24.7.10

Policiales

A 20 AÑOS DEL SECUESTRO Y CRIMEN DE GUILLERMO IBÁÑEZ
El 25 de julio de 1990 fue encontrado en las afueras de Mar del Plata el cuerpo de Guillermo Ibáñez, hijo del gremialista petrolero Diego Ibáñez. Había sido raptado casi veinte días antes, y el hallazgo del cadáver reavivó el debate sobre la pena de muerte para combatir la inseguridad. Extractos de Solamente sangre, nota de Daniel Capalbo publicada en la revista Noticias, edición nº 709 del 29 de julio de 1990.





“Guillermo Ibáñez (28 años) había visto la cara de los tres. La de Juan Carlos Molinas (29), que era como de la familia. Un primo lejano, hijo de un concuñado de Diego Ibáñez (61), el ex diputado nacional, hombre fuerte de las 62 Organizaciones Peronistas y secretario general del Sindicato Unido Petroleros del Estado (SUPE). Con Molinas había compartido tarde de potrero, había trepado árboles y pateado al arco, se había trenzado en más de una gresca infantil. Eran amigos. Llegaron inclusive con los años, a asociarse en El Trébol S.A., la empresa transportista de la que Guillermo era socio gerente. Las cosas entre ellos, empero, no caminaron bien, y Molinas quedó afuera del negocio cuando Guillermo propuso comprar su parte societaria. El medio primo embolsó capital suficiente para vagabundear y equivocarse sistemáticamente. Aunque siempre mantuvieron la relación a flote. Por eso no le extrañó a Guillermo el pedido de Juan Carlos, ese mediodía. (…)
Ese mediodía 6 de julio subió a la camioneta Ford F-100 flamante -que solía conducir el presidente Menem cuando visitaba Mar del Plata-, hizo depósitos bancarios y, como portaba una buena suma, en la guantera ocultó su revólver 38. Antes de las 13 llegó a almorzar al restaurante de Juan B. Justo y Córdoba, a donde iba con frecuencia, pues le quedaba de camino a su casa, a unos 250 metros del lugar.
Molinas lo esperaba en la puerta, pero simuló que el encuentro había sido obra del azar. Le pidió que lo llevara hasta el barrio Libertad, donde tenía que 'arreglar un asunto de urgencia'. En el barrio Libertad, cerca del aeropuerto de Camet, un caserío apenas, lo esperaban las otras dos caras.
A Roberto Acerbi (42) y Néstor Ausquín (26) los conocía de sobra. Todos, inclusive Guillermo, paraban en el bar Doria III (12 de Octubre 3228), frecuentado por colectiveros y camioneros. Acerbi y Ausquín conducían sendos micros de la línea 526 marplatense. De esa empresa, Martín Güemes, los habían echado. Al llegar a 228 y Berutti, desde un Fiat 128 y un Taunus descendieron los captores, lo amenazaron y lo trasladaron a lo que sería la morada del cautiverio, la casa de Néstor Ausquín, en Brandsen 8900, a unas 15 cuadras del lugar en donde fue hallada la camioneta de Guillermo horas más tarde por la policía.
Lo que sigue es conocido. Poco después de las 14, Diego Ibáñez recibió el primer llamado de la banda exigiendo un rescate de dos millones de dólares. Ibáñez comenzó a negociar, pero el sábado 7 de julio pidió una prueba de vida de su hijo. La banda accedió, y en un llamado del domingo 8 instruyó al sindicalista. 'Busquen en la cabina telefónica del Automóvil Club'.
(…)
La suerte de Guillermo estaba echada antes del secuestro, pero esa noche la banda tomó la decisión. 'Levantate pibe -le dijeron a Guillermo la madrugada del 9 de julio-. Con tu viejo está todo arreglado. Vamos a hacer el canje. Te vamos a poner una capucha'. Maniatado, amordazado y cegado, condujeron a Guillermo hasta un baldío de la ruta 210 y Berutti, a unos trescientos metros de la casa de Ausquín. Ya habían cavado un foso de 90 centímetros de profundidad por un metro por veinte de diámetro. Lo golpearon en la nuca con una maza. Cayó. Lo remataron a golpes en el cráneo con la pala que utilizaron para cavar su 'tumba'. Pero no murió instantáneamente. La autopsia reveló que existían restos de tierra en la tráquea de Guillermo.
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Los escuchas de ENTel. Eran dos los que llegaron para interceptar las llamadas, pero con lo que se toparon fue con una conversación de mesa a mesa. Presenciaron en el bar Doria III cómo dos hombres vociferaban al oído de dos 'ruteras', mientras bajaban varias copas. Ausquín y Molinas -aún no se estableció si fueron ellos, aunque todo parece indicar que sí- mencionaron el contenido de una conversación mantenida con Ibáñez, en uno de los últimos contactos telefónicos. Los operarios de ENTel habían ido allí para tomar una copa en horas de descanso. Era el martes 24. En las primeras horas del miércoles 25, la policía, sobre la base del testimonio de los 'escuchas', ya había detenido a Molinas y su compañero.
Restaba Acerbi. Sobre la pista, la policía intervino el teléfono de Luis Acerbi, hermano del secuestrador, y lo convenció de citar al matador a las 6.30 del 26 de julio en la terminal de ómnibus. El mayor de los Acerbi acudió y cayó en la trampa. En los careos que sobrevinieron, Molinas y Acerbi se culpan mutuamente de haber sido los autores materiales del asesinato.
(…)
El miércoles 25 la policía marplatense exhumó el cadáver en estado de descomposición avanzada. Tenía poca ropa, no estaba cubierto, el cráneo en pedazos y a un lado su arma sin disparar.
La locura asesina se explica ahora en medios marplatenses como una vendetta personal. Exitoso, sano, sin complicaciones, Guillermo andaba por la vida construyendo. Le había dado a Ibáñez un nieto por el que sentía devoción; no faltaba un solo día a la cita materna ('visitar a de mi vieja es mi principal deporte', declaró alguna vez); y era mimado nada menos que por el Presidente de la Nación, con el que compartían idéntico entusiasmo por el fútbol y los autos de competición.
Para Molinas fue demasiado, acuciado como estaba por la crisis de su economía personal y atento (también resentido) por el ascenso economico y social de su tío Ibáñez.
Desencajado, derrumbado física y moralmente, Diego Ibáñez no dejaba de recibir el jueves 26 las palabras de consuelo y de indignación del mundo político. Pero eran una letanía. Cuando el sindicalista arribó al cementerio Colinas de Paz, en el viejo camino a Miramar, soltó su furia y exigió 'castigo para los asesinos de mi hijo'. Caminó unos pasos hasta el nicho en donde descansarían los restos de Guillermo y allí, flanqueado por el vicepresidente Duhalde y Lorenzo Miguel, su fiel amigo de toda la vida, sorpresivamente se dirigió a los periodistas. 'Ustedes se llevaron la mitad de mi hijo -apostrofó-. Son trabajadores y yo los respeto. Pero se llevaron la mitad de mi hijo cuando publicaron la foto de la cabina telefónica.
Duhalde y Miguel contuvieron la respiración y los gestos. Ibáñez volvió a repetir la frase que pronunció recurrentemente en los últimos veinte días: '¿Por qué a él? ¿Por qué no me llevaron a mí? ¿Por qué no me mataron a mí?
'. Entonces se abrazó eternamente con el Presidente, mientras que desde el perímetro del cementerio la gente reclamaba la pena de muerte.
Al cierre de la jornada llegó la disculpa institucional. Los secuestradores ocuparon un radio de apenas un kilómetro y medio, pero jamás el área del barrio Libertad fue rastrillada. El Torino blanco se veía desde la puerta de la casa de Ausquín. Y fue el comisario Norberto Andrés, jefe de la policía bonaerense, quien ensayó el desatino: 'La institución lamenta profundamente lo ocurrido, pero es de resaltar el trabajo titánico que para esclarecer el hecho realizó su personal'.

Recuadro
La pena de muerte


“Primero fue el vicepresidente Eduardo Duhalde: 'Hay que reactualizar el debate para implantar la pena de muerte', dijo en el sepelio de Ibáñez. Después el presidente Menem reiteró su idea de impulsarla para el caso de delitos aberrantes. Hasta el gobernador Antonio Cafiero, haciendo expresa salvedad de su religiosidad, admitió 'la necesidad' de contemplarla.
El Ejecutivo actuó con la celeridad de un rayo: el mismo jueves 26, por la noche, el secretario legal y técnico de la Presidencia, Raúl Granillo Ocampo, daba cuenta de las instrucciones recibidas por Menem: 'Ante los hechos de violencia de los últimos tiempos, el Presidente ha tomado la resolución de que se investigue la posibilidad de implantar la pena de muerte para algunos delitos aberrantes, entre ellos el secuestro extorsivo seguido de muerte, y violación seguida de muerte'.
El inconveniente radica en la adhesión de la Argentina al Tratado de Costa Rica, que la prohíbe expresamente, pero Granillo explicó que la única inhibición del derecho argentino es que se prohíbe la pena de muerte exclusivamente para delitos políticos, con lo que queda abierta la posibilidad. Y el debate, de ahora en más.”

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