10.9.10

Literatura

HACE 100 AÑOS NACÍA MANUEL MUJICA LAINEZ
El 11 de septiembre de 1910 nació en la ciudad de Buenos Aires el periodista y escritor Manuel Mujica Lainez. Lo recordamos con fragmentos de 'Inventé mitos porteños', entrevista de María Sáenz Quesada publicada en el diario Clarín el 10 de enero de 1980.




Manuel Mujica Lainez me recibe en su antigua casa de la calle O'Higgins. 'Es un ambiente algo melancólico', dice. Pocos objetos decoran el sencillo pied-à-terre del escritor en Buenos Aires; entre ellos, el caballito de la peluquería de Harrods, ese viejo juguete de calesita, testigo de una infancia imaginaria y probablemente feliz.
'Mire -observa Mujica, señalando su obra Los porteños, una bella edición de La Ciudad-, estoy encantando con este libro formato por artículos ya publicados sobre personajes de Buenos Aires.' En la tapa, un collage en sepia permite distingue las figuras de Victoria Ocampo, Juan Cruz Varela y otros porteños ilustres que representan el más querido universo del novelista.
Manucho conversa. Habla de las ya desaparecidas estancias de su familia. La de su abuelo Mujica, cuyo caserón forma hoy parte del pueblo de Chivilcoy, y la de los Lainez, muy espléndida, originada en una merced real. Esta última fue vendida por su abuelo. 'Creo que gastó el producto de esa venta en un viaje maravilloso que hizo en 1889. Anduvo por Constantinopla y Atenas en compañía de Eduardo Wilde'; y agrega, 'no me importa. No me quejo. Están en mi sangre'... Ahora el pensamiento del escritor va hacia su actual residencia permanente, El Paraíso (Córdoba), y parece preguntarse, con cierto asombro, por qué sigue instalado allí. 'Vivo en un escenario que me lo he armado yo y no sé bien qué sentido tiene. Es tan misteriosa la vida.' El escenario teatral y las calladas voces de la sangre resumen dos aspectos entrañables del perfil humano y literario del autor del Misteriosa Buenos Aires, de La Casa, de Bomarzo.
-¿Por qué eligió 1942 para situar su novela El Gran Teatro? ¿Quizás porque marca el ocaso de los dioses lares porteños?
-Yo quería que fuera durante la guerra, después de la caída de París y antes de Perón, en un momento de mucho esplendor, cuando aún no había empezado el derrumbe. En cuanto a Parsifal, busqué una ópera muy seria, que no pudiera siquiera distraer. Primero iba a ser Madama Butterfly, que me emociona mucho y con la cual no se puede hacer ninguna broma. En cambio, Parsifal con toda su majestad, tiene algo de ridículo, no solo es una obra de Wagner sino que es muy wagneriana. Pasé momentos de gran angustia, luego de un año de tomar notas, cuando me dijeron que esa función de 1942 se dio por la tarde. Por fin me confirmaron que había sido nocturna -tengo el programa de ese día- tal como figura en el libro. Tardé un año en prepararla. Escuché muy bien la ópera para apuntar el tiempo -la oí con Sara Gallardo en El Paraíso-, fui al Colón para medir las distancias y comprobar si era posible la ubicación de los palcos y de los personajes, trepé a las galerías... Pero eso es de lo más sencillo. Pregunté a mis amigas mayores que yo para ver cómo se vestían. El vestido de las plumas azules era de Inesita Anchorena de Acevedo; el otro, de Lía Elena Elizalde, entonces mujer de Ignacio Pirovano. Estudié otras cosas además, como la vida de las tortugas. Todo lo que cuento sobre ellas es real, lo mismo que la existencia del príncipe alemán que figura entre el público de Parsifal. Miguel Ángel Cárcano me dijo que en la época del presidente Castillo vino un gran señor alemán con encargo de Hitler de comprar tierra en la Patagonia (para bien de todos no sucedió esa compra). Puse alemanes y a británicos en palcos opuestos para armar la guerra. Los ingleses son dos matrimonios que vinieron traídos por el British Council. Uno de ellos era un gran botánico, y su mujer una artista inglesa a la que yo vi con ese traje de Cleopatra en un baile de María Unzué de Alvear.
-La importancia de las dos matronas Zúñiga en la novela sugiere la existencia de un auténtico matriarcado en el Buenos Aires de entonces. Los varones resultan más desdibujados.
-Existían en esa época varias señoras viudas, sin hijos y con muchas sobrinas y grandes residencias palaciegas en la avenida Alvear; eran las marquesas pontificias que gobernaban a su modo. Javier me parece un tipo varonil, muy nuestro, que no sé si existe todavía, clubman, mujeriego. Eran mayores que yo.
-Esa cerrada sociedad porteña, ¿qué pensaba del interior? El personaje del profesor Sapo sugiere cierto menosprecio hacia los intelectuales provincianos.
-Para ellos el interior eran sus estancias. En esa época no se viajaba por el país. Nadie iba a las Cataratas, pocos a Bariloche aunque en el 42 se empezara a ir. Yo sí viajaba, como periodista. La visión del interior era solo la de la pampa interminable y las estancias, idea más bien aburrida. Yo mismo no puedo decir que tengo una visión de la estancia. Las que conocí eran castillos como la de Larreta, la de Inesita Anchorena y la de Pepita Errázuriz. Pero no puedo afirmar que hubiera menosprecio por la gente del interior. La prueba es que casi todos los presidentes vinieron de allá, lo mismos que muchos escritores de esa época: Leopoldo Lugones, Arturo Capdevila, Manuel Gálvez...
-¿Conoció a Manuel Gálvez?
-Fue muy bueno conmigo: el primer escritor que vio que yo iba a ser escritor. Él y Enrique Larreta. De Gálvez tengo una carta de admiración increíble cuando yo publiqué Don Galaz de Buenos Aires (1938), y me nombró elogiosamente en dos o tres oportunidades, a mí, ese muchacho desconocido. Pero tanto Larreta como Gálvez y su mujer Delfina Bunge eran amistades familiares. Larreta me regaló su retrato, que tengo en la biblioteca de El Paraíso, una foto del célebre cuadro pintado por Zuloaga con una dedicatoria muy audaz que decía así: 'Con el presentimiento de su obra de gran artista'. Yo tenía sólo 23 años y acababa de iniciarme como periodista en La Nación.
(…)
-En ese libro (Aquí vivieron, 1949) y en Misteriosa Buenos Aires, intentó aplicar la imaginación a la historia?
-Eso es exactamente lo que quise hacer. Y en Misteriosa Buenos Aires (1950) me preocupé por esta ciudad con tan pocos mitos y procuré contribuir en mi medida a dárselos y a universalizarla. No quería que esta ciudad mía quedara abandonara en la punta del mundo. Si hay una carta del enano pintado por Velázquez en Las Meninas, si figura Cándido, de Voltaire, y si se descubre que un personaje es el hijo de María Antonieta que muere en Buenos Aires, es porque yo deseaba enriquecer a mi ciudad y vincularla con las grandes capitales europeas.
(…)
-Recuerdo haber leído una frase suya: 'Para intuir a Buenos Aires es preciso haber sido porteño desde mucho antes de haber nacido.' ¿Acepta otras versiones de Buenos Aires que no sean las de los escritores de antiguo arraigo?
-Buenos Aires da para todo, pero la versión que yo he tratado de interpretar es muy difícil si uno tiene en la sangre los elementos que lo van a ayudar a entender a su gente, a esa gente, porque he visto que las interpretaciones de quienes no han tenido esos mismos privilegios son equivocadas. Es como si yo me pusiera a escribir sobre la vida de los estibadores del puerto, los inmigrantes o los conventillos. Sería falso, hecho sobre la base de otros libros”.




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