13.4.12

Política nacional

A 25 AÑOS DEL LEVANTAMIENTO CARAPINTADA DE SEMANA SANTA
El 16 de abril de 1987 comenzó un alzamiento militar contra el presidente Raúl Alfonsín. Liderados por el teniente coronel Aldo Rico, los amotinados en Campo de Mayo exigían el fin de los juicios por violaciones a los Derechos Humanos cometidas en la dictadura del Proceso de Reorganización Nacional. La intentona golpista, en Otro domingo, otro país, nota de Daniel Vilá en el semanario El Periodista, nº137 del 24 de abril de 1987.





   “Como si algún exorcista colectivo los hubiese despojado del miedo, llegan pisando fuerte desde los cuatro puntos cardinales. Caras de centro y de suburbio, solos o apretando con fuerza la mano de los chicos, todos van a la plaza. La decisión excede el encuadramiento político, avanza junto a los artesanos de parque Centenario, camina con ese hombre imperturbable que, montado sobre unos enormes zancos, exhibe una pancarta que reza: 'Nunca más la noche de la dictadura', viaja en un cochecito de bebé junto a los pocos meses de Soledad que, dice una leyenda adherida a su osito, 'quiere crecer en libertad', alimenta a los estudiantes de teatro que ingresan disfrazados, con un cartel convocando a luchar 'por la alegría, contra la muerte'.
   Algunos arriban con una vianda dispuestos a quedarse hasta que sea necesario. Otros vienen por un ratito para cumplir con ese impulso interior que les impide disfrutar, lejos de aquí, la tarde de este domingo de Pascuas. Por Avenida de Mayo avanza lentamente un anciano de rostro curtido, porta una bandera chilena y una pancarta elocuente: 'Ojo, así empezó el fascismo en Chile'. Decenas de banderas uruguayas lo acompañan. La multitud corea: 'Si se atreven, les quemamos los cuarteles'. Unos jóvenes estudiantes ponen plazo al incendio: 'Esta noche'.
   Las radios portátiles emiten mensajes confusos, referencias puntuales. La gente discute acaloradamente. Las razones se mezclan igual que los carteles y las columnas no cesan de llegar. Un padre y su hijo ingresan por Diagonal Norte con otra pancarta expresiva: 'Basta de milicos'. Tal vez sea la síntesis de un estado de ánimo multitudinario.

   En la Escuela de infantería de Campo de Mayo, un puñado de hombres con las caras tiznadas montan la guardia más difícil de su vida. Esta vez el enemigo no posee un sofisticado armamento ni modernos equipos de combate. Tampoco lo encontrarán tras una puerta derribada a culatazos, ni podrán torturarlo o desaparecerlo. Tiene miles de rostros, miles de manos acusadoras y está aquí, a pocos metros de sus tanques y morteros, exigiendo la rendición. Por las vías del Ferrocarril Urquiza un hormiguero humano pretende acercarse a los portones. Legisladores y dirigentes políticos realizan infructuosos esfuerzos por contenerlos. Un general pide 'por el amor de Dios' que retrocedan. Pero ellos creen que es tiempo de avanzar.

   'El pueblo unido jamás será vencido', la consigna unánime se expande por la plaza y ha crecido hasta hacerse una convicción. La multitud es un espejo donde todos se miran y se reconocen. Como si en verdad jamás hubiesen conocido la derrota. Una ovación sorpresiva surge de las entrañas de la muchedumbre. El Presidente anuncia que se dirige hacia el cuartel insurrecto para intimar la rendición. Afloran entonces los recuerdos de otros días memorables. Alguien menciona el 17 de octubre de 1945 y establece comparaciones. Un joven opina, terminante: 'Esto es distinto'. No hace falta abundar en explicaciones. Hay una historia común y conocida que avala sus palabras. El asentimiento es tácito.
   El arribo de familias enteras que han apurado su almuerzo dominguero para estar presentes es ininterrumpido. Artistas populares procuran aligerar con sus canciones ia tensión imperante. De pronto, la plaza estalla nuevamente. El Presidente comunica la rendición incondicional de los amotinados y pide a la multitud que regrese a sus casas.

   Los hombres de la cara tiznada parecen tranquilos, distendidos. Ya todo acabó. Uno de ellos, refiriéndose a quienes afuera insisten en hostilizarlos, expresa: 'Son los zurdos de siempre'. El jefe de los amotinados afirma haber obtenido 'objetivos que tienden a la reconciliación nacional y que son para todas las fuerzas armadas y las policiales'.

   Unos lloran, tal vez emocionados por su propio valor, otros se estrechan en un abrazo. Hay muecas de decepción y risas triunfales. Las consignas se diversifican, proponen distintos caminos, exaltan o censuran. La plaza comienza a despoblarse y las bocinas de los automóviles suenan acompasadamente, como tantas veces. Pero esta vez es diferente, todos se saben protagonistas de una historia que recién empieza.”

El presidente Alfonsín en Semana Santa de 1987


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