29.7.11

Politica internacional

A 30 AÑOS DE LA MUERTE DEL GENERAL TORRIJOS
El 31 de julio de 1981 falleció el general Omar Torrijos Herrera cuando su avión explotó de manera inexplicable en el aire. Conocido como el “Hombre fuerte de Panamá”, encabezó en 1968 un alzamiento que derrocó al presidente Arnulfo Arias Madrid y gobernó el país hasta 1978. Semblanza del militar y político, en la nota “Recordando a Omar Torrijos”, de Gabriel García Márquez, publicada en Clarín el 16 de agosto 1981.



"...Ya sabemos que cada palabra de alguien, cada gesto anterior y aun sus actos más naturales, cobran una significación espectral después de su muerte. Tal vez por eso tengo la impresión de que nunca como en esta última vez había hablado tanto de la muerte con el general Torrijos, y sobre todo de lo que siempre nos amenaza durante el vuelo. Conocía muy bien mi miedo a volar, y siempre lo tomaba en cuenta con un gran respeto. Cuando yo estaba a bordo impartía a los pilotos instrucciones suplementarias para que eludieran los cielos tormentosos, y ordenaba que me subieran una cantimplora de whisky. ´No hay nada mejor para volar´, decía. ´Si a los aviones les echaran whisky en los tanques en vez de gasolina, nunca más se volverían a caer´.
La misma noche en que llegué hace dos semanas a Panamá, fuimos en helicóptero a la isla Contadora. El cielo estaba sembrado de estrellas marinas, y el aire era fragante y diáfano sobre el Pacífico. Torrijos me miró de pronto con sus ojos clarividentes, y me encontró impasible con el vaso de whisky en la mano. Entonces se volvió hacia su esposa Raquel, con quien yo nunca había volado, y le dijo: ´La única persona con quien Gabriel vuela tranquilo es conmigo´. Dos días después se lo repitió al antiguo presidente de Venezuela, nuestro amigo Carlos Andrés Pérez, cuando regresabamos en avión a la ciudad de Panamá. Solo que entonces añadió una frase más: ´Gabriel sabe que conmigo no puede pasarle nada´. El avión en que volábamos entonces, para un trayecto de 20 minutos era el bimotor Twin Otter de la Fuerza Aérea Panameña, en que Torrijos había de morir el viernes siguiente, en circunstancias que no me parecen del todo accidentales.
(...)
Siempre tuve la impresión de que Torrijos corría muchos más riesgos de los que podía permitirse un hombre acechado por tantas amenazas. Aceptaba a duras penas las normas de seguridad, tal vez porque era el ser humano más desconfiado que se podía concebir, y en última instancia no confiaba en nadie, ni en nada más que en sus intuiciones misteriosas y certeras. Era su única orientación en las tinieblas del azar. No creo que exista nadie capaz de decir a ciencia cierta qué era lo que pensaba en realidad, ni cuál era el secreto de sus sueños ni el sentido último de sus presagios.
Su única debilidad era el corazón y había conseguido amaestrarlo. ´El que se aflige, se afloja´, decía.
Los aviones en que volaba casi todo los días desde hacía muchos años, eran buenos y muy bien mantenidos y sus pilotos rigurosos eran los únicos que tomaban las decisiones del vuelo. Sin embargo, tal vez Torrijos no se daba cuenta de que aquella servidumbre a su intuición sobrenatural, que tal vez le salvó la vida muchas veces, terminó a la larga por ser su flanco más vulnerable, pues al final le daba tantas oportunidades a la fatalidad como a sus enemigos. Cualquiera de los dos pudo causarle la muerte.
Pero es imposible no relacionar esta catástrofe con otras similares ocurridas en poco más de un año. En junio de 1980, el avión en que volaba el vicepresidente electo de Bolivia, Jaime Paz Zamora, se precipitó a tierra envuelto en llamas. Se presentó entonces, aunque nunca pudiera comprobarse, que le habían echado azúcar en el tanque de la gasolina. Después fue la tragedia del presidente del Ecuador, Jaime Roldós, más tarde la del jefe del Estado Mayor de Perú, general Luis Hoyos Rubio, y ahora la del general Omar Torrijos, el hombre providencial e irreemplazable de Panamá. Cuatro personalidades progresistas, cuya desaparición solo podía favorecer a las tendencias más tenebrosas de las Americas. No es fácil creer que tantos desastres sucesivos sean casuales, porque no es tan selectivo el índice de la muerte y hasta las mismas casualidades tienen sus leyes inexorables.
En todo caso, no era ésta la clase de final que Torrijos esperaba, ni la que deseaba y merecía. Siempre tuve la impresión de que se había reservado el privilegio de escoger el modo y la ocasión de su muerte, y que la tenía reservada como la carta última y decisiva de su destino histórico. Era una vocación de mártir que tal vez fuera el aspecto más negativo de su personalidad, pero también el más espléndido y conmovedor. El desastre, accidental o provocado, le frustró ese designio. Pero la muchedumbre dolorida que asistió a sus funerales iba sin duda movida por la sabiduría secreta de que aquella muerte impertinente y sin grandeza es una de las formas más dignas del martirio. Yo no estaba allí, por supuesto. Nunca he tenido corazón para enterrar a los amigos"
.

.



Leer más

0 comentarios: