28.3.11

Política internacional

A 30 AÑOS DEL ATENTADO AL PRESIDENTE REAGAN
El 30 de marzo de 1981 el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, sufrió un ataque donde fue herido de gravedad. Actor de Hollywood antes de dedicarse a la política en el Partido Demócrata y luego en el Republicano, fue gobernador de California antes de llegar a la presidencia en 1980. Crónica del atentado, en tramos de La bala que pudo cambiar la historia, nota de Alberto Oliva en la revista Somos, nº 237 del 3 de abril de 1981.




   “'Cuando se oyeron cuatro o cinco estampidos la muchedumbre retrocedió atemorizada. Hubo gritos y los policías sacaron sus pistolas y ametralladoras. Me puse en cuclillas, pero clavé la mirada en el presidente: sus ojos reflejaban temor y perplejidad. Los disparos, en rápida sucesión, provenían de no más de tres o cuatro metros de donde estaba Ronald Reagan. En un instante reinó la confusión. Tres cuerpos sangrantes tirados en la calle y la superposición de inaudibles voces de mando enmarcaban a un remolino de policías que había sujetado a ese hombrecito rubio de pantalores oscuros a quien todos habíamos visto, atónitos, cómo disparaba contra el grupo presidencial'. El relato de Dean Reynolds, uno de los testigos apostados en la puerta del Washington Hilton cuando John Warnock Hinckley intentó asesinar al presidente de los Estados Unidos, resume los segundos de estupor vividos por el centenar de periodistas y curiosos que había asistido al casi intrascendente acto que la agenda oficial marcaba para el lunes 30 de marzo a las dos y media de la tarde.
   En el momento en que Hinckley aprebata el gatillo de su pequeña pistola 22 quizá sin proponérselo, también ponía el dedo en la llaga: el sistema de seguridad con que la democracia noreamericana protege a su presidente quedaba otra vez cuestionado. La dolorosa experiencia del 22 de noviembre de 1963, cuando un francotirador asesinó en Dallas a John Fitzgerald Kennedy, no sirvió para nada. El lunes, un hombre con antecedentes peligrosos pudo romper todos los cordones de seguridad, sin despertar sospechas, y descargar su arma contra el presidente sin que la guardia pudiera impedirlo. Cuando acabó la confusión, todo el mundo vio, asombrado, cómo una de las pequeñas balas había atravesado el vidrio trasero del auto presidencial: se supo entonces que el hombre que dirige los destinos de la mayor potencia del mundo viaja en un auto sin blindaje.
   'Habrá que investigar para saber donde estuvo la falla, aunque en principio podemos decir que el diagrama de seguridad funcionó', dijo a Somos en Washington el jefe del servicio secreto de la Casa Blanca, Stuart Knight.
(…)
   Somos: -Ustedes dijeron primero que el presidente no había sido herido. Luego dijeron que se había golpeado la cabeza al entrar -empujado por agentes de seguridad- a su auto. Por último, se supo que había sido herido. ¿La confusión fue deliberada? ¿Ustedes conocían la información desde un principio? ¿Por qué la ocultaron?
   Knight: -Todo fue deliberado. Desde el asesinato de John Kennedy existe el temor a una conspiración. Antes de dar información queríamos asegurarnos de que el vicepresidente George Bush estuviera intacto y en un lugar seguro. Es decir: queríamos estar seguros de que no hubo dos atentados simultáneos para provocar la acefalía. Por eso recién se dijo la verdad cuarenta minutos después, cuando todas las averiguaciones estaban hechas.
   S: -¿A qué conclusión llegaron?
   K: -Este es un ataque aislado de un típico chico loco o casi loco de los muchos que andan por allí. Trabajó solo. Compró el arma solo. Es un solitario y además muy afeminado cuando se lo interroga con rigor.
No quedan dudas. Hinckley actuó solo y sin móvil político. Su familia es republicana -su padre, presidente de la empresa petrolera Vanderbilt, contribuyó con mucho dinero en la última campaña electoral, y su hermano Scott mantiene una sólida relación con Neil Bush, hijo del vicepresidente- y en varias cartas a Jody Foster (una actriz de reparto de Hollywood) le dijo que estaba dispuesto a hacer algo grande (sic) para demostrarle su amor.
(…)
   Hinckley -un loco, un solitario, un personaje ávido de publicidad- puso en marcha un proceso inesperado. Desde el lunes 30 quedaron cuestionados muchos aspectos de la democracia norteamericana. En primer lugar, que los mecanismos de seguridad no funcionan: locos hay en todas partes, pero en las capitales de los grandes países industrializados: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Tokio- nunca se atentó contra la vida de un presidente, y menos con la facilidad con que lo hizo Hinckley. Segundo, que en un país donde más de 10 mil personas mueren todos los años en tiroteos es necesaria una ley de control de armas. Al margen (pero tan importante como lo anterior), desnudó un problema que se daba por superado. Quizá antes de lo pensado (o de que conviniera hacerlo) Reagan deberá modificar su staff.”


Imágenes del ataque







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