CAVALLO NUEVO MINISTRO DE ECONOMÍA
El 28 de enero de 1991 Domingo Cavallo fue designado ministro de Economía de Carlos Menem para reemplazar a Antonio Erman González. Figura central de los cambios políticos y sociales de la década del '90, su nombre quedó ligado a dos palabras: convertibilidad y corralito. Semblanza del flamante ministro, en tramos de El primer trabajador, nota de Daniel Capalbo en la revista Noticias, nº 742 del 17 de marzo de 1991.
“Está claro que para este ministro el tiempo es un bien escaso, una medida arbitraria que encaja más bien en cierta definición de manual. 'El tiempo -acepta cualquier diccionario- es la duración de las cosas sujetas a mudanza'. Domingo Felipe Cavallo (44 años), mudó en apenas un par de meses de gestión el viejo hábito de correr detrás de los hechos consumados -ésos que es imponen en la economía argentina con increíble facilidad-, y convirtió al Palacio de Hacienda en un bunker desde el cual no alcanza el día para lanzar medidas. Y desterró a fuerza de un verdadero trabajo intensivo el viejo recurso menemista de llegar -y seducir- al Presidente por la vía franca de la raqueta y los courts.
Los colaboradores del ministro hacen esta disgresión: 'No es hiperactivo, más bien es hipertrabajador', y se resignan a asumir la tarea con el vértigo que genera el ex canciller.
Siempre racional, lógico, aséptico, pulcro, sin arrugas la tromba (como lo llaman sus asesores), comienza el día a las 6.30 y lo clausura siempre de madrugada. Nunca se retira de Economía antes de las diez de la noche, acepta más de 30 audiencias diarias, sólo toma dos a cuatro cafés al día -con edulcorante, porque además cuida la silueta- y come frugalmente. Cavallo se ha consagrado frente a propios y extraños como el hombre del movimiento continuo. 'Es una máquina de producir hechos -asegura Adrián Gómez, su vocero desde los tiempos de la Cancillería-. Él llega, reúne al equipo, le encarga tareas; él tira las ideas para que su gente las desarrolle y al final del día pide cuentas. No olvida nada, registra absolutamente todo. La verdad, no sé cómo hace.'
A diferencia de muchos de sus antecesores, Cavallo ha resuelto comunicarse con la gente por la vía de los intermediarios naturales, los periodistas. Y con el poder político por la vía real (vale decir, por quien lo represente: la tríada celeste y los sindicatos de trabajadores y de empresarios).
(…)
'Es una tromba -redunda ahora uno de sus colaboradores más cercanos-. Si hasta es capaz de llamarte a la una o dos de la mañana sin importarle si dormís o no, para pedirte un datito, para redondear una idea, para encargarte un trabajo. Cuando el teléfono suena de madrugada, seguro que es él'. Cavallo ha tomado la misión que le encomendó el Presidente como una cruzada. Ajeno a las expansiones, más por serio que por malhumorado, cuando su equipo mediterráneo pregunta cómo están las cosas, Cavallo, el estudioso, el mejor de la clase, el joven sobresaliente, esboza algo que se parece a una sonrisa y dice, muy seguro: 'Bien, no hay de qué preocuparse'.
(…)
Desde que asumió a la fecha, la 'búsqueda de reglas claras' -dicen- campeó por los puntos sobresalientes de la gestión: 'Las sesenta circulares que emitió en 58 días cuando estuvo al frente del Banco Central -murmuran sus exégetas de la Fundación Mediterránea- son comparables con los esfuerzos para desenmarañar la economía, como define el ministro'.
Cavallo opina que el sistema económico argentino es como una 'gran telaraña' y comenzó a quitar maleza de aquí y de allá:
Hizo la reforma impositiva, al comienzo mismo de su gestión, que el Parlamento le aprobó con la celeridad de un rayo; recaudó y niveló el déficit de Tesorería.
Anuló el peaje ideado por el ex ministro José Dromi.
Cerró los ferrocarriles en huelga y anunció que con el lock out rural seguiría idéntico criterio en el tratamiento de la medida de fuerza.
Gestó un sistema de premios y castigos para los empresarios que se avinieran a contener los precios.
En lo político, impulsó el acuerdo con el radicalismo y con el sindicalismo no menemista.
Presentó otro programa al FMI para negociar un stand-by.
Vendió reservas, las recompró, reflotó una 'tablita' cambiaria que colocó al dólar en la previsibilidad.
Preparó una lista de grandes contribuyentes (que contribuyen efectivamente).
Concibió la reforma arancelaria que permitirá abrir la economía poniéndose en contra, paradójicamente, a los industriales que desde hace más de 40 años vienen reclamándola.
Cada mañana, cuando ojea velozmente los diarios del día, o cuando resuelve desayunar en la confitería Ser, frente a su piso de Libertador y Ocampo, los custodios se repiten la pregunta: 'Si a este hombre le sale bien, es el futuro presidente'.”
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