A 40 AÑOS DE LA MUERTE DE GERMÁN ROZENMACHER
El 6 de agosto de 1971 falleció en Mar del Plata en un accidente doméstico el periodista y escritor Germán Rozenmacher. Como cuentista escribió textos como “Cabecita negra” y “Raíces”, mientras que en el rol de dramaturgo creó “El avión negro” junto a Ricardo Talesnik, Roberto Cossa y Carlos Somigliana. La historia de su obra "Réquiem para un viernes a la noche", en tramos de Rozenmacher hizo de su judaísmo un tema de debate, nota de Julio César Petrarca en la revista La Maga, nº 135 del 17 de agosto de 1994.
“Rozenmacher la escribió de manera visceral, en no más de veinte días (luego dedicaría un puñado de meses a pulir los textos) y en ella descargó buena parte de sus propios conflictos familiares y originados en su condición de judío. Hijo de un hombre vinculado con la liturgia hebrea, miembro de un hogar ortodoxo, sionista de origen, se debatía entre la aceptación de su historia preestablecida y una ruptura hacia la asimilación. Sholem Abramson, personaje central de Réquiem..., jefe de familia y padre de David, es un cantor de sinagoga, conservador y rígido en la defensa de costumbres ancestrales. Un artista, como lo es su hermano Max, aunque éste sea comediante y -por tanto- un marginal para las familias judías de la época. También lo es David (el propio Rozenmacher), empleado de sastrería, escritor y -colmo de los colmos- resuelto a consagrar en matrimonio su amor por María, una no judía, aunque ella lo lleve a abandonar el hogar paterno. La mirada que desliza Rozenmacher sobre su propia condición -y las de sus familiares- es tan tierna como descarnada.
El autor odiaba el teatro. Se negaba sistemáticamente a acompañar a quien sería su mujer (Amelia Chana Figueiredo, tan goi como María) a ver obras porque decía no entender sus códigos, en realidad, descreía del género como adecuado canal de expresión y optaba por la literatura -su pasión excluyente-, a la que había dado ya un volumen de cuentos editados en 1962: Cabecita negra.
Algo cambió en la manera de ver la escena cuando fue al debut de Agustín Alezzo, dirigido por Augusto Fernandes, en Soledad para cuatro, de Ricardo Halac. Rozenmacher habló largamente con Fernandes después del estreno, interminable sesión de café por medio, y quedó marcado por la asunción del realismo como medio expresivo que proponán el director, Halac y Roberto Cossa, los adalides de esa línea. Para entonces, Rozenmacher seguía una rutina de trabajo casi inimitable y que mantendría hasta su muerte: escribía desde las 4 o 5 de la madrugada hasta el medio día o más, cumplía con su turno en la revista Así hasta las ocho de la noche, cursaba Letras en la Universidad de Buenos Aires, iba al cine Lorraine día por medio, cenaba leyendo y dormía cuatro o cinco horas. Así, sin solución de continuidad.
Cuando decidió comprometerse en una nueva experiencia, la teatral, ocupó buena parte de sus noches en reuniones de trabajo con Halac, Cossa y el desaparecido periodista Roberto Jáuregui en un departamento de un ambiente que Halac habitaba frente al Hospital de Niños. La idea central: escribir varias obras cortas para ser representadas en el IFT.
Era un tiempo polémico, de debate intenso entre dos líneas claramente perfiladas: de un lado, los defensores del realismo influidos por Henry Miller y el grotesco argentino de la primera mitad del siglo; del otro, los vanguardistas, adalides del absurdo y futuros protagonistas de las experiencias del Instituto Di Tella. 'Como Boca-River -evoca en estos días con una sonrisa Tito Cossa-, como un católico entrando en una sinagoga.' Unos, los primeros, pensaban que el lenguaje de éstos no permitía encarar la realidad nacional de manera franca y directa; los vanguardistas, que las ideas de aquéllos llegaban a escena de manera fotográfica, sin vuelo, con una línea escénica conservadora.
Rozenmacher se embarcó en el realismo pero deploraba tal enfrentamiento: '¿Quién hará la síntesis? ¿Quién será el gran equilibrista?', preguntaba y se preguntaba, según memora Halac. Él mismo hacía equilibrio.
En octubre de 1963, Réquiem... estaba concluida. Rozenmacher la leyó de un tirón ante sus compañeros y el impacto fue grande: acostumbraban leer los textos de cada uno y discutirlos, pero hubo un silencio ominoso y nadie pudo hacer más que callar, tan fuertes eran las imágenes que Rozenmacher acababa de exponer.
(…)
Tras algunos vaivenes, fue elegido para dirigir Yirair Mossian, también periodista, quien trabajaba ya sobre Nuestro fin de semana, que Cossa estrenaría también en 1964 en el Ateneo de la Juventud, una sala católica de Riobamba y Cangallo (hoy Perón) y Sarmiento.
El 7 de mayo de 1964, Germán Rozenmacher se casó con Amalia Figueiredo y se fueron de luna de miel. El 21 de mayo, Réquiem para un viernes a la noche llegaba a su estreno. José María Gutiérrez (Sholem), Ignacio Finder (Max), Héctor Saleme (David) y Marta Gam (Leie) eran los intérpretes. Cuando la obra concluyó, la ovación fue aplastante, y también algunos gritos en contra. El autor se quedó paralizado ante tanta conmoción. No entendía por qué tanto. 'Como judía no puedo aceptarlo', le espetó Cipe Lincovsky en el hall del teatro. Rozenmacher quiso polemizar con ese tono tan fuerte, despojado de diplomacia, que le era característico, pero optó por ir a comer con el elenco y un grupo de amigos.
Durante cuatro meses, el escritor obsesivo y metódico no volvió a tocar la máquina de escribir más que por su obligación como empleado periodístico. Cuando retomó la creación, volvió a la narrativa y dejó el teatro para mejor ocasión. Pero esa es otra historia.”
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