29.9.10

Automovilismo

A UNA DÉCADA DE LA MUERTE DE LUIS DI PALMA
El 30 de septiembre de 2000, el reconocido piloto de Turismo Carretera Rubén Luis “El Loco” Di Palma murió en un accidente aéreo. El recuerdo de sus hijos, esposa y nieto publicado en el libro Turismo Carretera 70 años. Historia de una pasión, de Roberto Berasategui y Mauro Feito.




   “El ‘Pibe de Arrecifes’; el del flequillo irreverente, insolente, al estilo de los Beatles que conmocionaban el mundo por los años 60. Rubén Luis Di Palma indicaba el documento, aunque se eternizó como Luis Di Palma en el corazón de los fierreros. Con ese desenfado y desparpajo que no lo abandonaran jamás, empezó a abrirse camino entre los grandes, entre próceres del Turismo Carretera. Un sitial avalado por su innata capacidad y una entrega sin retaceos que jamás lo llevó a especular, no entendía otra forma de correr que no fuera a fondo, siempre a fondo. Allí quizá haya radicado uno de los secretos por los que supo ganarse la admiración y el afecto que por siempre perdurarán. Más allá del doloroso final, el fatídico sábado 30 de septiembre de 2000, cuando su helicóptero se desplomó y con él su vida en un campo de Carlos Tejedor cuando volvía a Arrecifes; tras darle una mano a su hijo Marcos con el auto de Top Race en Santa Rosa, La Pampa.
   Vivió a puro vértigo y sin red. Dueño de una personalidad avasallante, el loco, el ganador más joven del TC, a los 19 años, con la cupé Ford de Pichón Castellani destinada a una rifa... Un tipo querido y querible que no conoció otra forma de transitar la vida que no fuera la de andar al límite, sin especular.
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   De palabras simples y sin rebusques, Luis le transmitió a cada uno de sus hijos consejos que nunca olvidaron. ‘Nunca dejes de decir lo que llevás adentro’, recuerda Marcos las palabras de su padre. Los Di Palma mamaron desde la infancia el significado de vivir junto a una verdadera figura como fue su padre. ‘Nunca nos pesó el apellido porque él nos hizo llevar una vida normal, nunca se la creyó; tener un padre famoso no nos cambió la vida, estuvimos acostumbrados desde chiquitos’, testimonia Marcos.
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   Nunca presionó a sus hijos para que siguieran sus pasos en el automovilismo. ‘En mi caso fue al contrario. ¡Las broncas que me agarraba con él porque no me ayudaba! Y yo se lo decía a mi vieja. Me gustaba cómo se jugaba cada vez que corría, y eso creo que tuvo mucho que ver para que la gente lo siguiera como lo hizo; siempre se brindó al máximo, jamás especuló ni levantó el pié’, comenta Patricio. y no olvida el consejo de oro que les dijo, ‘nunca lo olvidamos: «Hay que ser frontal y digan siempre lo que piensan», aunque como él, nos trajera problemas más de una vez’.
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   El hijo mayor, sindicado como el más ‘serio’, es Luis José. ‘José Luis’ o ‘el Jose’ para todo el mundo. Desprende nostalgia cuando se acuerda del padre: ‘El viejo nunca fue un tipo escondedor, al contrario, fue abierto; siempre se brindó y nunca pidió nada a cambio. Con nosotros, los cuatro hermanos, compartió un montón de cosas que no tenían nada que ver con las carreras de autos. Por ahí se le ocurría decirnos, «vamos a jugar al paddle o al tenis» y armábamos partidos de dobles entre nosotros’.
   A la exitosa vida deportiva, Luis le agregó vaivenes a su vida personal, ‘pero él nunca nos ocultó nada, ni lo bueno ni lo malo; decía que así aprendíamos todo, lo que había que hacer y no lo que no se debía. Si, claro, el automovilismo fue el centro de su vida, y ojo, también los aviones’. El Pibe de Arrecifes se hizo hombre, aquel de la sonrisa tímida y fresca, merced a los éxitos y logros, creció, formó la ‘familia automovilismo’, aunque jamás se le cruzó por la cabeza imponer su pasión a sus hijos. ‘Me acuerdo cuando corrí mi primera carrera en karting, me fue a ver y me alentó, eso sí, no tenía ni idea que el karting me lo había comprado mi vieja a escondidas de él’, recuerda con una sonrisa ‘el Jose’.
   Corredor completo, más allá del auto que le tocara conducir. Con techo o monoplaza: ‘Se caracterizó por la rápida adaptación a cualquier clase de autos, le bastaba dos o tres vueltas para encontrar el límite; algo parecido a lo que le pasó al volar en helicópteros o aviones, en un par de días ya no existían más secretos para el Loco’.
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   La vida de Luis Di Palma tuvo un eje indiscutido, el automovilismo y esa pasión por la velocidad la compartió con su familia. Así lo recuerda ‘la Tana’, su esposa, que también supo de los laureles que consiguió. ‘Mi marido no sólo llenó su vida de automovilismo, también llenó la vida de toda nuestra familia’, rememora con tanta emoción como al evocar uno de los dichos de Luis: ‘Él decía que era un corredor en alpargatas, y que por eso no se le dio la posibilidad e ir a correr afuera, y pensar que hasta pudo llegar a la Fórmula 1. Oreste Berta fue su gran descubridor. El le dio la oportunidad que necesitaba. Oreste y Luis formaron un dúo increíble, que marcó una era’.
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   Ella lo acompañó en el último triunfo de Di Palma con Chevrolet, en Buenos Aires, en 1998. ‘Eso fue inolvidable. Fue muy fuerte para mi. Luis, se hizo sólo y bien de abajo. La madre lo abandonó cuando él tenía 5 años y se quedó sólo con el abuelo, que era policía y todos le decían El Patrullero, rótulo que después daría nombre a un conocido restaurante situado en Arrecifes, al costado de la ruta 8’. Andrea, como sus hermanos, agradece casi a diario que su padre haya sido como fue. Su nieto, José Luis, ‘Josito’, admiró y quiso mucho a su abuelo, y lo disfrutó desde muy pequeño. ‘Aunque yo era chico, aprendí mucho a su lado, anduve mucho con él y veía cómo lo querían. Fue una excelente persona, humilde. Lo respetaban mucho, siempre ayudó a todos’, cuenta el hijo de Luis José, que destaca con orgullo: ‘Me gustaba la frialdad que tenía arriba del auto siempre se tomaba las cosas con calma y con humor. Ahí está la grandeza’.”


Luis Di Palma, ídolo por siempre






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