6.9.10

Política nacional

HACE 40 AÑOS MATABAN A ABAL MEDINA Y RAMUS
El lunes 7 de septiembre de 1970 Fernando Luis Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus -fundadores de la organización peronista Montoneros- murieron en un tiroteo con la policía en la localidad de William Morris, en el oeste del conurbano bonaerense. La cobertura del enfrentamiento, en fragmentos de Abal Medina y Ramus: el final de los violentos, artículo publicado en la revista Panorama, nº177 del 15 de septiembre de 1970.




   "Una semana atrás -al alba del martes 8- el rumor de la muerte de Fernando Luis Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus sacudió -como una bomba antimateria- a todo el país. La gente tenía razones para no creer lo que escuchaba: es que como espectros de Mandinga, las estampas de cada uno de los montoneros a quienes se atribuye el crimen de Pedro Eugenio Aramburu aparecían, con sincrónica puntualidad, en Mendoza, Salta, Corrientes y Río Negro, el caleidoscopio de los imaginativos. Pero aquella mañana del martes fue favorable para los crédulos: en la mesa del mármol del Instituto de Cirugía de Haedo yacían los cadáveres ensangrentados de Abal Medina y Ramus.
   El desenlace se había precipitado a las ocho y media de la noche del penúltimo lunes en la pizzería La Rueda, un discreto refugio para tuercas y enamorados del barrio de William Morris, en el arrabal de Hurlingham. Según parece, unos veinte minutos antes sonó el teléfono en la comisaría cuarta de Morón: la voz de un desconocido denunciaba que en la cantina José Sabattini, situada en una de las esquinas de Potosí y Moctezuma, se encontraban cinco o seis sospechosos, presuntos comandos que se proponían copar el bunker policial de Hurlingham o la planta transmisora de Radio Belgrano, situada a un kilómetro y medio. El denunciante fue más explícito: los montoneros habían llegado en dos automóviles -un Fiat 1500 de color blanco y un Peugeot 404, borravino-, que estacionaron sobre la calle Potosí, frente a La Rueda, a una distancia de 30 metros uno del otro.
   El soplo pareció veraz, de manera que los cabos primeros Roque Hernández y Mario Luis Bravo, el cabo Rodolfo Carusso y el vigilante Clemente Ríos cargaron las metralletas y las pistolas para dar la batalla. No fue en vano: cuando arribaron a la pizzería en el patrullero Ford, advirtieron que los coches de los terroristas estaban estacionados sobre Potosí, con las luces apagadas. No bien el auto policial se detuvo frente a la fonda, el cabo primero Hernández bajó, caminó unos pasos y se paró en la puerta del local: José Sabattini, el patrón de La Rueda, estaba detrás del mostrador, ensimismado, sin advertir la presencia. Pero justamente cuando Bravo y Carusso se dirigían hacia el Fiat sospechoso, Hernández llamó a Sabattini desde la puerta: 'Dígame, ¿usted avisó a la comisaría sobre gente rara?'. Sabattini no entendía nada: 'Mire, yo no llamé; aquí no hay teléfono'.
   El diálogo en voz baja duró unos segundos. Hernández, cubiertas sus espaldas por el vigilante Ríos, preguntó si en la pizzería había algún desconocido; Sabattini respondió que en una mesa había tres jóvenes que hacía 20 minutos habían pedido otros tantos cafés, y de allí en adelante estalló la refriega. Al tiempo que Hernández se encaminaba sin miedo a la mesa que ocupaban los tres desconocidos y Sabattini se parapetaba detrás del estaño, retumbaron tres tiros de 45: el cabo Carusso había descubierto algo extraño en el Peugeot. Al oír los balazos, cuando Hernández estaba a cinco pasos de los sospechosos, éstos se incorporaron como impulsados por una catapulta, sacaron sus armas y, desplegándose en abanico, abrieron fuego sobre el suboficial. Hernández fue acribillado por catorce plomos y cayó sin poder apretar el gatillo. Pero Ríos, desde la puerta, vació el cargador de su pistola contra los montoneros; uno de ellos recibió dos balazos pero alcanzó a huir; otro se zambulló contra la vidriera y se perdió en la noche, mientras el restante -cuando la batalla recrudecía en la calle- aprovechó la confusión para escurrirse entre las balas.
   BONNIE AND CLYDE. Pero si Hernández caminaba sobre el filo de la muerte, Bravo, Carusso y Ríos la enfrentaban con suerte pareja. Claro que las balas que dispararon fuero más certeras que las de sus adversarios: ya Abal Medina agonizaba cuando le dieron dos tiros de gracia en el pecho y en la cabeza, a la vera de la carnicería de El Tano Santelli; Ramus, a quien le había reventado una granada casera cuando intentaba arrojarla contra los vigilantes, yacía inerte, bañado en su sangre, casi debajo del Peugeot. Cuando la escaramuza concluyó, todavía no habían dado las nueve: el saldo era funesto: dos muertos, cuatro heridos con escasas esperanzas de sobrevivir, dos presuntos contusos de bala y siete u ocho guerrilleros prófugos, quizás entre ellos Mario Eduardo Firmenich y Norma Esther Arrostito, a quienes en un primer momento se creyó en poder de la policía. La realidad, difícil de establecer hasta el jueves último, reveló que un solo guerrillero había sido apresado: el estudiante cordobés Luis Enrique Rodeiro, de 27 años, que días antes había llegado a Buenos Aires para entrenarse en la célula que comandaba Abal Medina.
   Cuando amaneció el martes 8, centenares de policías federales y bonaerenses, con apoyo de helicópteros, batieron amplias áreas de la Capital y su alrededores; todo resultó espectacular pero infructuoso, y a partir de entonces, como si quisieran demostrar que son invulnerables, los montoneros abrieron otro frente de combate: el de los comunicados. El primero de ellos, el número seis -tal vez apócrifo- sostenía 'que el cuerpo encontrado en Timote ‘no pertenece’ a Pedro Eugenio Aramburu, y que esa evidencia se demostrará 'en su momento', esto es cuando aparezcan los restos de Eva Perón. El miércoles 9, en la iglesia San Jorge, de Córdoba y Canning, apareció otro bando subversivo: llevaba fecha del día anterior y, tras puntualizar los detalles de la refriega de Hurlingham -divergentes de los que facilitaron la policía y los testigos-, reconocía la captura de Rodeiro, las muertes de Abal Medina y Ramus en cumplimiento de la consigna de resistir 'hasta la muerte', y la fuga de los dos restantes miembros del comando. Esto es que, según los guerrilleros, en William Morris operaron sólo cinco hombres y no ocho, una versión encaminada a despistar a los que creyeron ver allí a Norma Esther Arrostito.
   Por fin, el jueves pasado, en el buzón de la finca de la calle México 3038, que habita la familia Rómbola, se halló el parte número dos del Comando Montonero Maza; revelaba que poseía el portafolio del líder asesinado José Alonso y, para demostrarlo, puntualizaban los elementos que contuvo. El detalle no facilitaba una sola duda; la célula asesina del ex secretario de la FONIVA tenía en su poder el maletín; lo reconoció la viuda, María Luisa Pinela.
(...)
   Los tremendistas creen que, en un futuro no muy lejano, el país mostrará al mundo un epitafio lóbrego: 'Aquí yace media Argentina, la mató la otra mitad...' Puede resultar exagerado, pero si los temperantes ceden ante el terror montonero la violencia se derramará sobre el país. En la mañana del viernes pasado, cuando los cortejos funerarios de Abal Medina y Ramus partían hacia la Chacarita, desde las parroquias de Monserrat y Francisco Solano, misas postreras que congregaron a sus amigos combatientes, laicos y religiosos, un huracán de venganza soplaba sobre los ataúdes de madera clara, el de Abal Medina envuelto en una bandera argentina que la policía ordeno guardar cuando el cortejo recorrió algunas cuadras. Se advirtieron presencias reveladoras y arengas decorosas, pero hasta el testimonio de Juan Perón -una corona-, tornó a demostrar que en el país se agitan rencores agudos, la respuesta tácita que pulveriza todo programa dialoguista.
   Otros fragores lejanos demostraban que las primavera puede presentarse tempestuosa: desde el lunes y hasta el viernes, los estudiantes cordobeses y bahienses se lanzaron a la violencia callejera. Bahía Blanca conoció por primera vez el resplandor de las hogueras, el aire se pobló de gases: Córdoba memoró a Pampillón con los estudiantes en tren de guerrilla callejera. La suerte de la Argentina se juega entre el diálogo y la violencia.
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1 comentarios:

Anónimo dijo...

HACE 40 AÑOS MATABAN A ABAL MEDINA Y RAMUS
El lunes 7 de septiembre de 1970 Fernando Luis Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus -fundadores de la organización peronista Montoneros- murieron en un tiroteo con la policía en la localidad de William Morris, en el oeste del conurbano bonaerense. La cobertura del enfrentamiento, en fragmentos de Abal Medina y Ramus: el final de los violentos, artículo publicado en la revista Panorama, nº177 del 15 de septiembre de 1970.




   "Una semana atrás -al alba del martes 8- el rumor de la muerte de Fernando Luis Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus sacudió -como una bomba antimateria- a todo el país. La gente tenía razones para no creer lo que escuchaba: es que como espectros de Mandinga, las estampas de cada uno de los montoneros a quienes se atribuye el crimen de Pedro Eugenio Aramburu aparecían, con sincrónica puntualidad, en Mendoza, Salta, Corrientes y Río Negro, el caleidoscopio de los imaginativos. Pero aquella mañana del martes fue favorable para los crédulos: en la mesa del mármol del Instituto de Cirugía de Haedo yacían los cadáveres ensangrentados de Abal Medina y Ramus.
   El desenlace se había precipitado a las ocho y media de la noche del penúltimo lunes en la pizzería La Rueda, un discreto refugio para tuercas y enamorados del barrio de William Morris, en el arrabal de Hurlingham. Según parece, unos veinte minutos antes sonó el teléfono en la comisaría cuarta de Morón: la voz de un desconocido denunciaba que en la cantina José Sabattini, situada en una de las esquinas de Potosí y Moctezuma, se encontraban cinco o seis sospechosos, presuntos comandos que se proponían copar el bunker policial de Hurlingham o la planta transmisora de Radio Belgrano, situada a un kilómetro y medio. El denunciante fue más explícito: los montoneros habían llegado en dos automóviles -un Fiat 1500 de color blanco y un Peugeot 404, borravino-, que estacionaron sobre la calle Potosí, frente a La Rueda, a una distancia de 30 metros uno del otro.
   El soplo pareció veraz, de manera que los cabos primeros Roque Hernández y Mario Luis Bravo, el cabo Rodolfo Carusso y el vigilante Clemente Ríos cargaron las metralletas y las pistolas para dar la batalla. No fue en vano: cuando arribaron a la pizzería en el patrullero Ford, advirtieron que los coches de los terroristas estaban estacionados sobre Potosí, con las luces apagadas. No bien el auto policial se detuvo frente a la fonda, el cabo primero Hernández bajó, caminó unos pasos y se paró en la puerta del local: José Sabattini, el patrón de La Rueda, estaba detrás del mostrador, ensimismado, sin advertir la presencia. Pero justamente cuando Bravo y Carusso se dirigían hacia el Fiat sospechoso, Hernández llamó a Sabattini desde la puerta: 'Dígame, ¿usted avisó a la comisaría sobre gente rara?'. Sabattini no entendía nada: 'Mire, yo no llamé; aquí no hay teléfono'.
   El diálogo en voz baja duró unos segundos. Hernández, cubiertas sus espaldas por el vigilante Ríos, preguntó si en la pizzería había algún desconocido; Sabattini respondió que en una mesa había tres jóvenes que hacía 20 minutos habían pedido otros tantos cafés, y de allí en adelante estalló la refriega. Al tiempo que Hernández se encaminaba sin miedo a la mesa que ocupaban los tres desconocidos y Sabattini se parapetaba detrás del estaño, retumbaron tres tiros de 45: el cabo Carusso había descubierto algo extraño en el Peugeot. Al oír los balazos, cuando Hernández estaba a cinco pasos de los sospechosos, éstos se incorporaron como impulsados por una catapulta, sacaron sus armas y, desplegándose en abanico, abrieron fuego sobre el suboficial. Hernández fue acribillado por catorce plomos y cayó sin poder apretar el gatillo. Pero Ríos, desde la puerta, vació el cargador de su pistola contra los montoneros; uno de ellos recibió dos balazos pero alcanzó a huir; otro se zambulló contra la vidriera y se perdió en la noche, mientras el restante -cuando la batalla recrudecía en la calle- aprovechó la confusión para escurrirse entre las balas.
   BONNIE AND CLYDE. Pero si Hernández caminaba sobre el filo de la muerte, Bravo, Carusso y Ríos la enfrentaban con suerte pareja. Claro que las balas que dispararon fuero más certeras que las de sus adversarios: ya Abal Medina agonizaba cuando le dieron dos tiros de gracia en el pecho y en la cabeza, a la vera de la carnicería de El Tano Santelli; Ramus, a quien le había reventado una granada casera cuando intentaba arrojarla contra los vigilantes, yacía inerte, bañado en su sangre, casi debajo del Peugeot. Cuando la escaramuza concluyó, todavía no habían dado las nueve: el saldo era funesto: dos muertos, cuatro heridos con escasas esperanzas de sobrevivir, dos presuntos contusos de bala y siete u ocho guerrilleros prófugos, quizás entre ellos Mario Eduardo Firmenich y Norma Esther Arrostito, a quienes en un primer momento se creyó en poder de la policía. La realidad, difícil de establecer hasta el jueves último, reveló que un solo guerrillero había sido apresado: el estudiante cordobés Luis Enrique Rodeiro, de 27 años, que días antes había llegado a Buenos Aires para entrenarse en la célula que comandaba Abal Medina.
   Cuando amaneció el martes 8, centenares de policías federales y bonaerenses, con apoyo de helicópteros, batieron amplias áreas de la Capital y su alrededores; todo resultó espectacular pero infructuoso, y a partir de entonces, como si quisieran demostrar que son invulnerables, los montoneros abrieron otro frente de combate: el de los comunicados. El primero de ellos, el número seis -tal vez apócrifo- sostenía 'que el cuerpo encontrado en Timote ‘no pertenece’ a Pedro Eugenio Aramburu, y que esa evidencia se demostrará 'en su momento', esto es cuando aparezcan los restos de Eva Perón. El miércoles 9, en la iglesia San Jorge, de Córdoba y Canning, apareció otro bando subversivo: llevaba fecha del día anterior y, tras puntualizar los detalles de la refriega de Hurlingham -divergentes de los que facilitaron la policía y los testigos-, reconocía la captura de Rodeiro, las muertes de Abal Medina y Ramus en cumplimiento de la consigna de resistir 'hasta la muerte', y la fuga de los dos restantes miembros del comando. Esto es que, según los guerrilleros, en William Morris operaron sólo cinco hombres y no ocho, una versión encaminada a despistar a los que creyeron ver allí a Norma Esther Arrostito.
   Por fin, el jueves pasado, en el buzón de la finca de la calle México 3038, que habita la familia Rómbola, se halló el parte número dos del Comando Montonero Maza; revelaba que poseía el portafolio del líder asesinado José Alonso y, para demostrarlo, puntualizaban los elementos que contuvo. El detalle no facilitaba una sola duda; la célula asesina del ex secretario de la FONIVA tenía en su poder el maletín; lo reconoció la viuda, María Luisa Pinela.
(...)
   Los tremendistas creen que, en un futuro no muy lejano, el país mostrará al mundo un epitafio lóbrego: 'Aquí yace media Argentina, la mató la otra mitad...' Puede resultar exagerado, pero si los temperantes ceden ante el terror montonero la violencia se derramará sobre el país. En la mañana del viernes pasado, cuando los cortejos funerarios de Abal Medina y Ramus partían hacia la Chacarita, desde las parroquias de Monserrat y Francisco Solano, misas postreras que congregaron a sus amigos combatientes, laicos y religiosos, un huracán de venganza soplaba sobre los ataúdes de madera clara, el de Abal Medina envuelto en una bandera argentina que la policía ordeno guardar cuando el cortejo recorrió algunas cuadras. Se advirtieron presencias reveladoras y arengas decorosas, pero hasta el testimonio de Juan Perón -una corona-, tornó a demostrar que en el país se agitan rencores agudos, la respuesta tácita que pulveriza todo programa dialoguista.
   Otros fragores lejanos demostraban que las primavera puede presentarse tempestuosa: desde el lunes y hasta el viernes, los estudiantes cordobeses y bahienses se lanzaron a la violencia callejera. Bahía Blanca conoció por primera vez el resplandor de las hogueras, el aire se pobló de gases: Córdoba memoró a Pampillón con los estudiantes en tren de guerrilla callejera. La suerte de la Argentina se juega entre el diálogo y la violencia.
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