia Gordillo y el coraje de Gutiérrez; para la experiencia definidora de Alzamendi y ia generosidad de Montenegro; para la serenidad y claridad de Pumpido y el serio profesionalismo de Morresi. Habrá un mañana de Goycochea, de Gómez, de Sperandío, de Gorosito, de Troglio, de Caniggia y un desafío de Borelli, de Navarro, de Centurión, de Saralegui. Quien se vaya aún en busca de un futuro más conveniente, dejará siempre un vacío, el mismo que deja el amigo que se va. Sí. son las reglas de juego. Las mismas que determinan las cosas positivas y las cosas negativas de esta banda mística que sabe cómo ganar a ia hora en que el grupo se hace equipo para competir y alcanzar metas.
   River nos hizo vivir una gran emoción. Fue en Tokio, una ciudad bendita para el deporte argentino donde Pascual Pérez, Horacio Accavallo, Nicolino Locche, Independiente, Vilas, Sabatini y Argentinos Juniors también se fueron bajo la pureza de los pañuelos blancos que al saludarnos parecían decir, vuelvan. Volveremos.”

Fragmentos de la final, con el relato de José María Muñoz y los comentarios de Enrique Macaya Márquez


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