30.4.12

Guerra de Malvinas

HACE 30 AÑOS HUNDÍAN AL BELGRANO
El 2 de mayo de 1982 el crucero ARA General Belgrano fue hundido por un submarino británico al sur de las islas Malvinas. La destrucción de la veterano navío -el antiguo USS Phoenix que participó de la Segunda Guerra Mundial- también echó a pique los últimos esfuerzos diplomáticos para evitar el conflicto. El fin del Belgrano, en fragmentos de “Fuimos hundidos, no derrotados”, entrevista al capitán Héctor Bonzo, publicada en la revista Gente, nº 1394 del 9 de mayo de 1992.






“-Fueron apenas 60 minutos de horror. Desde que el torpedo inglés abrió un rumbo de 25 metros en el crucero hasta que se perdió sin remedio. Hoy está a 3.000 metros bajo el mar, ¿No dice la leyenda que el capitán debe hundirse con su nave?
-Eso es en las películas. El comandante primero debe preservar el buque, porque esa es su misión. Después, velar por su tripulación y, por último, pensar en sí mismo.
-¿Y eso es lo que usted hizo?
-El barco estaba anegado, 'empopado', como decimos nosotros, con la popa debajo de la línea de flotación, con una inclinación de 45 grados. Traté de cortar la amarra de un pequeño bote que aún permanecía atado para que no lo arrastrara el buque. Bajo mis pies había sólo petróleo, basura y agua. Las otras cubiertas estaban tapadas por el mar. Yo era la última persona viva a bordo, e intenté llegar a la cocina para encontrar un cuchillo o algo así, para desamarrar ese bote. Estaba en eso cuando escuché la voz del suboficial Barrionuevo (quien todavía está en servicio): 'Comandante, debemos irnos', me gritó. '¡¿Qué hace aún en el buque?!', le respondí, Indignado, para obligarlo a que se marchara. 'Ya no hay nada que hacer, mi comandante', me replicó. Ahí me di cuenta de que había hecho todo por mis hombres. Tengo la conciencia tranquila sobre mi actuación.
-Es su opinión. ¿También la de los demás tripulantes?
-Sí, porque fui juzgado. Primero, por el testimonio de mis hombres en todas sus declaraciones. Después, por mis superiores y, ahora, por la historia. Me comporté como correspondía frente a mis muchachos.
-Habla de ellos como si fueran sus hijos...
-No es una actitud paternalista, pero, bueno, todos los hombres a bordo estaban bajo mi responsabilidad.
-¿En algún momento recibió asistencia terapéutica después de la guerra?
-Al salir del hospital, cada uno trató de cuidarse. Particularmente, me encomendé una misión: rescatar del olvido lo que hicimos. Ibamos a pelear, a matar o morir, pero lo que hicimos fue muy grande.
-No entiendo, ¿cuál fue su triunfo?
-El mayor. La entereza de mis hombres. Con ráfagas de viento de más de 120 kilómetros por hora, un mar embravecido, el frío que calaba hasta los huesos, el buque que se hundía y muy poco tiempo para abandonarlo. De los 1.093 tripulantes del General Belgrano, murieron 275 con la explosión del torpedo. La onda expansiva subió a todas las cubiertas, pero después el alma del buque pudo organizar un salvataje, en el que nadie se perdió. Todos mis hombres se comportaron con valentía, ayudando y ayudándose, sin importar el rango. No hubo flaquezas de ningún tipo.
-En su libro...
-(Interrumpe) No, no es mi libro. Es la minuciosa narración de lo sucedido contada por todos. ¿Cree usted que si hubiese una mentira, aunque sea una, podría presentarme ante mis hombres?
-¿Nunca lo insultaron en la calle; como un reproche por lo sucedido?
-No, pero puedo aceptarle que haya alguien que no comprenda lo que pasó o que no se haya recuperado. Sin embargo, le cuento que entrevisté más de 300 hombres para el libro y no recibí ninguna crítica.
-¿Ninguno le preguntó por qué el crucero salió a mar abierto sin defensa antisubmarina, siguiendo la orden de los almirantes?
Un soldado que cuestiona una orden no es un soldado.
-Pero esta era una orden suicida.
-No es tan así. En principio, el plan era custodiar el mar que está al Sur de Malvinas, en prevención de la entrada de un buque logístico inglés desde el Pacífico y de fragatas chilenas que andaban merodeando. Pero cuando se supo que la Armada británica completa enfilaba hacia las islas, se preparó una maniobra de pinzas. Nuestra tarea era esa: como uno de los extremos de esa pinza, cortar la huida de buques ingleses hacia el Sur.
-Capitán, si esos buques hubieran marchado hacia el Sur, tal vez habrían provocado un desastre peor.
-En la guerra, mi amigo, no son todas fáciles. Salimos a combatir con lo que teníamos. Una buena defensa de aire, una regular defensa de superficie y nula defensa antisubmarina. Vea, yo soy un soldado, no un pensador. Ejecuto órdenes.
-¿ Y ahora qué opina de esas órdenes? Paralelamente, se intentaban negociaciones que el hundimiento del Belgrano abortó en forma definitiva.
-Se dice, se dice, pero yo estaba en alta mar y toda nuestra flota en actitud de combate. Son mentiras que el portaaviones no salió.
-Se comentó que estaba 'guardado' por miedo al papelón.
-¡Por favor! Más papelón es un buque parado cuando el país combate en el mar contra una potencia marítima.
-Ustedes estaban prácticamente indefensos.
-No fuimos al Teatro de Operaciones para pasear. Fuimos a pelear.
-Y no pelearon.
-Sí que peleamos. Estábamos en posición de combate y perdimos.
-¿Sabe una cosa? Tengo la sensación de que en sus palabras y en su libro ha pecado de triunfalismo. No hay villanos ni tampoco cobardes.
-El enemigo nos torpedeó pero no nos venció moralmente. Fuimos hundidos, no derrotados. Nos salvamos todos, sin egoísmos. Sólo murieron los que fueron víctimas del torpedo. El resto triunfó, sobre las contingencias. Noche cerrada, con cinco o diez grados bajo cero en medio del mar, vientos huracanados, las balsas que eran zarandeadas por las olas, olor a muerte por doquier, y que en esas circunstancias no haya muerto ninguno de los casi 800 evacuados habla de la eficacia de la evacuación.”

El Belgrano vive (primera parte)


Documental británico El Hundimiento del Belgrano: Las 14 Horas


El Phoenix (luego ARA General Belgrano) en Pearl Harbour en diciembre de 1941.







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