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Espectáculos

HACE 30 AÑOS FRANK SINATRA CANTABA EN LA ARGENTINA
El 2 de agosto de 1981 Frank Sinatra comenzaba una serie de actuaciones en la ciudad de Buenos Aires. En la única ocasión que el gran cantante estadounidense se presentó en la Argentina, fue contratado por Palito Ortega, que debió soportar una imprevista devaluación del peso. Su visita, en fragmentos de ¿Fue negocio Sinatra?, nota de Luis Pazos en la revista Somos, nº 256 del 14 de agosto de 1981.






   “Con 65 años a cuestas, su evidente magia y algunos caprichos, Frank Sinatra llegó al país. Llegó para cantar, por supuesto. Pero también para embolsar 1.650.000 dólares que Chango Producciones, la empresa que lo trajo, le pagó por adelantado. El hombre capaz de esa hazaña económica es Ramón Bautista Ortega, el mismo que filmó Dos locos del aire y compuso La felicidad, y que acaba de entrar al mundo de los tycoons del show-business internacional. Un triunfador que en los últimos nueve días tuvo un principio de cólico renal, se estrelló con el auto, perdió tal vez 800.000 dólares y al ser entrevistado por Somos lo primero que dijo fue: 'Quiero dormir. Lo único que quiero es dormir'. ¿Es Sinatra un personaje tan insoportable? No. Entre Ortega y Sinatra no hubo enfrentamientos. El problema de ese empresario que se atrevió a apostar fuerte no son los devaneos de un divo de la canción, sino algo mucho más dificil, complejo e inmanejable: Argentina.

No problem

   Como toda star, Sinatra tiene sus exigencias. No hubo más remedio que conseguirle su bourbon preferido, afinar un piano que ya había sido afinado 24 horas antes o encontrar, donde fuera, sus pañuelos de papel. Pero además se hicieron otras cosas mucho más complejas, y acaso no tan imprescindibles. Para empezar, se dio vuelta al Sheraton de arriba a abajo. Se destinó un ascensor para su uso personal, el chef Oscar Olivera abandonó su trabajo para servirlo en exclusividad; y le regalaron -entre otras cosas- batas y toallas con sus iniciales para él y su mujer y la estatuilla de un árbol en oro, plata y ónix. Se instaló un equipo de sonido especial y (en un país donde los teléfonos nunca andan demasiado bien), un servicio internacional de telediscado para que hablara a los Estados Unidos (o adonde fuere) con sus amigos o con el presidente Ronald Reagan, del que es amigo desde hace años.
   Como el gobierno argentino le otorgó rango de jefe de Estado visitante, la Policía Federal destacó cerca de 300 hombres para que velaran por su seguridad y la de su comitiva en turnos rotativos de 8 horas (52 personas instaladas en el piso 23, un total de 40 habitaciones). Aunque nunca recibió oficialmente el rótulo para los guardias, cuidar a Sinatra fue un trabajo bautizado como Operativo Candado.
(…)

Luna Park

   El mismo carisma y la mitad de su voz. Esto le bastó para que el público lo ovacionara y muchos fueran a todas las funciones. Frank no sólo cantó. Lloró de emoción, tomó un vaso de vino, besó a los chicos, sudó a mares, habló en español, a su guitarrista Tony Motola lo saludó con españolísimo Olé. Las chicas le gritaron I love you, y no faltó el obvio vozarrón: No te mueras nunca, Frank. Espectáculo aparte fue la primera fila: no es común ver a figuras del show-business local dando saltos y vociferando. Para Tito Lectoure no hay lugar a dudas. En su charla con Somos dijo que 'Sinatra no pidió nada en especial para su actuación. Supongo que le preocupaba la acústica, pero eso estuvo a cargo de su experto en sonido. De todas maneras le preparamos un camarín especial tapizado con moquette, un piano, cuadros y tres sillones. Nos costó 4 mil millones viejos, pero no había más remedio. Los nuestros son vestuarios para boxeadores. Lo usó, en cada función, apenas cinco minutos. No tengo autoridad para juzgar a Sinatra, pero sí al público del Luna. Nunca vi nada igual'.
   Tiene razón Lectoure. Este público argentino tan especial (capaz de quedarse pintado ante Rostropovich en la cumbre de su carrera y delirar frente a Sinatra en su decadencia) dejó en las arcas del Luna Park 450 mil dólares la primera noche y 480 mil la segunda. Las entradas costaron 80 mil pesos la popular, 400 mil las plateas altas, 850 mil las bajas y un millón las preferenciales. El estadio tiene capacidad para 20.000 personas. Fueron, cada vez, alrededor de 19.700. Todo okey. Y, sin embargo, fue inocultable el clima de nostalgia, la sensación de ya visto. Hay en la orquesta de Sinatra demasiadas cabezas blancas, los arreglos de Don Costa tienen veinte años o más, y escuchar cualquier disco de Sinatra quince minutos después de su recital puede llegar a ser una experiencia deprimente. La que se escuchó en el Luna Park no es exactamente La Voz. De todas maneras, los críticos locales no ahorraron loas. La excepción, Eduardo Baldasarre, de La Prensa: 'Lamentablemente -escribió- el tiempo que inexorablemente transcurre para todos sin excepciones, y sin contemplaciones para nadie, ha dejado su huella deteriorante e irreversible en La Voz'. Al hombre, en cambio, se lo vio seguro, ágil, muy tostado, irresistiblemente simpático y tan seductor como hace veinte años. La mejor respuesta a lo que significó la visita de Sinatra no la dieron los medios ni los críticos musicales. La dio el propio público a la salida. Cuando un periodista al frente de las cámaras de Canal 13 le preguntaba a quemarropa al público qué le había parecido Sinatra, la respuesta era unánime: '¡Bárbaro! Hace veinte años que quería verlo...'”.


Una de las actuaciones de Sinatra en Buenos Aires







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